A la luz del chivatazo del CIS a Pablo Iglesias se comprende por qué se empeñó en entrar a toda costa en la Comisión de Secretos Oficiales, la que controla a los espías. Es un intrigante nato.
¿Qué hace, si no, un ex vicepresidente del Gobierno manejando datos reservados de un organismo oficial al que sólo tienen acceso muy pocas personas y con la obligación de guardarlos en secreto?
La historia es conocida. Antes de que el garito de Tezanos publicase su sondeo electoral sobre Castilla y León, Iglesias dio a conocer a través de Telegram parte de los resultados. Y lo hizo con exactitud, tal y como después quedó patente.
Enseguida borró su mensaje y se excusó con un candoroso "¿quién no ha mandado un privado al canal?", aunque aquí lo que estaba en cuestión no eran sus descuidos matinales, sino cómo se explica que tuviera acceso a una información que es confidencial.
Es dudosa la teoría que hacen correr en Podemos de que lo hizo adrede, para resaltar unos datos que benefician al partido y darles una repercusión que no habrían alcanzado de otra forma. Ya se sabe que, para sus incondicionales, Iglesias jamás se equivoca, y hay que agrandar el mito.
En esa misma línea, otros dicen que ha sido una maldad para ahondar (si acaso ello aún fuera posible) en el descrédito de Tezanos, y también quienes ven en todo esto un recado, una demostración de fuerza, un 'aquí sigo y mantengo mis resortes de poder'.
Es más probable, en cambio, que alguien en el Gobierno, al advertir el escándalo, diera órdenes para sacar el sondeo del cajón a toda prisa. Por eso el CIS no había avisado formalmente y con anterioridad de su publicación, como es habitual.
Se trataría de restar gravedad al asunto, haciendo ver que, al fin y al cabo, Iglesias sólo había tenido acceso a la información unas horitas antes. Alargar la espera, habría creado además una bola de nieve con las especulaciones acerca de si acertaba o no con los datos.
En cualquier caso, la tesis de la voluntariedad del escape que murmuran en Podemos no le hace ningún favor a Iglesias. Porque admitir que serpentea y sigue en la artimaña y el juego subterráneo convierte en una impostura absoluta sus sermones semanales en la radio, unas veces con Bretos y otras con Basté.
Pero está a tiempo de redimirse. Como el otro día dijo en Valladolid "yo ya no soy político, puedo decir la verdad", tómesele la palabra. Anda, Pablo, confiésanos quién te chivó los datos del CIS. Tanto nos vale el púlpito de la Ser como el de RAC1.