Temblamos los periodistas cuando las elecciones arrojan un cambio de gobierno. Al mismo tiempo que florecen las quinielas, suele aparecer un mensaje del jefe en la pantalla del móvil: “¿Quién va a ser ministro de Defensa? ¿Quién va a ser ministro de Cultura?”. Queda inaugurado, entonces, un tiempo de lectura compulsiva. Pero de lecturas adversarias, de angustiosas miradas a la competencia: “Mierda, se me ha adelantado Fulano”, “¡Joder, se lo han filtrado a Mengano!”.
Después del temblor, llega el sudor. Porque, de golpe y porrazo, aparecen y desaparecen las fuentes. El presidente del Gobierno, en una suerte de tómbola, sortea con sus nombramientos la calidad de vida de todos los jornaleros de la información.
Conforme van naciendo los ministros, uno consulta la agenda de su teléfono. “Lo tengo, no lo tengo, lo tengo, no lo tengo”. Si tienes poco, las dos épocas quedan entremezcladas; la del sudor y la del temblor. Se tiembla porque no hay fuente de la que beber y se suda para conseguirla.
Pero si se tiene… ¡ay, si se tiene! Uno estrena la legislatura de su vida, como el que entra en un hotel de cinco estrellas con la pulserita puesta. Lo mismo ocurre con los ayuntamientos y los gobiernos autonómicos. De pronto, te nace un barón o un alcalde en el móvil.
Dicen que este clima es muy español, puro Mediterráneo. Sólo posible gracias a una condición: el ministro debutante suele conservar su número civil. Porque en el país de los bares, ¿cómo te vas a pirar de todos los grupos de WhatsApp? A veces, ese instinto conservador, igualmente feroz en los políticos de izquierdas, conlleva el mantenimiento del propio terminal. “Si no está roto, si me lo acabo de comprar, ¿para qué me voy a poner uno nuevo? Menudo coñazo volver a instalar todas las aplicaciones”.
Así nació Pegasus. Me di cuenta el otro día entrevistando a un exdirector del CNI, Alberto Saiz. A veces, las cosas más obvias son las que más se nos escapan. Me dijo: “La primera condición para que te espíen es que sepan tu número de teléfono”. Me acordé de los cambios de gobierno. ¡España es un festival para los espías!
A Sánchez, Marlaska y Robles les han espiado en más de una ocasión. La verdad es que ha sido un fiasco para el género de la novela negra. Parece que meterse en el móvil de un presidente o un ministro era un juego de niños.
El presidente le ha cortado la cabeza a la directora del CNI por la brecha de seguridad abierta en su móvil y en el de sus ministros. En La Casa, me cuentan desde dentro, existen lo que popularmente se conocen como “guías de buenas costumbres”. Esas guías que incluyen consejos para que no te espíen el móvil.
Por ejemplo, no sé, me lo invento: cambia de número cuando llegues al poder, borra los mensajes importantes, no te metas en redes sociales desde el mismo móvil con el que das las órdenes apocalípticas, no visites páginas porno, no uses WhatsApp para contar las negociaciones de una nueva ley.
¿Cuántos de los consejos creen ustedes que han seguido nuestros ministros? Pues ninguno. Porque ellos son como nosotros. Tuvieron una madre que les decía que cogieran el paraguas porque iba a llover y no lo cogían, llegaron tarde a casa por la noche cuando les exigieron lo contrario, mezclaron chupitos y cubatas, se metieron en política en contra de la opinión de sus familiares… e incumplen el programa de sus partidos diez o doce veces por semana.
Pegasus ha cabalgado libre y emancipado porque a los mediterráneos un manual de instrucciones nos dura lo mismo que una cerveza. Por mucho poder que se acumule, hay cosas que no cambian. Algunos ministros dejan de saludar, otros se tornan altivos, los hay que empiezan a mentir, pero casi ninguno de ellos se convierte en un firme defensor de las guías tecnológicas.
Aquel director del CNI me lo explicaba con buena jerga, hablaba del “campo de actuación de cada uno”. ¡Eso sí que es la España vaciada! El Consejo de Ministros, un campo yermo, vacío de toda prevención, donde no crece la hierba y sólo florecen los espías.
Cuando publiqué la biografía de Eusebius, que era un poco gruesa, me dijo un amigo: “Yo no me lo voy a leer, pero me va a servir para calzar una mesa”. Algo así debieron de decir Sánchez y sus ministros cuando les entregaron las guías de buenas costumbres tecnológicas. ¡Ay, dónde estarán las guías! Seguro que Mohamed VI puede asomarse por la mirilla y encontrarlas.