Si la idea de lo que es ser mujer se ha convertido últimamente en algo casi abstracto, que no depende de algo concreto como tener o no tener útero, de unos cromosomas XX, de pertenecer a la raza humana siendo hembra y adulta, lo de ser madre ya es el delirio.
Porque claro, hasta hace bien poco había un acuerdo de mínimos conceptual, una cosita así tácita de andar por casa, y una pensaba, estaba convencida, de que para ser madre era necesario, primero, ser mujer.
Y luego tener un hijo. Por ese orden. Porque si eras hombre y tenías un hijo, eras padre.
El hijo podía ser biológico o no, eso va al gusto o circunstancias del consumidor, pero el útero era imprescindible.
Ahora, que basta con sentirse mujer para serlo y que sólo el hecho de insinuar que quizá sea necesario un requisito un pelín más exigente es digno de oprobio, la cosa se complica. Una puede ser madre con barba y pene, y que venga un listo si se atreve a discutirte.
Mi buena voluntad y yo estamos dispuestas a comprar esa tesis en un momento dado y no dejarnos engañar por una voz de trueno ni una nuez en la garganta como el puño de Hulk a la hora de emitir juicios aventurados y no llamar "padre" a un progenitor no menstruante, pero sintiente que se autodetermina, me lo invento, María Luisa.
Allá cada cual, que yo hay días que me siento rica, como hoy, y otros top model. A veces estupendísima persona y, otras, manifiestamente nihilista.
En lo que estoy poco abierta a ceder es en la negociación del concepto ideal de madre. Llámenme exquisita, pero una buena madre, correcta, tampoco para tirar cohetes, pero adecuada, estaría bien que, como mínimo, minimísimo, no secuestrara a su propio hijo y lo tuviese atendido en lo sanitario.
Luego ya, hilando fino, que le dejase ver la luz del sol, relacionarse con otras personas (incluido su propio padre, a ser posible), tenerlo escolarizado, no golpearlo y no tratarlo de retrasado, llegando a provocar que se le reconociese una discapacidad.
El indulto a María Sevilla es patrimonio del movimiento feminista de nuestro país. Gracias a todas 💜 pic.twitter.com/IThZlDu8Op
— Irene Montero (@IreneMontero) May 25, 2022
Tampoco creo que sea pedir tanto una conducta no delictiva ni rayana con la psicopatía. Algo muy básico, de infantería. No seré yo quien le niegue la condición de madre, pues el vínculo con su propio hijo acreditaría la utilización del término, pero sí le discuto, aquí y ahora, la calificación: no es una buena madre.
Y que aparezca la misma ministrilla que sollozaba hace unos días, emocionada, porque por fin había conseguido ella solita la libertad sexual para todas las mujeres de este país, a celebrar como un triunfo del feminismo que una mala madre sea indultada arbitraria y caprichosamente por motivos ideológicos, es una pésima noticia para toda la sociedad.
Porque el mensaje que lanza es, en primer lugar, el de que ser mujer ideológicamente afín es un detente bala infalible, una suerte de joker en la partida de la vida, la impunidad del cortesano.
El segundo, el de que la separación de poderes es algo que la señoradé se pasa por ese lugar inservible para dirimir si se es hembra o macho, pero utilísimo en el regalo de la indulgencia. Que a ella plim las sentencias firmes y los hechos probados, tanto como la falta de arrepentimiento de la sujeta.
Y la tercera, que la verdadera víctima, el niño, a ella no le merece el más mínimo reconocimiento. Algo que ya intuíamos desde que la vimos abrazar el término no científico "violencia vicaria", que convierte a toda criatura muerta a manos de un padre (sólo del padre) en un simple instrumento para dañar a la mujer, verdadera víctima de todo, siempre.
Si es capaz de invisibilizar a menores muertos de manera dramática con tal de seguir apuntalando su desvarío, que no hará con un crío que ha sobrevivido a un secuestro materno. Total, es varón. No es más que otro futuro violador y asesino.