“Desde Arghantonio a Gonzalo Fernández de Córdoba, fijándonos, principalmente, en los califas y reyes árabes, pudiéramos citar muchos ejemplos que demostrarán esa característica del genio andaluz”.
Esto escribía Blas Infante en esa obra iniciática del andalucismo que es El ideal andaluz (1915) y que cuajará en forma de movimiento político, ya no sólo intelectual, a partir del fin de la I Guerra Mundial, aprovechando el impulso de los puntos de Wilson acerca de las “nacionalidades”.
El Congreso Andaluz de Ronda, en enero de 1918 (con el precedente de Antequera en 1883), dará un sentido político autonomista, que convergerá con las distintas facciones procedentes del País Vasco (momento decisivo para la reintegración foral), de Cataluña (con la Mancomunidad, impulsada por la Lliga regionalista), y de Galicia, con las primeras asambleas de las Irmandades da Fala.
La Revolución de Octubre, en Rusia, va a ser un catalizador de todos estos movimientos, que se verán utilizados y reforzados, como reconocerá Alfonso XIII, para impedir una revolución social en España parecida a la soviética (tras la crisis de 1917).
Todos estos movimientos regional-autonomistas, más o menos separatistas (no lo era el andalucismo), están hoy perfectamente instalados y bien acogidos en el régimen del 78 sin que apenas haya discrepancia sobre la legitimidad de sus reivindicaciones.
Los impulsores de estos movimientos, desde el propio Blas Infante hasta Sabino Arana, Prat de la Riba, Cambó, Vilar Ponte o Castelao son figuras indiscutibles, constantemente reconocidas a nivel institucional, con monumentos, homenajes, publicaciones y todo tipo de actos que las reivindican. Salvo Vox, no hay en el panorama español partido político que no rinda pleitesía genuflexa a estas figuras.
¿En qué consiste ese genio andaluz, para Blas Infante, que pueda consumarse en ideal para Andalucía y también para España? Según indica, más bien sugiere, en El ideal andaluz, el genio andaluz se define como “adoración de la armonía” y “amor al ritmo”, que aún se conserva en los cantos, las liturgias, las fiestas y las costumbres de origen pagano populares andaluzas.
Un genio, sin embargo, que se ha visto estrechado y oprimido por un “fanatismo grosero y absurdo, al servicio del dogma sombrío de una vida de ultratumba”, haciendo con ello referencia a la Iglesia católica y el poder político a su servicio (altar y trono).
De este modo, la “liberación del pueblo andaluz”, y la recuperación de ese ideal, pasa por la restauración andalusí de Andalucía (por supuesto, un Al-Andalus completamente idealizado por el mito), siendo este el santo y seña del proyecto liberalista de Blas Infante.
Así lo reafirmó claramente, ya convertido en musulmán (en 1924 tuvo lugar su conversión pública al islam), en una entrevista al diario El Sol en el año 31, a pocos meses de haber sido proclamada la II República:
–¿El grupo liberalista está próximo a la CNT?
–Sí y no. Nos une al sindicalismo la simpatía con que vemos sus actuaciones para devolver a los labriegos de Andalucía lo que es suyo. Los liberalistas, suprimido ese valladar de esclavitud, vamos aún más lejos: a unir en un latido común por Andalucía a 300 millones de seres a quienes destruyó la cultura, la tiranía eclesiástica.
–¿Ve este instante inmediato?
–Un crac de Europa, por ejemplo una nueva guerra, lo produciría automáticamente. Entonces los 1.200.000 andaluces que viven sus nostalgias de Tánger a Damasco, y los 300 millones de Afro-Asia, que sueñan por nuestra cultura, intervendrían para destruir de una vez la influencia del Norte.
–Realmente, ¿existen organizaciones prácticas con ese fin?
–No hay nada. Sólo una palabra que abre todas las puertas: Al-Andalus. Con ella puede recorrer seguro todo Marruecos hasta el Asia. En Buenos Aires y en la Habana hay filiales liberalistas que acatan la Constitución del Estado Andaluz que proclamamos en Ronda en 1918.
He aquí el proyecto andalucista, inspirador del actual estatuto andaluz (con Infante como “padre de la patria”), y representado por una bandera verdiblanca que, creada por el propio Infante, simboliza al islam victorioso, repuesto, recompuesto, reconstituido en Andalucía, tras la "tragedia de Al-Andalus".
[La bandera quiere ser recuerdo de las banderas izadas (una verde por el islam, otra blanca triunfal) en la mezquita mayor de Sevilla tras la victoria almohade de Alarcos, en 1196].
De nuevo, como en otros estatutos autonómicos, se trata de que España pida perdón por su historia y redima sus culpas concediendo a los damnificados un estatuto especial que, invariablemente, y sea como fuera, termina significando la propia desaparición de España. Ya sea por la vía de la descomposición de su unidad, ya sea por la vía de la negación de su identidad.