La imagen del automóvil de Pedro Sánchez el pasado 12 de octubre, con motivo de la fiesta de la Hispanidad y del desfile de las Fuerzas Armadas en el paseo de la Castellana de Madrid, abriendo paso a la comitiva de la Familia Real delante de los coraceros a caballo, es fiel reflejo del desquicie en lo simbólico del Poder Ejecutivo.
Los periodistas y comentaristas del brillante desfile atribuyeron a los previsibles pitos y protestas del público contra el presidente el hecho insólito de la llegada de Pedro Sánchez medio minuto antes que los reyes y la infanta Sofía. Me permito sugerir que Sánchez disfrutó con esa transgresión protocolaria para significar una preponderancia absoluta del Gobierno sobre el resto de los poderes del Estado.
El decreto de 1983 que regula las precedencias en los actos en los que interviene S. M. el rey no especifica donde se sitúa el presidente del Gobierno en la Fiesta Nacional. Se limita a señalar que ocupa el quinto lugar después del rey, la reina, la princesa de Asturias y los infantes.
Tanto el presidente Adolfo Suárez como Felipe González esperaban pacientemente la llegada de don Juan Carlos y el resto de la Familia Real y se mantenían junto a sus gobiernos. El rey, encarnación simbólica de la Nación, y su Familia saludan a las autoridades. En la lógica protocolaria no tiene sentido que una de las autoridades salude al resto de autoridades.
El Diccionario de la lengua española de la Real Academia dice que el protocolo es “el conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficiales solemnes”. El vacío en la norma protocolaria permitió que, desde José María Aznar en 1996, los jefes de Gobierno acompañen al rey a corta distancia en el saludo de autoridades, con lo que se inició una nueva costumbre.
Los presidentes pasaron, después de 1996, de saludados a saludadores. El presidente del Gobierno emerge como si formara parte de una suerte de diarquía junto al rey en su función de jefe del Estado.
En ningún lugar del referido decreto de 1983 se dice que la preponderancia del presidente del Gobierno sobre el resto de los poderes del Estado es de tal naturaleza que Pedro Sánchez pueda acudir a última hora y saludar, junto a la Familia Real, al resto de presidentes del Congreso, del Senado, del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial.
Cuando el presidente del Gobierno saluda a los miembros del Gobierno, junto al rey, se produce una imagen sin parangón en cualquiera de las monarquías parlamentarias europeas. El famoso lapsus de Pedro Sánchez y su esposa al colocarse junto al rey en el besamanos del Palacio Real habría inaugurado, si se hubiera mantenido, una nueva costumbre, que habrían heredado los siguientes presidentes de Gobierno.
Hay que agradecerle al funcionario de protocolo del Palacio Real que pusiera al presidente Sánchez en su sitio. Que no era junto al rey, recibiendo el besamanos, sino junto a los otros presidentes de los otros dos poderes del Estado.
En 1996, ningún funcionario dijo nada al presidente Aznar (se pueden ver y comparar estos actos en YouTube), que inició un saludo a las autoridades junto al rey. Esa práctica la continuaron Zapatero y Rajoy, si bien los tres esperaban la llegada del rey en el corrillo de ministros y el resto de autoridades.
Pedro Sánchez ha dinamitado el protocolo y ha dado un paso más en la entronización presidencial. Precede en coche al Rolls-Royce de S. M. y además se hace acompañar por la ministra de Defensa. El 12 de octubre pasado, el funcionario de protocolo (al igual que con Sánchez en el Palacio Real) intentó apartar a la ministra en el acto de saludos del rey. La ministra se resistió ostensiblemente. La comitiva de saludos se aumentó con la ministra, Margarita Robles, en una suerte de séquito privativo del presidente. Sánchez ya no era el último de la fila de los saludadores.
El protocolo es mucho más que una cuestión de etiqueta. Es un reflejo de posiciones de poder. En 1978, don Juan Carlos renunció a los poderes extraordinarios heredados del régimen franquista en beneficio del presidente del Gobierno, que en adelante ejerce el caudillismo al nombrar al presidente del Congreso y al presidente del Poder Judicial. Francisco Franco, retirado del Valle de los Caídos, mora ahora en la Moncloa.
Y aquí viene la paradoja española. La usurpación de funciones que ejerce el presidente del Gobierno se hace en detrimento de la representación de la Corona, institución que simboliza el conjunto de la nación española.
Se da la circunstancia de cuanto más figura, menos autoridad tiene el presidente. Hasta el punto de que la presencia de los presidentes regionales de las provincias vascongadas y de Cataluña brillan por su ausencia. Por si fuera poco, el presidente del Gobierno es incapaz de defender e imponer el derecho constitucional de los españoles a utilizar la lengua propia española en esas dos regiones.
Si continúa esta dinámica de usurpación de representación simbólica del presidente a la Corona veremos el año que viene, en la fiesta de la Hispanidad del 12 de octubre, el coche presidencial rodeado también de coraceros a caballo para evidenciar aun más la monarquía presidencial. Esa diarquía que los distintos presidentes han ido construyendo desde 1977.