Se han cumplido veinte años del 11-S y me acojo al rito de decirles dónde estaba. Pero también les diré dónde estaba al año siguiente, del que se han cumplido diecinueve y que para mí fue más importante.
La mañana del 11 de septiembre de 2001 la pasé limpio de noticias. Había decidido someterme a un ayuno informativo de unos días (o unas semanas o unos meses: lo que aguantara) por ver si recuperaba otro tiempo menos espasmódico. Lo había hecho cuando era estudiante de Periodismo, por pura rebeldía contra lo que se esperaba de mí, y descubrí que las noticias grandes llegan de todas formas, pero filtradas por la vida: ecos de la calle, comentarios de amigos, pantallas de bares o escaparates, portadas en los kioscos...
Aquel día no tuve que esperar a eso, porque me había dejado una ventanita. No podía perderme la Vuelta, así que me autorizaba a poner la tele para seguir las etapas. Y al ponerla, claro, no vi ciclistas, sino una torre gemela ardiendo. Y al rato el avión estrellándose en la otra. Era como un intento desesperado de la actualidad por impedir que dejara de prestarle atención. Lo consiguió con creces: no he podido desengancharme desde entonces.
Tres notas singulares de mi 11-S. Un amigo me contó que le había pillado comiendo con un conocido magnate madrileño, que llamó a Miami a ver si estaban bien sus rascacielos de allí. Otro amigo, psicoterapeuta, me dijo tiempo después que algunos de sus pacientes jamás mencionaron los atentados: eran justo los que tenían peor diagnóstico. Y la más personal: mi hermana y mi cuñado se encontraban de viaje por Siria y Jordania. Tenían el regreso la noche del 11 al 12 y pudieron volar, aunque con todos angustiados en el avión. Yo recordaba también la angustia de la espera, pero no lo que me dice ahora mi hermana: que en Madrid los llevé a probar los helados Palazzo.
Fue más duro al año siguiente. Mi amada (qué cursi y qué precisa esta expresión de los comentarios de textos) me dejó el 10-S de 2002 y el 11-S lo pasé aniquilado en el sofá. La tele estaba puesta, pero sin volumen. No dejaban de repetir las imágenes, en el primer aniversario, de las torres hundiéndose y para mí eran el hundimiento de la pareja. Solo que esta vez destruían también el Pentágono y el Capitolio. Y Madrid y todo el mundo. Yo era la zona cero.