La simbiosis y el parasitismo (palabras de origen griego, ese idioma desdeñado en nuestra enseñanza) son dos tipos de relaciones muy frecuentes entre los seres vivos y otras clases de sujetos. Los entes simbióticos cooperan entre sí en busca de beneficiarse mutuamente. Los parásitos, sin embargo, no son cooperativos, sino que persiguen el provecho propio a costa del trabajo, la energía vital o la actividad de otro a quien mantienen bajo su control.
Las relaciones de pareja, por ejemplo, van (pueden ir) bien si las dos personas se comportan simbióticamente, es decir, si cooperan y se auxilian entre sí. Pero si una parasita a la otra (sin aportarle nada y, al contrario, sirviéndose de sus logros y menguando sus rendimientos), tarde o temprano, el parasitado, si no ha caído en la sumisión y en la cautividad completas, estalla y dice que hasta aquí hemos llegado.
Nuestro actual Gobierno de coalición nació, además de a la fuerza (otra mayoría no fue de facto posible), con una intención simbiótica: el PSOE necesitaba a Unidas Podemos para gobernar y Unidas Podemos necesitaba al PSOE para desarrollar músculo como grupo apto para gestionar el poder y para obtener una notoriedad con vistas al día de mañana.
Un Gobierno de socios con relación simbiótica exige equidad de esfuerzos y recíproca lealtad, bien sabido que su alianza es provisional y egoísta, pues algún día cada coaligado será rival del otro en unas elecciones ante las que deberá sacar pecho. El asunto no es fácil, ha de haber una sintonía y una armonía musicales hasta que llegue el nada predeterminado momento en que ambas partes se vean obligadas a hacer sonar y subir el volumen de su propia partitura para que los electores les compren su disco y no el del coaligado, de nuevo convertido en rival a campo abierto en el mercado de los votos.
La medida, la elegancia, la sutileza, la templanza, los tonos y, sobre todo, el manejo de los tiempos son factores decisivos y de difícil ejecución para que la orquesta simbiótica suene bien. Si la sección de percusión, por ejemplo, se empieza a perfilar como aspirante a interpretar una batucada por su cuenta ahogando la melodía de los violines, la orquesta sonará fatal y el concierto acabará a sillazos.
En los ya lejanos (o eso parece) tiempos de Pablo Iglesias al frente de Unidas Podemos, ya empezaron a manifestarse síntomas parasitarios en la presuntamente simbiótica coalición gubernamental. Pero aquello se ha quedado en una gamba a la plancha, con la sucesiva algarabía instrumental de su heredera Ione Belarra y de su promocionada Yolanda Díaz, bicéfala descendencia no claramente explicada y, tal vez por ello, de peliaguda comprensión.
A lo que parece, Belarra incrementó el parasitismo de Unidas Podemos, pero héte aquí que Díaz surgió por la izquierda para parasitar (los beneficios del escaparate del poder, digo) tanto a Belarra y Unidas Podemos como a Pedro Sánchez y el PSOE, engordando la garrapata de Izquierda Unida que se mostraba anémica (y vegana) bajo la acción chupóptera de Alberto Garzón.
Es una gran verdad que Yolanda Díaz, mientras se paseó con sugestivos destellos por el escenario del diálogo y del trabajo concienzudo, hizo que sus brillos hicieran lucir simbióticamente al coaligado Gobierno. Pero su paseo periférico y valenciano con otras lideresas de la margen izquierda (y con Belarra fuera de foco) parece confirmar un rumbo propio que parasita en su particular beneficio, dos pájaros de un tiro, la pasarela que le habían brindado a cuatro manos el PSOE y Unidas Podemos.
Manejar los tiempos y los tonos, veníamos a decir, es la clave para la maniobra de desenganche sin que la orquesta se tire los trastos a la cabeza y pueda seguir sonando audible. Pero, claro, si su destino es convertirse en tres o cuatro ensembles de reducido número de ejecutantes se corre el riesgo de que la sinfónica mayoría sea todavía más inviable y de que el maestro Sánchez pierda su ya averiada batuta. Y el tiempo vuela.
En esas carreras de dos coches hacia el abismo de las películas americanas, pierde el conductor que frena antes, pero, a veces, el que no frena se precipita al vacío. Aquí de lo que se trata es de ganar frenando en el límite y antes que el otro salga volando hacia las rocas de la hondonada. Y no parecer ni un cobardica ni un traidor. Complicado.