El caso del presidente Sánchez es muy curioso: quería el poder, alcanzó el poder y probablemente (gracias a la inoperancia de la oposición) se mantendrá en el poder. Es un tecnócrata del poder. Pero no sabe qué hacer con el poder. Nunca lo ha sabido. No lo quiere para hacer cosas sino como pedestal: para que se vea que él es el presidente. Es lo que le gusta (gustarse). Tal vez se deba a que tiene un tipín. Se dice que "carácter es destino", pero también lo es el tipín: parecer un maniquí ha determinado su destino político. Sánchez es un presidente maniquí en el escaparate.
En realidad, sigue comportándose como líder de la oposición. Así funciona su cabeza, esa es su política. Desde la presidencia del Gobierno, ejerce una férrea oposición a la oposición. Por este camino, ha alcanzado la perfección al acusar al PP de "negacionismo político". Lo ha hecho en una entrevista de la cadena Ser y en un acto del PSOE en Granada. Por el juego de espejos frecuentemente sórdido de la política, lo que hace Sánchez es negar al PP al tacharlo de negacionista: otra de sus estrategias de exclusión. El negacionista es Sánchez, para empezar. O, por decirlo con mayor precisión, un afirmacionista del negacionismo. O un endosador de negacionismos ajenos.
El vídeo de Granada tiene miga, y es de una transparencia deslumbrante. El presidente habla de la necesidad de "un nuevo proyecto de país", que él "sintetezaría" (sic) en un verbo: crecer. "Nosotros queremos que España crezca, que crezca en economía, en empleo, en justicia social, en derechos, en libertades". Pero hay algo que se interpone y no es la realidad (las dificultades de lo real), ante lo que habría que actuar con conocimiento, inteligencia, habilidad, incluso suerte. No. Lo que se interpone es la oposición, solo la oposición. "¿Qué es lo que tenemos enfrente? Tenemos una oposición ne-ga-cio-nis-ta". Y concluye, tras repasar medidas suyas a las que se ha opuesto la oposición: "La derecha demuestra que el negacionismo político también existe".
Con su señalamiento como negacionistas a quienes cuestionan su política, Sánchez busca un blindaje sin resquicio. Como ha escrito Daniel Gascón, "la etiqueta de negacionismo implica una acusación de ceguera ante la evidencia y una impugnación moral". A Sánchez no le gusta la crítica. Para su corazón de déspota el único problema es lo que se le opone. Por eso su acción de gobierno se concentra en oponerse a la oposición.