Más allá de las razones plausibles del ministro Garzón contra las macrogranjas y la inconveniencia para la economía española de que se haya puesto guay en The Guardian (qué mejor medio, por otra parte), más allá incluso de su presumible buena fe (si bien algo panfilota), me interesa el asunto del fileteado. No el de las carnes industriales, sino el de los ministros y hasta los presidentes del Gobierno; y en fin, para qué nos vamos a engañar, el de todos, yo incluido.
El fileteado universal: bajo ese imperio estamos. Todos somos varios, cada uno con su registro, sus funciones y su corazoncito. Por ejemplo, los que en Twitter somos faltones luego resultamos unas bellísimas personas, atentísimas, unos príncipes de la delicadeza. Dependemos del escenario y de nuestro público de cada instante. No es que seamos hipócritas, es que somos actores. Es decir, tenemos una conciencia profunda de lo que es la persona: una máscara.
La ministra Alegría pareció entenderlo cuando fileteó a Garzón, cortando de su carne ministerial una loncha de otro género. Las declaraciones a The Guardian, dijo Alegría, fueron "a título personal". Ocurrió algo parecido con el presidente Sánchez hace unos años, cuando la entonces vicepresidenta Calvo declaró que el presidente Sánchez no había dicho algo que sí había dicho el candidato Sánchez: su fileteado en este caso fue temporal. (Algo que hace consigo mismo continuamente Sánchez, que funciona como una sucesión de filetes de Sánchez).
Garzón, sin embargo, se resiste a ser fileteado a título ministerial por parte de Alegría. Insiste en que habló "como ministro y no a título personal". Tal vez porque tiene interiorizado lo de que "lo personal es político". Aunque en este caso tendría que haber precisado que lo que dice a título personal lo dice, justo por eso, como ministro; un apunte de fileteado conceptual hay también, por lo tanto, en Garzón.
El problema de estos políticos nuevos es que llegaron al poder propulsándose con aquella denuncia contra los viejos: "No nos representan". De ahí la tentación de pretender representarse al menos a sí mismos. Con lo que prolongan su error de partida: la personalización (con la consecuente sentimentalización) de un instrumento complejo y delicado como el poder.
Lo contrario de eso no es el cinismo, sino la conciencia teatral: la que impide que la máscara o persona finja una autenticidad además de falsa desastrosa. Un ministro ha de representar el papel de ministro, cuya condición más higiénica es la impersonalidad.