Después de ver lo de la izquierda con Chanel ya hay quien pide un manual para saber cuándo enseñar carne es libertad y cuándo prostitución. No es necesario.
Es algo que entendemos todos. Porque esto es en el fondo como la trágica diferencia entre la puta y el putón, donde la puta le dice que sí a todos, y el putón a todos menos a ti. Ahí es donde se cruza la línea que separa la libertad de enseñar teta de la esclavitud de enseñar nalga. Y no hay mucho más.
Si les parecían mejor las tetas de Rigoberta Bandini que las nalgas de Chanel es, simplemente, porque las tetas de la una llevan ya mucho tiempo manoseándolas, y el roce hace el cariño, mientras que a las nalgas de la otra han llegado tarde.
Que no es que entonces le tuvieran manía a Chanel y ahora se les haya pasado, casualidades veredes, sino que le tenían mucho cariño a Rigoberta, porque era un producto hecho a medida exacta de su Ministerio y de sus lemas pretendidamente revolucionarios.
Y porque, básicamente, esta gente no sabe estar callada. Porque los politólogos les han dicho que tienen que opinar sobre todo, y especialmente sobre las cosas del populacho (divide et impera), y cuando perdió la suya, pues tuvieron que protestar, insultar y calumniar, gritar “tongo”, proponer comisiones parlamentarias y demás. Porque eso es lo suyo y ni sabrían hacerlo distinto ni lo necesitan.
Con Chanel no tenían ningún problema. Se trataba, simplemente, de aplicar a los pedazos de carne la misma lógica que a todos los otros pedazos de sociedad con los que tratan habitualmente. Se trataba de dividir entre hunos y otros para tenernos un poco distraídos en este juego de la teatrocracia, que es la democracia pero como de verdaz.
Y de sumarse al carro ganador, que de eso van las batallas y las guerras (incluso culturales).
Porque aquí ya todo es política menos la política, que es culpa de Vladímir Putin y de la extrema derecha y una cosa indigna de ser tratada y discutida.
Es el mismo proceso macroniano de las despolitizaciones, porque, al fin, el totalitarismo era una tecnocracia. Y funciona del mismo modo en el que todo va de sexo menos el sexo, que va del poder. De ahí que hayamos pasado sin solución de continuidad y para ir aclarando las cosas de hablar de la liberación sexual a hablar del empoderamiento femenino.
Quienes creemos que una canción que invita a prostituirse enseñando el culo no somos moralistas, sabemos que la imagen y el mensaje no son inocentes, ahora tenemos esta letra vomitiva en todas las emisoras y las niñas quieren ser Chanel y no investigadoras, vamos bien! pic.twitter.com/QWcjI3fe8i
— Ángela Escribano Mar (@Angelasororidad) May 15, 2022
Y de ahí que también en el sexo y la libertad se aplique la lógica de que libres y empoderadas son las mías y las demás son todas unas esclavas dignas de ser salvadas, aleccionadas o tratadas con condescendencia.
El problema que tienen con Chanel es el problema que tienen con el feminismo de la ola que surfeen ahora y es el problema que tienen con la libertad y con la democracia.
Es, simplemente, que la libertad de los demás es siempre misteriosa, que lo que nos mueve de verdad es siempre desconocido para los demás, y muy a menudo para nosotros mismos.
Y que el pacto fundamental, constituyente, de las democracias liberales es que aquí y entre adultos, la libertad se presupone. Que el pacto no escrito que todo lo fundamenta es el de asumir que aquí todos somos igualmente libres.
Incluso ministras y cantantes. Igualitas y clavadas en el libre uso de su voz, de sus pechos y de sus nalgas. Y que los motivos, razones e intenciones de cada cual, pues son de cada cual.