Hasta ahora, no había escuchado las palabras de Mario Vargas Llosa sobre “votar bien”. Las exégesis de los medios no auguraban nada bueno, aunque conociendo a los exégetas era improbable que hubieran aplicado el principio de caridad de Donald Davidson: ante declaraciones discutibles, optar por la interpretación más sólida y racional.
Es justo admitir que el Nobel no lo puso fácil: “Lo importante en unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”. Por problemas de espacio o por descuido, los titulares dejaron fuera las palabras que vinieron unos segundos después: “Las elecciones libres son muy importantes, pero también es muy importante que quienes votan, voten bien”. El caso es que tanta insistencia en la idea de “votar bien” sentó muy mal.
Pero la advertencia de Vargas Llosa no pudo sorprender a mucha gente, porque está lejos de ser original. La democracia vive, por definición, bajo la amenaza de los ignorantes. Es por ello por lo que pensadores como John Rawls enfatizan el deber ciudadano de ejercer la razón pública a la hora de votar. Para Rawls, el deber de justificar las decisiones políticas no es jurídico, sino moral. El ejercicio de la razón en los asuntos públicos es un deber cívico.
No es necesario compartir el thatcherismo de Vargas Llosa ni su gusto por las corbatas para aceptar que la democracia es rehén de los sesgos de sus ciudadanos. Y por eso es necesario insistir en que los votantes deben poner esmero en que sus decisiones políticas sean informadas. Claro, Vargas Llosa considera que si todo el mundo se informara, votaría lo mismo que él. ¿Pero quién no?
Me han sorprendido especialmente las críticas de los amigos de Podemos. Si alguien ha demostrado que comparte la visión de Vargas Llosa han sido ellos. Recordarán la concentración Rodea el Congreso de 2012 que pretendía “rescatar la democracia”. O la colérica reacción ante la victoria de Mariano Rajoy en 2016, que a volvió a convocar a miles de manifestantes a las puertas del Congreso al canto de “ante el golpe de la mafia, democracia”.
Recordarán también que muchos diputados de PP y Ciudadanos (legítimamente electos, pero mal votados) fueron insultados y agredidos.
Me atrevo a decir que ni a los manifestantes ni a los políticos que los animaban les tranquilizaba saber que las elecciones hubieran sido libres. Tenían claro que sus conciudadanos habían votado mal, lo que les provocó una frustración que no tardó en mutar en violencia.
Y en esas estamos. Quienes han apoyado manifestaciones contra la soberanía nacional porque les disgustaba un resultado electoral se indignan ahora porque un liberal hable de la importancia de votar bien. No está mal como retrato de país.