Celebran algunos estos días que se haya censurado a Russia Today y Sputnik cortando su señal en España. Otros, si no lo celebran, lo justifican o aprueban. A mí, toda censura me parece un fracaso y una mala noticia, así que no consigo estar a favor. Ni siquiera en un caso como este, en el que se me plantean muchas dudas al respecto.
Pero creo que es precisamente en momentos así, cuando se tambalean nuestras convicciones, cuando debemos reflexionar. En este caso, sobre el concepto de libertad de expresión y sobre nuestro derecho, el de todos, a recibir información y opiniones, contemplado en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Es sencillo estar muy a tope con la libertad de expresión, y decirlo en voz alta, cuando estamos de acuerdo con lo manifestado. O cuando, sin estarlo, no nos produce más que un leve incomodo, cierto desagrado.
No nos equivoquemos. No estamos siendo tolerantes en esos casos. Tolerar lo que no molesta no es ningún mérito. La tolerancia se ejerce, debe hacerse, cuando aquello que consentimos es manifiestamente contrario a nuestras ideas y convicciones. Ante una crítica desabrida, una sátira feroz, una agria discrepancia.
¿Pero qué ocurre ante el infundio, ante la manipulación o, como argumentan los que están a favor de esta medida en este caso concreto, la propaganda burda, falsa y peligrosa, cuando no claramente fuera de los márgenes que marca la ley?
Pues ante todo eso tenemos la opción de hacer uso de la propia libertad de expresión para, con mejores ideas y argumentos, desmontar las patrañas. Para acabar con las malas ideas con otras mejores. De informar con rigor, que es lo que se supone que estamos reprochando no hacer a ellos, en el caso de los propios medios.
Y como consumidores de información, tenemos la obligación de seleccionar juiciosa y sensatamente la información que recibimos en lugar de delegar en otro, sea el Estado o sean empresas privadas, nuestra responsabilidad en ello. Comportarnos como adultos, en definitiva, y dejar de hacerlo como una sociedad infantilizada necesitada de que alguien le diga qué creer.
Estoy segura de que la mayoría de las personas a las que he visto aplaudir estos días que YouTube, por ejemplo, haya suspendido los canales de Russia Today o Sputnik jamás ha visitado su página, visto sus videos o prestado atención a sus informaciones. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
Algunos, incluso, desconocían su existencia aquí. Es muy probable que muchos de ellos sólo hayan leído, casi seguro en la cuenta de algún avatar anónimo en redes y sin más argumento probatorio que la propia afirmación en apenas 280 caracteres, que esta censura es una buena noticia.
No seré yo quien defienda que ambos medios no son herramientas de propaganda rusa. Sólo es necesario algún conocimiento básico de la situación actual, un pelín de espíritu crítico y haber echado un vistazo a sus informaciones mientras era posible para formarse una opinión propia al respecto.
Pero tampoco defenderé que acallarlos sea la solución. Porque el debate debería ser más profundo que preguntarnos si es legítimo silenciarlos a ellos en concreto aquí y ahora.
La pregunta debería ser si lo que estamos defendiendo, visto lo visto, es que se censure un medio de propaganda o, en realidad, un medio de propaganda de otros. Porque en este caso estaríamos sentenciando que hay una propaganda correcta y una incorrecta y que, casualmente, la primera es la que coincide con nuestra ideas.
Estaríamos legitimando que todo lo que incomode, lo que apenas turbe, pueda ser tachado de desinformación. Y a lo mejor lo que deberíamos admitir entonces es que llevamos un pequeño y obtuso totalitario dentro.