Shakira y Piqué lo han dejado. Dicen los mentideros que el cisma ha venido porque él, aparte de un pedazo de chulo, ha resultado ser también un colosal picaflor -un piqueflor-; qué sé yo, un tipo inquieto, digamos, un revoltoso. Esto significa que el más tonto hace relojes y que la vida no va de lo que nos merecemos. Significa que el valor de una mujer no tiene nada que ver con el trato que le dispense un hombre y que el mundo es un lugar extraño, chiflado, leonino, cómico de puro arbitrario, un zoológico ido de madre donde siempre viene el más cantamañanas de la clase a tocarnos el ovario alto.

La jodiste, Gerardo, o como te llames: centrales como tú hay muchos, os reproducís como setas millonarias, pero Shakira sólo hay una. El problema de esta titana no ha sido tanto que le pongas los cuernos como que has conseguido que se olvide de lo fundamental: es decir, de que es Shakira. No se la culpa. El amor arrasa. El amor maneja un don insólito, corrosivo: borra la personalidad hasta en la era de las identidades.

El amor desdibuja y menoscaba, esa es la verdad: nadie sale de una historia apretá’ tan entero como entró. Por el camino escupes pedazos de ti mismo, te mudas de piel, te descuajaringas, te esparces, te desdices, te desconchas y te traicionas, incluso, en tus antiguas y férreas líneas rojas. Lo cantaban Los Chunguitos: “Si me das a elegir entre tú y mis ideas / que yo, sin ellas, soy un hombre perdido / ay, amor, me quedo contigo”. Y también Krahe, con más gracia: “Yo que pensaba, describiendo algún enredo, / ir con mis letras tras la gloria de Cervantes, / héteme aquí, tras la glorieta de Quevedo. / Por culpa de ella, mis valores -que se dice- son tan cambiantes”. Sólo el amor es más fuerte que el ego, vale, pero a ver si no nos deja en la cuneta. Amiga, date cuenta.

Ya intuíamos por temazos prehistóricos como Antología, Ciega, Sordomuda, Estoy aquí, Inevitable, La pared o Moscas en la casa que Shakira se pilla como si el mundo se fuera a acabar, y hace muy bien, porque es cierto que se acaba. “Todo amor es urgente porque nos vamos a morir”, decía Raúl Zurita. Pero tras los escombros del imperio caído de una misma sobrevive el viejo látigo del amor propio, y de esa sartén no podemos soltar el mango por el primer guapo que pasa: “Siempre supe que es mejor, cuando hay que hablar de dos, empezar por uno mismo”, como cantaba ella, porque taxativamente lo sabía.

Shakira es una compositora brillante, fuerte, desgarrada, con tempestades dentro como una ranchera de Chavela, cosida a revanchas, a seducciones, a esperanzas. Shakira oscila entre la ternura radical y el romperte un chupito de tequila en la cabeza; es como citar a Lope de Vega en medio de una pelea de bar. Shakira es una escritora como la copa de un pino y eso sólo quiere decir que es una mujer que piensa bien, que domina la armadura, que lleva 45 años estudiando la vida e hilvanando una filosofía propia a prueba de neandertales. A una hembra así le vamos a contar poca hostia acerca de cómo se supera una ruptura, porque fue ella quien irrumpió en nuestra adolescencia con sus coplillas hardcore para ubicarnos vivas en mitad de la selva.

Su último disco aprovechable fue Sale el sol, en 2010 -lo levantó una sola canción, pero una tan arrebatadamente hermosa como Lo que más-; y ese mismo año empezó con Piqué. ¿Casualidad? A este lado no lo creemos. Ya después empezó a cantar más en inglés unas vainas que nunca memorizamos, todo hasta despeñar en 2017, cuando casi explotamos de vergüenza ajena con Me enamoré, dedicada al chaval éste que persigue a un balón. “Mira qué cosa bonita, qué boca más redondita, me gusta esa barbita”. No, hija, no; que veníamos de cantar poderíos como “yo sé que estaré bien / las gatas como yo / caen de pie. / No puedo jugar mi suerte por ti / no quiero con ‘v’ pequeña vivir / pronto estaré de aquí muy, muy lejos (…) Yo no quiero cobardes que me hagan sufrir, / mejor le digo adiós a tu boca de anís”. No, querida, no: que tú eres un Ferrari y pocos saben conducirlo.

Ese mismo verano de 2017 bailamos mucho La Bicicleta, con Carlos Vives -qué íbamos a saber entonces que era plagiada-, y también, tarada de amor, nos tuvo que colar ahí por pelotas al futbolista: “Que si a mi Piqué tú le muestras el Tayrona, / después no querrá irse pa’ Barcelona”. Yo qué sé, Shakira. Se me voló la peluca.

La verdadera experiencia adictiva siempre es solitaria, aclaró Susan Sontag, y el verdadero diálogo de la vida es el que mantenemos con nosotras mismas, aclaro yo ahora. Por eso Shakira tiene el poder y la gloria de responderse en sus zozobras presentes con sus certezas pasadas. Por si acaso se encuentra “ojerosa, flaca, fea, desgreñada, torpe, tonta, lenta, necia, desquiciada” por la marcha de Piqué, siempre puede pincharse su colosal Te aviso, te anuncio y hallar aplomo: “Nunca pensé que doliera el amor así, / cuando se encierra en el medio de un no y un sí, / es un día ella y otro día yo, / me estás dejando sin corazón / y cero de razón. / Hoy te aviso, te anuncio, / que hoy renuncio / a tus negocios sucios. / Ya sabes que estoy de ti vacunada / a prueba de patadas”.

O Si te vas, letal guantá’ sin mano: “Cuéntame qué harás después que estrenes su cuerpo, / cuando muera tu traviesa curiosidad / cuando memorices todos sus recovecos / y decidas otra vez regresar / ya no estaré aquí en el mismo lugar. / Si no tiene más que un par de dedos de frente, / y descubres que no se lava bien los dientes / si te quita los pocos centavos que tienes / y luego te deja solo, tal como quiere”. Bimba. Sororidad pa’ quien la merezca, Shakira, tú di que sí. “Toda escoba nueva siempre barre bien / luego vas a ver desgastadas las cerdas / cuando las arrugas le corten la piel / y la celulitis invada sus piernas”.

En Poem to a horse, al cabo, sintetizó como nadie la incomunicación macha: “I'll leave again `cause I've been waiting in vain / but you're so in love with yourself / if I say my heart is sore / sounds like a cheap metaphor / so I won't repeat it no more”. Ella sabía bien que, a veces, tratar de hablar con tipos cerriles es peor que leerle poemas a un caballo. No gastes más energía, nena. Piqué, tío: que el cielo y tu madre cuiden de ti. Nos vamos, será mejor así.