Se ha mosqueado el arzobispo de la catedral de Toledo con el deán a cuenta del último vídeo de C. Tangana con Nathy Peluso, rodado en sagrado con el simpático permiso de un eclesiástico díscolo que no sabemos quién es pero que se la cargó ayer como que me llamo Lorena del Carmen: el primero viene escandalizado por las imágenes y ha prometido (jurado, supongo) que no volverá a suceder, mientras que el segundo, con el que me tomaba una bendita caña mañana, dice que el clip usa “el lenguaje propio de nuestro tiempo”, que habla de un converso por amor (“yo era ateo, pero ahora creo, porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo”) y que a su juicio sirve para seducir a los alejados de fe.

Yo le avalo, claro, porque a este lado seremos agnósticos pero de ninguna manera imbéciles: a poco que tengas los ojos abiertos mientras tragas vino en cáliz fumando en una terraza cualquiera de Madrid, es fácil distinguir cómo se hace grande el misterio. Que seremos agnósticos, digo, pero si de algo sabemos es de la búsqueda, del destello y de la prueba. Nos falta el dios ortodoxo, es verdad (ese es nuestro defecto, nuestra tarita), pero nos sobra intuición y símbolo y mito y arrebato y arte y deseo. ¿Escépticos?, pues mira, un poco, depende de con quién nos levantemos, pero no pobres desapasionados. Muerte siempre al desafecto. Muerte siempre a los indiferentes.

Una se pasa la vida rodeando el enigma, bordeándolo como a sopa ardiendo. Lo contaba Garci el otro día en una entrevista estupenda con Jabois: en una charla con Severo Ochoa, el científico le dijo que se desengañara, que somos física y química, y él le habló de la gota de vermú seco que les habían echado en el martini y que había revolucionado la ginebra. Ya no es ginebra, apostilló. “Somos física y química y una gota de misterio que nunca vamos a entender. Yo escucho el segundo movimiento de la Séptima sinfonía de Beethoven y… ¿nunca has tenido la sensación de que hay algo cerca de ti que no sabes lo que es?”.

Yo sí, José Luis: aquí tienes una amiga. Los tentáculos de la fe son inescrutables. A mí se me mueven los resortes de lo incierto con las trompetas, las cornetas y los tambores despuntando en las madrugadas santas de Málaga (también en las raves de Califato 3/4), o con el asalto de una bulería hermosa, sobraíta de compás, o con el sexo oral, que se hace postrado igual que se reza y digo yo que eso será por algo. “Tú te mojaste pa’ que yo me bautice”, como cantó Bad Bunny. Dios huele a incienso y eso mata de amor al arzobispo; como nos mata de súbito a las niñas profanas el perfume del hombre preferido.

Con los religiosos compartimos el escalofrío, cada uno en su estilo: tiemblan los temerosos de dios, temblamos los muertos de excitación y de belleza. Ya lo aclararon los Smash Mouth: “And then I saw her face / now I'm a believer”. Lo explicó diáfano también Almodóvar en aquella biografía suya de Dolor y gloria, cuando de crío ve a César Vicente (ahí albañil adolescente, bellísimo, tosco, analfabeto, perfecto) saliéndose de la ducha y perdiendo la toalla blanca en una desnudez conmovedora. Fue como si se le cayera la sábana santa. El deleite. El deslumbramiento. La auténtica gracia de dios.

Fotograma de Fleabag.

Lo sabe Fleabag. Lo sabe Pablo D’Ors. Lo sabe San Agustín cuando implora “hazme puro, Señor, pero no todavía”. Lo sabe Santa Teresa: que lo místico es rayano en lo sexual. Lo saben, cómo no van a saberlo, que cuanto más alto es el ideal por el que se vive, mayor es la necesidad de compensarlo con la carne y con el hueso. Lo saben, cómo no van a saberlo, que en el erotismo auténtico los espíritus chocan porque si se desea de veras, el cuerpo no basta. El cuerpo hasta estorba. El cuerpo es carcasa limitante.

Cuando en la bachata de C. Tangana él agarra del cabello a Nathy Peluso (y al rato ella sostiene su cráneo decapitado, como Judith el de Holofernes en ese cuadro emocionante de Caravaggio), uno entiende que si en el sexo se tira del pelo es, en última instancia, para arrancar la cabeza, porque la cabeza es lo último que se conquista y se posee de alguien, mucho después que el genital o el sudor o la axila curva o el pecho. Terrenos ordinarios, asequibles. Accesorios, fruslerías. Uno tira del pelo para someter la mente del otro, además del cuerpo. Yo era atea, como tantos. Pero a ratos creo.

Fotograma de Ateo.

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