Hay un sino fatal en los dirigentes políticos totalitarios vocacionales. Si no obtienen todo el poder, terminan de meros e irrelevantes tertulianos de la agotadora coyuntura política española.
Recuerdo un encuentro con Txiki Benegas en el bar Cía Boga de San Sebastián, en junio de 2015, apenas tres meses antes de que falleciera. Nos conocíamos por el paisanaje donostiarra y por haber coincidido en el Congreso de los Diputados durante varias legislaturas.
Tuvimos una larga conversación, en la que hicimos un recorrido sobre nuestras respectivas experiencias en la política. Sus confidencias eran sinceras y sentidas, propias de una persona que sabía que le quedaba poco tiempo de vida.
En relación con Guipúzcoa, Txiki Benegas señaló: “Hay que ver, Guillermo, estos de EH Bildu. Después de casi 40 años de asesinatos, extorsiones y terror, con 1.000 muertos a su espalda, consiguen, hace cuatro años, todo el poder en la provincia, la Diputación y casi todos los ayuntamientos (incluido el de San Sebastián). Y, aparte de colocar a su gente por todos lados, ¿qué proyecto político han desarrollado? Un programa demencial de recogida de basuras”.
Esta anécdota viene al caso por la reducción de objetivos personales y políticos de la extrema izquierda española cuando ha llegado al gobierno de la Nación. Dirigentes como Pablo Iglesias Turrión, que expresaron el horizonte de la conquista del Palacio de Invierno como trasunto imaginario del asesinato del zar Nicolás II y la obtención del poder absoluto, chocan con los límites de la Constitución y de los potentes compromisos adquiridos por el Reino de España como miembro de la Unión Europea.
La realidad impone sus límites y aparece un dirigente del Partido Comunista, el señor Alberto Garzón, cuya acción política ha resultado ser tan raquítica como la de EH Bildu. El PCE, con 100 años de historia, con enorme influencia política en el poder durante la Guerra Civil y en la oposición al franquismo, despliega su proyecto en democracia: una recomendación de consumo preferente de verduras.
Cualquiera que conozca la cultura de izquierdas sabe que, más que un partido, el Partido Comunista era una Iglesia con su papa, cardenales y obispos. La deificación de la organización comunista como el Partido Ser Supremo la expresó Dolores Ibárruri, la Pasionaria, en esta frase, frontispicio de muchos militantes durante decenios: “Cada comunista, dondequiera que esté, en la fábrica, en el trabajo ilegal, en el destacamento guerrillero, en la cárcel, debe pensar siempre que él es el Partido, que en él ven al Partido, y tiene el deber de ser digno de esta condición de miembro del Partido”.
Otra muestra de entrega total del militante comunista al Partido con mayúscula fue esta frase de Santiago Carrillo: “La vida de los comunistas no termina en el lugar de tortura, no termina incluso ante los pelotones de ejecución. La vida de los comunistas es el Partido y el Partido, por encima del terror franquista, sale siempre adelante, victorioso”.
Los sufridos activistas de la oposición de izquierdas durante la dictadura no pudieron imaginar un final más chusco de la acción política del PCE que la del ministro Garzón, en el Gobierno de la Nación desde 2019.
En los años 90 del pasado siglo, también Santiago Carrillo se convirtió en tertuliano radiofónico en la cadena SER, marcando un camino que ha seguido Pablo Iglesias. Perorar en los medios de comunicación tiene un componente pelmazo, pero es mucho menos peligroso y costoso para el contribuyente que el ejercicio del poder desde el Gobierno.
Pablo Iglesias Turrión ha hecho numerosas referencias a su admiración por Lenin, Stalin, Fidel Castro y Chaves. No sé si ha mencionado a algún otro liberticida y genocida. Tengo para mí que la dimisión de Pablo Iglesias como vicepresidente del Gobierno se basa en la comprensión de que es preferible ganar dinero por hablar en los medios de comunicación que ser florero de un gabinete en una monarquía parlamentaria en la que no puede desplegar todo el cúmulo de barbaridades propias de los regímenes totalitarios.
A los pesimistas sobre la decadencia de Occidente y del sistema demoliberal quizá les consuele comparar estos años de inicio del siglo XXI con los del siglo XX. Para 1921 ya se había producido la Primera Guerra Mundial, en 1917 los bolcheviques habían dado un golpe de Estado en Rusia y al año siguiente cayeron reinos e imperios centenarios.
En nuestra época, la extrema izquierda, en vez de tomar el Palacio de Invierno, se conforma con recomendar el consumo de garbanzos o dar el latazo en la radio.