Desde que la vida me robó la vista (o la vista me robó la vida, no sabría precisarlo), apenas leo prensa. A muchos les resultara paradójico que una periodista como yo no devore, literalmente, los periódicos. Y, sin embargo, así es. A estas alturas de mi existencia ya no consigo leerlos ni con lupa. Desde que las empresas periodísticas redujeron el formato de los periódicos para abaratarlos, mis fuentes son la radio e internet.
Hay una gran incongruencia en esa dialéctica de los periódicos digitales y los de papel. Cuando llegó el cambio, en la España finisecular, se decía que la prensa digital iba dirigida a la gente joven porque los mayores seguían aferrados al tacto áspero del papel y el olor de la tinta.
Las cosas siguen un poco igual. No digo que a los mayores no nos interesen las noticias. Pero para leerlas tienes que ponerte gafas de culo de botella. Lamento decir que no guardo fidelidad al papel. No es eso. Simplemente, dejé de ser joven y me convertí en una perfecta inútil.
De unos años a esta parte no me basta con poner el telediario para enterarme de las noticias. Ahora me informo en el gimnasio mientras hago kilómetros en la cinta. Las noticias se suceden en una pantalla. Son imágenes ilustradas con títulos y subtítulos, mientras una presentadora desliza su comentario y recorre el plató ataviada con leggings y tacones. Alabado sea el disfraz.
Muy de mañana, las presentadoras van en pijama. Pero de buena tarde prefieren un look de discoteca. A Carlos (el entrenador) y a mí nos gusta comentar la jugada. Sobre todo el lenguaje casual de los gestos, cuando ellas se recolocan las tetas y ellos compiten en camisetas pegadas a las costillas.
Pero no quiero irme por las ramas, que luego me falta espacio. Ayer, entre noticia y noticia (o, lo que es lo mismo, entre guerra de Ucrania y guerra de Ucrania), apareció una imagen conmovedora que nunca se me irá de la cabeza. En la calle, un muerto estaba tendido bocabajo junto a un perro, que yacía también a sus pies.
El muerto había soltado de su mano la correa con la que mantenía sujeto al perro. Pero en la foto, si uno se fija, la correa está suelta y la mano del muerto, medio abierta.
Me pregunto cuántas horas permanecería el animal echado a los pies del dueño. Lo más probable es que lo barrieran de un trallazo y, con un poco de suerte, que lo enterraran con el muerto en una zanja. O no. También cabe suponer que no los enterraran, ni al hombre ni al perro, hasta pasados varios días.
No se pueden ver tantas imágenes, unas detrás de otras (con hombres, sin hombres, con niños, con mujeres, con perros), sin sentir continuas punzadas de dolor. Y acordarse del criminal de guerra que anda suelto.