En el tumultuoso París de mayo de 1968 se hizo célebre una pintada que rezaba prohibido prohibir. Era un alegato de la juventud de los felices años 60 (la década prodigiosa de la música pop) que pretendió liberarse de los rígidos criterios vivenciales de la generación de nuestros padres. El pelo largo y la apelación al amor se convirtieron en el símbolo y expresión de una protesta que marcó toda una generación.
Por lo que se ve, no marcó a la siguiente. Desde hace décadas, a los políticos europeos les encanta elaborar amplios repertorios de prohibiciones y obligaciones en un dirigismo vital insufrible. Corremos el riesgo (en parte ya realidad) de que los numerosos y amplios poderes públicos nos dirijan hacia un modelo de sociedad plenamente intervenida e infantilizada.
Tengo la impresión de que este reglamentismo agobiante es más generacional que ideológico. Lo padecemos tanto con los partidos y administraciones gubernamentales de la izquierda como con los de la derecha. Si bien quienes más disfrutan y amplían el dirigismo y la invasión de la vida privada son la socialdemocracia, los comunistas y la nueva izquierda destructiva woke.
Si nos atenemos a los últimos años, resulta llamativo el volumen de reglamentos y órdenes ministeriales de todo tipo. En una ocasión llamé la atención en esta columna sobre la extensión del Boletín Oficial de Estado de 31 de diciembre de 2020, que contenía la friolera de 3.000 páginas.
Leyes, reglamentos, impuestos y burocracia son el paraíso ideal en el que se desenvuelven los políticos, que son los hijos de la juventud de los años 60 del pasado siglo. ¿Qué hemos hecho para merecer esto?
Voy a poner un ejemplo de la burocracia y el reglamentismo que nos invaden: el anteproyecto de ley de protección y derechos de los animales. Ya existen numerosas leyes de protección animal, pero los burócratas de la Moncloa se han dedicado a incrementar organismos administrativos perfectamente repetitivos e inútiles.
El citado anteproyecto dispone la creación de nada menos que nueve nuevos organismos en los que poder colocar a los amigos políticos: el Comité Científico y Técnico para la Protección y Derechos de los Animales, la Comisión Territorial de Protección Animal, el Consejo Estatal de Protección Animal, el Observatorio Estatal Contra el Maltrato Animal, el Sistema Estatal de Registros para la Protección Animal, el Registro Nacional de Inhabilitaciones para la Tenencia y Actividades relacionadas con Animales, el Inventario Nacional de Protección Animal, el Fondo para la Protección Animal y el Plan Nacional de Protección Animal.
Debe de existir ya un lobby de academias de formación de tenencias de perros, pues el anteproyecto anuncia la obligación de un cursillo para poder tener una mascota en nuestro domicilio. Esto de generar una obligación que implica un gasto responde en la mayor parte de los casos a una sugerencia interesada de un grupo de avezados emprendedores que se apropian de un negocio con mercado cautivo y sufridor.
Este anteproyecto defiende, supuestamente, derechos de los animales. Pero lo que pormenoriza son 24 prohibiciones y diez obligaciones de los ciudadanos.
En cuanto a los derechos de los animales, impide la amputación o el recorte de orejas a los perros (cosa que ya estaba prohibida desde hace años), pero impone la obligación a los tenedores de mascotas (evita la palabra propietarios) de castrarlos.
Dice el anteproyecto: “Los animales que se mantengan o tengan acceso al exterior de las viviendas y puedan tener contacto no controlado con otros animales deberán estar esterilizados. En el caso de que en una misma vivienda o ubicación haya animales de la misma especie y de distintos sexos, al menos todos los miembros de uno de los sexos deben estar esterilizados”.
Aquí debe haber sido muy activo el lobby de los veterinarios, pues las facturas por la castración de millones de mascotas alcanzarán cifras mareantes. Me pregunto si la Secretaría socialista de Reforma Constitucional y Nuevos Derechos de Félix Bolaños tiene algo que ver con esto. Puestos a otorgar derechos, habría que preguntarle al perro si prefiere que le corten las orejas o los testículos.
Lo dicho. La única esperanza que nos queda a los maduros de la década prodigiosa de los 60 es que nuestros nietos se rebelen contra nuestros hijos y pinten en el pasillo de la casa paterna prohibido prohibir.