Este jueves se cumplen 79 días desde que Pablo Casado desveló que no daba su apoyo a Isabel Díaz Ayuso para dirigir el PP madrileño; nada menos que el tiempo que tardó Phileas Fogg en dar la vuelta al mundo en la verosímil imaginación de Verne. Y el problema sigue sin resolverse.
Desde que el 7 de septiembre introdujo el nombre de José Luis Martínez-Almeida como alternativa posible a Ayuso, Casado no ha ofrecido una rueda de prensa en Madrid. Esa actitud huidiza no se corresponde con la imagen de quien llegó a la presidencia del PP por haberse enfrentado con arrojo al aparato para ganar las primeras elecciones primarias en la derecha.
Si el líder del PP considera que Ayuso no debe presidir el PP madrileño porque acumularía demasiado poder en sus manos o porque no se fía de ella o porque está convencido de que otra persona podría hacerlo mejor o por cualquiera otra razón, debería explicarlo.
En realidad, el fondo ya es lo de menos. O por mejor decir, en la forma está la sustancia. Porque las razones para que Ayuso sea o no la próxima presidenta del PP de Madrid es algo que ha pasado a ser secundario. Lo relevante es que se está visualizando y está calando en la opinión pública que Casado no tiene autoridad.
El líder del PP ha dejado que este asunto se le pudra en el plato a la rajoyesca manera, como si no fuera con él o hubieran de resolverlo otros, sin darse cuenta de que los electores le van a juzgar precisamente por esto, no por los discursos de jefe de la oposición en la tribuna del Parlamento. En una encrucijada complicadísima como la que vivimos, ¿quién va a entregar el país a quien no es capaz siquiera de resolver los problemas internos de su partido?
Entre futboleros, de los partidos malos se dice que son pachangas de solteros contra casados. Y en esas estamos. El espectáculo de los últimos congresos regionales del PP ha sido propio de un vodevil, con la lideresa madrileña saliendo del escenario por una puerta para que el presidente nacional pudiera entrar por la otra.
O sea, Casado no puede dejar un minuto más el guión en manos de su fiel ayudante Teodoro García Egea, el Jean Passepartout de Le Tour du monde en quatre-vingts jours rebautizado como Picaporte (qué apropiado) en la edición española. Porque la lección de la novela es que la fortuna sonríe a los audaces.