Durante meses he permanecido atrapada por el poder hipnótico de la televisión, con los ojos fijos en la colada ardiente que escupía el volcán de La Palma. Nunca he visto nada igual. La noche abrazaba el fuego que salía del vientre materno y la fajana hacía su entrada en el mar, lenta y majestuosamente.
Hoy todo sigue igual en la isla bonita, pero la cabeza no deja de darme vueltas. Faltan 21 días para que en mi calendario íntimo se produzca el despegue de la ilusión, tanto tiempo alejada de mis sueños. Lo que me pasa es el síndrome de Cabo Cañaveral (“cinco, cuatro, tres, dos, uno”, ¿recuerdan?).
El día 21 de diciembre comienza la cuenta atrás del solsticio de verano. A partir del 21, cada día amanecerá más temprano y las noches serán un poco más cortas. Así lo acredita el refranero y lo transmiten los taxistas. Empieza el año nuevo con un quiebro de luz recién estrenada. Al llegar el 3 de febrero, festividad de San Blas, los taxistas hacen su particular brindis al sol: “Por San Blas, una hora más”. Se refieren a una hora más de luz. Camino de la primavera, la luz estalla.
Cuando el Cumbre Vieja lanzó su primera vomitona de brasas, Canarias abrió las noticias en los informativos. El epicentro del mundo estaba entonces en La Palma, junto a los plátanos que un día fueron de oro y ahora están cubiertos de sucesivas capas de ceniza.
Hoy el monstruo sigue rugiendo, pero ya no está solo. Le acompaña la pandemia: ya son dos los que comparten protagonismo. Caso aparte es la climatología, que en el último lustro nos ha deparado experiencias harto desagradables. Recuerdo el invierno en que el mar entró en los pueblos y se adueñó de calles y plazas.
A comienzos de año, en Madrid bajó tanto la cota de nieve que nos quedamos esqueléticos y despoblados como un árbol de Navidad sin ramas. La nevada fue bautizada con el nombre de Filomena y gracias a ella estuvimos encerrados en casa más de una semana.
El 21 de diciembre, horas antes de que suene la lotería, el corazón de los crédulos palpitará como una patata caliente. Pasarán los días, las semanas y los meses, y quienes albergamos bajo la carcasa el síndrome de cabo Cañaveral comprobaremos que a los números se les han caído los palotes a la misma velocidad que caen las hojas de los árboles.
Entre los días 20 y 21 de junio sentiremos el mayor grado de excitación del año. Esas fechas coinciden con el calor de la felicidad, que está a menos de dos meses, en pleno agosto. Y de la felicidad de junio a la desdicha de agosto, por cuyas laderas nos deslizamos hacia la gota fría. Luego esperaremos a que el calendario complete otra vuelta entera con los correspondientes brindis: “Por San Blas, una hora más…”.