“And also starring Mickey Rooney as ‘Mr. Yunioshi’”.
Con toda esa ceremonia anuncian los créditos de Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961) la presencia del exactor infantil interpretando el papel del quisquilloso vecino japonés de la protagonista (Audrey Hepburn). A Truman Capote le pareció la única garantía que ofrecía el proyecto de adaptación cinematográfica de su texto. Y, sin embargo, detestó a Rooney cuando vio el resultado.
[Me suena haber leído todo esto en un libro de Edmon Orts que ahora no tengo a mano. Disculpen el exceso de confianza].
A lo largo de los años, distintos responsables del filme, incluido el propio Blake Edwards, lamentaron la elección de Rooney para el papel y desearon haber situado en su lugar a un actor auténticamente nipón.
Más de seis décadas después, este montaje alternativo de la película se ha convertido en realidad. El británico Channel 5 decidió emitir el filme sin las secuencias en las que participa Rooney. Se priva así a Desayuno con diamantes de un elemento considerado racista. Podemos convenir que Yunioshi no sea uno de los aspectos más reseñables del largometraje ni ocupe un lugar de honor en la filmografía del actor que lo interpreta. Con maquillaje amarillo, varias prótesis, acento imitado y una sobreactuación que no casa con el tono general del relato. El encanto de lo imperfecto. E incluso, vaya usted a saber, de lo equivocado.
¿De dónde ha podido salir este frenesí censor? ¿En qué momento las puntas de lanza de la modernidad se han convertido en una versión woke de las puritanas de Historia de la frivolidad? Son preguntas pertinentes para los que entendemos el cine como un ejercicio libérrimo de sus creadores. Uno que permita apostar por la naturalidad o por el artificio, por el retrato documental o el trampantojo, sin más exigencia que la calidad final del producto.
Es un auténtico aluvión. Javier Bardem ha tenido que explicar por qué ha interpretado (magistralmente, todo sea dicho) a Desi Arnaz sin ser cubano. En las páginas del portal de información televisiva ligado a este periódico, Mike Medianoche se hacía eco de ciertas polémicas derivadas del hecho de que el actor Víctor Palmero interpretara a Alba Recio, una mujer transexual en la serie La que se avecina. Aprovechando que Palmero abandona la serie, se ponía encima de la mesa la posibilidad de sustituirlo por una actriz que, como el personaje, también fuera transexual.
[Personalmente, siento cierta sorpresa de que resulte avanzada la idea de que un intérprete transexual asuma roles de transexual, cuando tendería a ser más reaccionaria que otra cosa].
No entraremos aquí en el enésimo recordatorio de que “interpretar” se dice en inglés o francés con la misma palabra que “jugar”. (Paralipsis introducida con éxito). Sí podremos abrir la reflexión de lo que habrían supuesto estos criterios tan rígidos en las carreras de Peter Sellers o Meryl Streep.
Cuando estaban rodando Marnie, la ladrona, Tippi Hedren se acercó a Alfred Hitchcock y le comentó si se había fijado bien en Sean Connery. “Se supone que Marnie tiene que ser frígida”, dijo la actriz con preocupación. “Sí, querida. Se llama actuar”, contestó el director. Otra versión del “limítese a fingir” que se le atribuye con otras estrellas que le buscaron para obtener consejos sobre cómo abordar sus personajes.
Fingidos o auténticos, los aspavientos se han convertido en los verdaderos protagonistas.