Estos días se ha vuelto a poner sobre la mesa el papel del feminismo y la defensa de los derechos y libertades de las mujeres a raíz de los acontecimientos en Afganistán y las bien conocidas crueldades cometidas por los talibanes contra ellas. Y entre ellas la prohibición de la educación para mujeres y niñas, y la de trabajar fuera de casa; las golpizas; las violaciones; el no poder salir de la casa sin un hombre; la exigencia de utilizar burka; o la prohibición de todo tipo de entretenimiento (escuchar música, mirar televisión o reunirse con otras personas).
Hoy, al igual que hicieron las pioneras del feminismo liberal (es decir del feminismo original, como Mary Wollstonecraft en Inglaterra o Judith Sargent Murray en Estados Unidos a mediados del siglo XVIII), tenemos que continuar defendiendo el principio básico del feminismo, del abolicionismo y de las demás causas liberales: la igualdad ante la ley.
Si viajamos un poco en el tiempo, la vida de las mujeres ha sido bastante parecida a la de las afganas en término de restricciones, falta de libertades y desigualdad ante la ley.
Durante la mayor parte de nuestra historia, las mujeres fueron propiedad de sus padres. Pasaban luego a ser propiedad de sus esposos en matrimonios la mayoría de las veces arreglados por sus familias sin su consentimiento. Esa propiedad de padres que pasa a propiedad de esposos puede verse todavía en esas ceremonias de matrimonio donde el padre entrega a la novia.
Históricamente, las mujeres han sido obligadas incluso a utilizar cinturones de castidad o a sufrir mutilaciones genitales. Mutilaciones que siguen existiendo hoy en distintos lugares del mundo y que han sido practicadas durante siglos en distintos grupos, comunidades y tribus de Asia, África y Oriente Medio (la humillante y horrible mutilación femenina sigue en vigor en más de 30 países africanos y también en Indonesia, Irak, India, Pakistán y Yemen).
No olvidemos, tampoco, lo que han representado históricamente las famosas cazas de brujas, por las que las mujeres eran golpeadas, ahorcadas, torturadas o quemadas en la hoguera. Tengamos en cuenta que la última ejecución documentada de una mujer acusada de brujería tuvo lugar en 1727.
Además de estas horrendas persecuciones, las mujeres tampoco han tenido a lo largo de la historia acceso a la educación, al voto, al trabajo fuera del hogar o a la posesión de propiedades. La lucha por el derecho al sufragio de la mujer también fue, en sus inicios, una bandera liberal.
Nueva Zelanda fue el primer país que permitió el voto femenino en 1893. La mayoría del resto de países lo hizo a lo largo del siglo XX: Estados Unidos en 1920, Reino Unido en 1923, España en 1931, Francia en 1944, Suiza en 1971, Arabia Saudí en 2011 y así hasta el momento.
El feminismo de los orígenes es liberal. Es el feminismo que ha librado una lucha histórica por la única igualdad existente, que es la igualdad ante la ley. El feminismo no es la destrucción del espacio público. Tampoco es violencia. Es una pelea histórica en busca de la igualdad ante la ley y el fomento del mérito. No de los privilegios, las cuotas o las intervenciones gubernamentales.
El feminismo ha sido una lucha por alcanzar libertades que durante largo tiempo le fueron negadas a la mujer y que todavía le son negadas en muchos países del mundo. Por eso el liberalismo resulta compatible con el feminismo. Como demostró el pensador austriaco F.A. Hayek, la lucha por la igualdad formal y contra toda discriminación basada en el origen social, la nacionalidad, el color de piel, el género, el credo o el sexo sigue siendo una de las características más importantes de la tradición liberal.
Igualdad jurídica para todos. De esto se trata y eso es lo que propugna el liberalismo.
Una vez más, se trata de igualdad ante la ley y de que la libertad de buscar nuestra propia felicidad sea fielmente respetada. Esto es lo que debemos continuar promoviendo. Por eso es primordial que, asumiendo la responsabilidad, y teniendo las herramientas a mano, hagamos saber al mundo lo que está sucediendo en otros países y continentes donde todavía, en pleno siglo XXI, las mujeres no pueden disfrutar de libertad ni de igualdad frente a la ley.