Me dispongo a escribir sobre el Sáhara cuando de pronto se cruza en mi teléfono una llamada equivocada de Pilar Rahola, que a estas horas está en TV3, opinando sobre el mismo tema. Qué casualidad. Pilar está cabreada y yo también. "Es una traición", dice. Una traición de los progres, que es lo peor. En ese instante se corta la conversación porque le ceden a Pilar el uso de la palabra y yo me quedo a verlas venir.
Desde que el Sáhara Occidental fue pasto de la Marcha Verde y España demostró que estaba incapacitada para afrontar un proceso de descolonización en condiciones, los medios españoles han hablado un día sí y otro también del desamparo saharaui, que recibe el apoyo de Argelia y que emulando la huida de Egipto abanderada por Moisés, llegó a Tinduf y allí estableció su tierra prometida.
Mientras, Marruecos y el resto de los saharauis, que pronto constituyeron una república (la República Árabe Saharaui Democrática, RASD), dirimían sus diferencias levantando un muro en el desierto.
La provisionalidad duró más de cuarenta años. En los campamentos de Tinduf han nacido varias generaciones de saharauis mientras la ONU se devanaba los sesos diseñando referendos de autodeterminación en balde.
Marruecos y la RASD andaban siempre a la greña. Hasta que, un día, Pedro Sánchez decidió que en su mano estaba obrar el milagro. Lo que no hizo el plan Baker lo haría el plan Sánchez.
Fueron muchos los años de afinidad con la causa saharaui. Entonces no había que buscar periodistas prosaharauis. Estábamos ahí, arrimando el hombro, cuando se nos pidió colaboración.
Recuerdo las reuniones en casa de Juan y Carmen Garrigues, que habían montado una sucursal polisaria en Madrid y que allí recibían. Recuerdo a Ahmed Bujari, político y diplomático, amigo de todos, que hizo adeptos por el mundo.
Bujari nació en Villa Cisneros (hoy Dajla) y cursó estudios en la Universidad de La Laguna y en la Complutense. Fue el primer representante de la RASD en España. Fue también embajador en distintos países latinoamericanos y delegado en la ONU, donde alcanzó fama de gran negociador. Murió en Baracaldo.
Visité los campamentos de Tinduf en los años 80, donde hice muchos amigos y adquirí ciencia propia que me ha servido para comprender a los saharauis y pasar de Sánchez. En aquella época, todos los que entraban en contacto con el problema se contagiaban.
No era posible estar en Tinduf viviendo en una jaima con una familia saharaui y permanecer insensible a los problemas de los refugiados que nacían y morían allí.
No olvidaré jamás los desayunos de olivas, dátiles, leche de cabra y pan. Tampoco olvidaré el frío pelón de Navidad.
Todas las noches, en la jaima, me calaba un gorro hasta las cejas, pero aun así pasaba tanto frío que me dolía el pelo. Charlábamos desde la puesta de sol hasta el amanecer mientras tomábamos té caliente e intercambiábamos historias que Pedro Sánchez nunca logrará arrebatarme.