A esa misma hora de la noche y en ese mismo minuto, mientras caían bombas criminales sobre varias ciudades de Ucrania, las cámaras de televisión evitaron enfocar el incidente que acababa de provocar la suspensión del partido entre el Liverpool y el Inter en Anfield.
Nada importante. Un hombre se siente indispuesto y los servicios sanitarios acuden a socorrerle. Pero el protocolo de la UEFA prohíbe emitir imágenes que puedan herir la sensibilidad del espectador. Así que el desconcierto de los comentaristas y entre los televidentes es mayúsculo: nadie sabe por qué se ha interrumpido momentáneamente el encuentro. Y se irán a la cama sin saberlo.
Ha escrito Jean-François Revel que la democracia "no puede vivir sin cierta dosis de verdad".
Las democracias occidentales han decidido ponerse una venda en los ojos para no ver la realidad cuando presenta asperezas. La vida como parque temático. Se empieza aparcando a los ancianos en residencias porque la decrepitud es incompatible con nuestro catálogo de Ikea y se acaba ocultando los cuerpos hinchados y roídos de los inmigrantes que fracasan en su intento de cruzar el Mediterráneo, no vayan a arruinarnos el arroz basmati del almuerzo.
Una sociedad así, que prefiere la realidad edulcorada, o sea, la mentira, a la cruda verdad, es una sociedad débil y fácilmente manipulable.
Hoy se aplaude la censura, de buena fe, porque nos hace la vida más agradable entre selfi y selfi. Ocurre con esta guerra en Ucrania. Hay videojuegos más violentos que las imágenes que llegan de Kiev o de Járkov.
Lo más duro que ha mostrado la CNN han sido las fotografías del intento inútil por reanimar a una niña de seis años en Mariúpol, ante la presencia de sus padres, pero están perfectamente editadas para que a uno no se le revuelvan las tripas.
Hay líderes políticos, aquí, en España, con altas responsabilidades, que han argumentado públicamente que enviar armas a los ucranianos sólo sirve para alargar su sufrimiento. Siguiendo su lógica, quizás lo mejor sería enviárselas a Putin para que acabe antes el trabajo.
Se ha comparado estos días a Putin con Hitler por su voracidad expansionista, pero el presidente ruso lo tiene mucho más fácil con Disney World. La Europa de mediados del siglo pasado estaba curtida en la calamidad. Su capacidad de sacrificio era mayor. Europa del Este es diferente, y por eso Ucrania aún presenta batalla pese a su colosal inferioridad. No es difícil imaginar qué ocurriría si el país invadido fuera España. O Francia. O Italia.
Si las democracias del siglo XXI quieren sobrevivir a los regímenes autoritarios van a tener que volver a conquistar verdades. Y tengo una mala noticia: no se compran en las tiendas de fact-checking.