Cerramos el año con unas cuantas noticias que dan que pensar. Una de ellas es el pacto que ha permitido aprobar los presupuestos para 2022 del Ayuntamiento de Madrid. El alcalde del PP y la vicealcaldesa de Ciudadanos se han puesto para ello de acuerdo con la mano derecha de la alcaldesa anterior y los concejales que la secundan, tachados todos ellos, hasta hace nada, de peligrosos aventureros comunistas. Y lo que resulta aún más impactante: el pacto incluye, entre otras medidas de tinte marxista y colectivizador (como modular la bajada del IBI para que favorezca menos a los más pudientes), aceptar que se nombre hija predilecta a la novelista Almudena Grandes.
Sí, esa misma a la que hace nada se le regateaba semejante distinción por su dogmatismo izquierdista y sus diatribas contra la derecha, profusamente citadas e invocadas para respaldar la cicatería municipal. Hacían falta unos votos, y eso ha bastado para que se imponga la generosidad a la discrepancia, para atender a la relevancia social de una obra y una vida antes que al color de las gafas de quien acaba de perderla. Nunca es tarde si se endereza el rumbo. A ver si al próximo literato de relieve que nos deje, zurdo o diestro o mediopensionista, no se le sacan y airean las columnas para escatimarle el reconocimiento.
Otra noticia se dio a media semana, por excepción, en ese lugar virtual donde no suele pasar nada que importe: las redes sociales que amplifican todos los rencores y todos los chismes. Uno de los más feroces tuiteros que merodean por esa jungla, Hermann Tertsch, dio en comentar una entrevista a una de las tuiteras más dulces, Irene Vallejo, motejándola directamente de gilipollas. Todos los que hemos estado alguna vez en las redes, incluso los que seguimos en ellas con presencia muy somera y sin entrar nunca en reyerta, hemos vivido la experiencia alguna vez. Lo más inteligente que se le había ocurrido al que suscribe es ignorar semejantes pedradas, no responderlas jamás y sobre todo no bloquear al apedreador, que eso les da más gustirrinín. La respuesta de Vallejo, antológica, invita a descubrirse.
Es lo que tiene medir mal las fuerzas propias y las de aquel contra quien se arroja la piedra. Con la exquisita sabiduría que la caracteriza, Irene le citó al injuriador a Marco Aurelio: "La amabilidad es una fuerza invencible. Porque, ¿qué te haría el hombre más agresivo si le dices: 'Hemos nacido para otra cosa. No temo que me dañes, eres tú quien te perjudicas'?". Y le envió sus respetuosos saludos y sus mejores deseos. Jaque mate.
Y hay una tercera noticia, que es la que preside estos días y convierte estas fiestas en un extraño túnel lleno de contagios, cuarentenas y cenas canceladas. Aunque queda algún Gobierno autonómico que intenta poner coto a la vertiginosa expansión de ómicron, otros, como el de Madrid, los de las dos Castillas y León y el de Extremadura, a los que habría que sumar el de la Nación, han bajado ya notoriamente los brazos. Vienen de este modo a aceptar que nunca vamos a poder vencer al bicho, y que la única salida es pactar con él: esto es, dejar contagie a quien le parezca, y confiar en que las vacunas, las infecciones previas y la tendencia al equilibrio entre los virus y los seres vivos que los albergan conviertan la Covid-19 en mal endémico y soportable.
En estas tres historias de finales de 2021 se apunta una posibilidad revolucionaria para salir de la espiral sectaria y de crispación en la que vivimos desde hace ya demasiados años. ¿Y si resulta que la mejor solución, en vez de arremeter ebrios de ira contra nuestros bichos particulares, es buscar la manera de convivir con ellos, desde la comprensión, la amabilidad y, en fin, la filosófica resignación a no ser capaces de exterminarlos?
Quede la pregunta en el aire. Y feliz 2022.