Ese es el rumor en Bruselas, donde lo ven probable tanto socialistas como populares. Es también un rumor a media voz en Madrid, donde la posibilidad de que Pedro Sánchez se presente a unas elecciones para perderlas si los sondeos no le ofrecen una posibilidad clara de victoria cotiza por debajo del bitcoin. Menos aún cotiza la posibilidad de que el presidente se sacrifique por el partido y vegete durante cuatro años en el Congreso de los Diputados a la espera de que cuaje su sucesor al frente del PSOE, sea quien sea este.
El rumor corre también por boca de algunos viejos dinosaurios del PSOE. Esos que pintan ya poco o muy poco en el partido, pero que siguen teniendo buenos amigos en él. Y lo dicen periodistas bien informados como José Antonio Zarzalejos (y otros cuyo nombre me permitirán omitir por aquello de la protección de las fuentes).
El objetivo de Pedro Sánchez sería la presidencia del Consejo Europeo, hoy en manos del belga Charles Michel.
Juega a favor de Pedro Sánchez, en primer lugar, el calendario.
El nuevo presidente del Consejo Europeo será escogido tras las elecciones europeas de mayo de 2024. Y eso deja tiempo suficiente para que Sánchez consolide sus apoyos en la UE y la imagen adecuada para el puesto. Una imagen que, de acuerdo a los gustos de Bruselas, suele ser la de un político anodino, sin demasiada personalidad y, sobre todo, sin responsabilidades políticas presentes o futuras.
Sánchez cumple el tercero de esos requisitos, pero no los dos primeros… en España. Porque en Europa, el presidente del Gobierno lleva tiempo construyendo una imagen de político pactista y promovedor de acuerdos entre posturas enfrentadas. Algo que, de nuevo, encaja como un guante en los gustos de Bruselas.
Y la antítesis, es cierto, de lo que Sánchez ha hecho desde la Moncloa, donde es probable que se le recuerde como el líder político más divisivo de la democracia. Pero si algo ha demostrado el presidente es una sobrenatural capacidad para adaptarse a las circunstancias desprendiéndose sin problemas de la piel del Sánchez del pasado.
España, además, no ha presidido jamás el Consejo Europeo y este hecho también beneficia los intereses de Sánchez. Como le beneficia la fallida candidatura en 2020 de Nadia Calviño a la presidencia del Eurogrupo y la de Luis de Guindos para el mismo puesto en 2015. Porque España nunca ha sido tratada por la UE en consonancia con su peso demográfico y económico. Y puede que 2024 sea el momento en que eso cambie.
España es, además, el más pequeño de los países grandes y el más grande de los pequeños de la UE, lo que alimenta su imagen de puente entre los intereses contrapuestos de un sur católico y vivencial y un norte luterano y mortificado.
Recordemos, además, que la entrega del Sáhara a Marruecos no beneficia tanto los intereses de España como los de Alemania y Francia. Y esa puede ser una de las explicaciones del porqué del sorprendente giro de 180 grados en la postura diplomática tradicional de España sobre el Sáhara.
Quizá ese giro, en fin, obedece más a los intereses personales de Sánchez en Bruselas que a los de los ciudadanos españoles en España.
Eso explicaría también la decapitación de la directora del CNI, Paz Esteban, a cambio del favor de ERC. Es decir, de la posibilidad de agotar la legislatura sin condenarse a un viacrucis de año y medio.
Y eso porque una convocatoria anticipada de elecciones, que probablemente fuera la mejor opción posible hoy para un PSOE que cae de forma lenta pero constante en todos los sondeos y que es muy posible que siga cayendo a lo largo del próximo año y medio, pondría en riesgo la presidencia de la UE para Sánchez entre julio y diciembre de 2023.
Y esa presidencia recae en la figura del presidente o primer ministro del país de turno. El mejor escaparate bruselense posible.
¿Inconvenientes? El PSOE carece de un sucesor claro para Pedro Sánchez, que ha reducido el partido al tamaño de un llavero y se ha rodeado de un grupo de fieles tan devotos de su persona como carentes del peso político necesario para recoger el testigo que deje este.
Pero es dudoso que un presidente que ha ejecutado unas políticas tan corrosivas para las principales instituciones y organismos del Estado (la Corona, el Parlamento, el Poder Judicial, la Fiscalía, el CNI, el CIS o la propia Constitución) pueda sentirse en lo más mínimo preocupado por los problemas que deba afrontar el PSOE tras su paso por él.
La posibilidad, en resumen, existe, tiene mayor base que la de la pura y dura política ficción o los tan golosos what if?, y es la tesis de moda en los bares y los restaurantes del Madrid político. No la descarten de plano.