Escribí hace unas semanas que Pablo Casado no va, mientras que Isabel Díaz Ayuso sí: como un tiro. Casado no funciona y Ayuso sí funciona. Eso es todo. Pues en la izquierda ocurre igual: Pedro Sánchez no funciona y Yolanda Díaz sí. Díaz es la Ayuso de Sánchez, que no puede descansar, como no puede descansar Casado. La precariedad de estos dos líderes resalta porque en sus respectivos sectores ideológicos hay dos mujeres que lo hacen mejor que ellos y son más que ellos. Tienen más consistencia (al menos teatral) que ellos.
Sánchez cuenta con una ventaja que no tiene Casado: Díaz no está en su partido. Aunque esta ventaja puede ser desventaja: los votantes de izquierda podrán manifestar su preferencia por Sánchez o Díaz, puesto que ambos concurrirán a las mismas elecciones. Los de derecha, en cambio, solo tendrán una opción, o Casado o Ayuso, ya que su disputa es interna y los votantes no tendrán que elegir entre ellos. Aunque aparte, naturalmente, está Vox. En estas equivalencias que estoy haciendo, Díaz con respecto a Sánchez vendría a ser, de hecho, una Ayuso que estuviera en Vox.
Con Sánchez ocurre algo alarmante para un presidente del Gobierno: carece de gravitas, y aún de auctoritas. En él no se ha producido esa especie de transmutación que experimentan quienes alcanzan el poder. Además de la investidura formal, el presidente suele beneficiarse de una investidura casi metafísica, o alquímica; un plus que lo inviste de gravedad, de autoridad. Con Sánchez no se ha producido. Supongo que se debe a su esencia vacía (a su carácter de maniquí hueco), a la desvalorización de su palabra, a su consecuente falta de credibilidad, a su soez sectarismo.
Estos defectos no los tiene Díaz, que sí se ha visto investida por ese extra de poder tras ser nombrada ministra y, más aún, vicepresidenta. Ella posee las virtudes (empezando por una cierta gravitas y una cierta auctoritas) de las que carece Sánchez. Tiene gracia, porque la alegre militancia de Ferraz que gritó "¡Con Iglesias sí!" no imaginó que el endeble Pablo Iglesias sería sustituido por la potente Yolanda Díaz: una amenaza real para el PSOE, puesto que ella sí que podría ser la lideresa de la izquierda, incluyendo al PSOE.
El PSOE ha caído en su propia trampa. Un socialdemócrata era, al cabo, aquel izquierdista que no era comunista y que no solo no tenía complejos ante los comunistas, sino que los criticaba y se oponía a ellos con buenas razones. Un socialdemócrata era, en suma, hablando de nuestro triste país, aquel izquierdista que no temía ser acusado de facha.
Desde el momento en que el PSOE se puso a acusar de facha a todos sus críticos, y asumió la retórica de los comunistas y pactó con ellos, se metió en un terreno en el que otros lo superarán: los comunistas. Para eso, Díaz funciona muchísimo mejor que Sánchez.