Sales hubo que pedir cuando a Carmen Mola le salieron tres pichas. Donde había una mujer, aunque desconocida (¡invisibilizada!), aparecieron tres hombres con unas caras de señoros que no podían con ellas. La glamurosa nave nodriza abrió sus compuertas y salieron (genuinos hombres de la tarta) tres anticlimáticos cobradores del frac a llevarse el millón de euros. ¡Un atraco a la mujer fantasma desde dentro de ella misma!
El punto culminante en la impostura fue, sin embargo, cuando una periodista cultural escribió este tuit: “Hasta hoy el premio Planeta lo habían recibido 16 mujeres y 53 hombres. Hoy podrían haber sido 17 y 53. Pero resulta que de una tacada son 16 y 56. #UnPlanetadehombres”. La aplicada contabilidad en medio de la carnavalada: tal es el sino del periodismo cultural que presume de ser político ante todo; o sea, secundariamente cultural. Y sin rastro de humor.
De inmediato vino la inspección a fondo de esa falsa mujer: cómo se había colado en revistas femeninas, cómo había opinado de la novela negra escrita por mujeres, cómo recomendaba libros de sus componentes y cómo la editora había declarado que su autora era madre de tres hijos (¡el trío calavera!). Iban de soponcio en soponcio y yo, por no hacer mudanza en mi costumbre, me mondaba de risa.
Mis nostalgias no son las que se llevan ahora, de pasados idílicos, sino de los tiempos en que lo prestigioso era la fluidez de las identidades. Dicho de otro modo: de cuando se sospechaba que la identidad era una cárcel que había que derribar, o al menos limarle los barrotes. Nuestro Eugenio Trías, por ejemplo, escribió en 1970 Filosofía y carnaval, donde el carnaval era lo liberador (no sin heridas: cuatro años después siguió indagando en el asunto en Drama e identidad).
Por eso me ha hecho gracia el juego retrospectivo de Carmen Mola, aquel tímido jugueteo en el que apuesto a que había más literatura que en sus libros. Lo paradójico de Twitter es que es un escenario puramente carnavalesco... en el que se practica desaforadamente la fiscalización de las identidades. No se para de jugar, a la vez que no se perdona el juego. Ese es el juego: pesadísimo.
En cuanto a los nuevos tres tenores de la escritura comercial, me temo que han matado a la gallina de los huevos de oro, por sacar al escaparate sus huevos de carnecilla. “Con tres pares de cojones”, dijeron en otro tuit. Y este sí.