La última ocurrencia legislativa de la ministra Irene Montero, que cavila mucho, tiene por objeto la menstruación. “Estoy muy orgullosa de que seamos el primer país de Europa que empieza a hablar de una cuestión tabú”, ha dicho.
Yo no sé en qué mundo de oscuridades, en qué convento mental se habrá criado esta señora. Lo que resulta cristalino es su idea de la mujer: un ser triste y apocado que necesita ser salvado por el Estado. Incluso cuando padece dolor menstrual. Una mujer débil, esclavizada por los hombres y por la ignorancia, a la que la ministra dedica sobrehumanos y protectores esfuerzos.
Paternalismo al que llaman feminismo, la guerra cultural de la nueva izquierda sangra propaganda. Además, ya se reconocía una baja laboral por dolores asociados a la regla, como por una migraña o una gastroenteritis aguda.
La noticia es sistematizar el asunto. Es decir, dejarlo a merced de la conciencia laborativa de cada cual, en un país de mediterráneas fragilidades. Se cifra en seis millones el número de mujeres que podrían acogerse cada mes a este nuevo derecho, con permiso del médico, mero firmante, nuevo sujeto temeroso de la cancelación dominante.
El cálculo de la noticia en las empresas puede presuponerse: un desastre para el normal funcionamiento de las mismas. De hecho, la medida no parece pensada (verbo muy optimista aplicado a la ministra) para animar la contratación de mujeres en lo privado. El cálculo entre el funcionariado ya se antoja más relativo.
La mojigatería podemita, versión hispana de una plaga de origen anglosajón, es un bonito aliciente para Pedro Sánchez. Cumple la función de entretener al público, ora un numerito contra las cárnicas, ora un sketch de temática sexual, punto fuerte del partido de Yolanda Díaz, obsesionado con las cosas de la entrepierna.
Mientras arde Roma (inflación al galope, paro desbocado), los chicos de Podemos, que son en verdad algo inocentes, se mantienen siempre listos para salir a escena, ruidosamente, y conseguir así despistar al personal de los graves problemas nacionales.
Una Montero hiperventilada declaraba en la SER: “Nuestro país ya es un país [sic] feminista”. Por supuesto, un PSOE más bregado en el maquiavelismo que la ministra, al fin y al cabo eterna diletante de la política, se encarga de crearle a la señora la ilusión histórica, el sentido institucional del asunto.
Así, se envía a la ministra de Hacienda para “negociar” con la podemita, que “salva” su proyecto a medias (sin la reducción del IVA a los productos de higiene íntima, que pretendía) después de arduas negociaciones.
Para Irene resulta un triunfo, un hito en su histórica misión. La vemos acudir a un medio amigo donde despliega su triunfante verborrea, siente que brilla una vez más. La imaginamos luego llegando a casa, el chalé medio vacío (no está el hombre), un abrazo a los retoños, tantas emociones acumuladas.
En realidad, se trata de la última farsa del Gobierno Frankenstein. Gabinete que ya sólo aguanta gracias a la gestualidad de los socios marxistas, su alocada agenda y los puntuales chantajes de los nacionalismos periféricos.
Hemos asistido a la postrera comedia, una Montero sobreexcitada, altisonante, legislando una parida. Veremos, mientras a Sánchez convenga, otras funciones de similar calidad y estilo de la mano de la farándula podemita. Una larga temporada de vulgar e ideológico teatrillo.
Por cierto, sin causar ninguna baja. Estos chicos parecen aplicarse la regla de San Benito. Lo peor de la imbecilidad, como afirma Maurizio Ferraris, es que nunca descansa.