Anunciaba ayer la ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, que la estación Puerta de Atocha pasará a llamarse en breve Estación Puerta de Atocha-Almudena Grandes. Nos van a faltar aeropuertos y estaciones. A este paso, o las celebridades talentosas establecen cierto orden en sus decesos, o vamos a tener que poner AVE desde Estaca de Bares a Punta de Tarifa, de cabo Touriñán a cabo Creus, con edificio formal en cada apeadero esperando a finado célebre.
Yo, que estoy muy a favor de los homenajes y los premios, de la celebración del talento y su reconocimiento, creo que no es esta la mejor idea. ¿Alguien ha quedado alguna vez con alguien en la estación Chamartín-Clara Campoamor? ¿Alguien espera a alguien con flores en la T1 del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas?
Habiendo parques y plazas, incluso glorietas y, si me apuran, rotondas y urbanizaciones de nueva construcción con sus calles por bautizar, no entiendo yo por qué renombrar algo si nunca lo vamos a llamar así. También es verdad que yo al Carrefour le sigo llamando Pryca y de este burro no me bajo.
Explicaba la ministra que este Gobierno pretende renombrar algunas de las estaciones de ferrocarril del país para que su nomenclatura responda al de mujeres "a las que la historia ha invisibilizado" (la historia es heteropatriarcal, machista y un poco cabrona), y señalaba la importancia simbólica de este gesto que evidencia "el compromiso del Gobierno con la igualdad y las políticas de género".
Porque, claro, el nombre de las estaciones es de vital importancia para la igualdad entre hombres y mujeres. Del coste de la medida, ni mu.
Coste que a lo mejor se podía invertir, si de verdad de lo que se trata es de tomar medidas para paliar supuestas desigualdades de género, en acciones que vayan un poquito más allá de lo meramente cosmético, del alicatado buenista con lazo de irreprochables intenciones al aroma de causa justa.
No deja de ser curioso que el cuquismo adanista del Ministerio de Igualdad parezca estar extendiéndose al resto de carteras. Una se espera ya cualquier cosa del Chiquipark de Irene Montero después de cosas como los puntos violeta, ese hito que ha marcado un antes y un después en la violencia de género y sus estadísticas. Pero con la que tenemos encima, cierta seriedad en las instituciones sería de agradecer.
También sería interesante saber si los homenajes y renombramientos llegarán con tanto entusiasmo cuando la difunta sea de derechas. O, sin ser de derechas, pero tampoco abiertamente de izquierdas. O de izquierdas, pero mal. Digo yo que si el reconocimiento es a la obra y al talento, la particular ideología del espichado no debería ser un impedimento.
Y no puede una evitar acordarse de aquel PSOE manifestando su desacuerdo por que se otorgase la medalla de Madrid al escritor Andrés Trapiello, y de un Pepu Hernández que no compartía muchas de sus opiniones, pero no sabía exactamente cuales. Y como no las compartía, las que fuese, la trayectoria y obra del escritor resultaba irrelevante.
Más allá de que Almudena Grandes merezca un homenaje (y una estación, y una calle, y un monumento y hasta un Día de Almudena Grandes, si nos ponemos estupendos), yo creo que el trasfondo del asunto es si somos capaces de reconocer y alabar el talento y el mérito en aquellos con quienes disentimos, aquellos a los que incluso podemos detestar.
Y quizá ahí estaría el ejercicio de honestidad intelectual que todos deberíamos hacer.
Eso nosotros, los ciudadanitos de a pie, los que de una u otra manera participamos en el debate público y salpicamos de opiniones y sentencias los bares y las redes.
Luego están los representantes públicos. Y esos son tal vez los que tendrían que detenerse y pensar si lo que están haciendo en realidad es honrar sinceramente la memoria de un muerto y sus admirables logros o instrumentalizando su imagen y su obra, y el dolor y la emoción de sus familiares, para arrimar su sardina al ascua.