La ola de calor caía a plomo sobre tierras andaluzas. Traía además consigo un polvillo rojo sahariano. Las gentes, acostumbradas a tanto rigor, tenían ya sus trucos: sombrero de paja, calzado fresco y camisa de manga corta (o arremangamiento de la larga, polémicas aparte). Algunos, incluso, ondeaban la bandera patria como si fuera un abanico, brisa que se llevaba el insoportable bochorno de la política neosecular.
Subió entonces al estrado una mujer que no era Macarena Olona y dijo: "Sí a la familia natural, no a los lobbies LGTBI. Sí a la identidad sexual, no a la ideología de género. Sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte. Sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista".
Venía de la bella Italia, era la lideresa del partido Fratelli d'Italia (el nombre hace referencia al himno del país). Giorgia Meloni estaba en Marbella para apoyar a la candidatura de Vox.
Militante juvenil de los herederos directos del fascismo (MSI, partido fundado en 1946 por camisas negras de Benito Mussolini), pasó más tarde por las filas de Silvio Berlusconi, llegando a ocupar un sillón ministerial de poca trascendencia.
Tras el clásico embrollo italiano, baile de negociaciones y cambios sorprendentes de posiciones políticas, se fundó el actual partido, que cosechó en 2019 algo menos del 7% de los sufragios. Ahora, dicen las encuestas, se llevaría el 22%.
Meloni, conforme a sus orígenes ideológicos, contextualiza el fascismo. Admite los errores de las leyes raciales y la alianza con la Alemania nazi, pero afirma también que el régimen de Mussolini hizo cosas buenas, como la modernización del país. Que los trenes llegaran más o menos puntuales e imperara el orden y el patriotismo.
Si algo tiene de positivo su visita a España es que, por una vez, la izquierda lerda podrá señalar con propiedad a alguien usando el apelativo "fascista". Si bien, el término está tan desgastado, tan sobado y manoseado que ha perdido ya todo efecto propagandístico. Esa izquierda tiene en Meloni el espejismo deseado, la vuelta a los años 1930 por la que tanto suspira.
🇮🇹 @GiorgiaMeloni lo tiene claro:
— VOX 🇪🇸 (@vox_es) June 12, 2022
✅ Sí a la familia ❌ No a los lobbies LGTB
✅ Sí a la igualdad ❌ No a la ideología de género
✅ Sí a la vida ❌ No a la cultura de la muerte
✅ Sí a fronteras seguras ❌ No a la inmigración masiva
✅ Sí a la soberanía ❌ No a quien la destruye pic.twitter.com/xQ6lkoZvhO
Hay otro elemento positivo en la polvareda, no precisamente roja, levantada por la italiana en tierras andaluzas. Especialmente para dos partidos. El PP de un Alberto Núñez Feijóo pactista, el gran partido nacional y plurisensible, ve una oportunidad en la guerrilla cultural y solitaria de Vox.
Está muy bien poseer un decálogo de ideas, incluso un libro blanco para consumo de simpatizantes y militantes. Si el discurso woke se cuela en telediarios, en concursos televisivos, en la publicidad, en las aulas y hasta en las cartas de restaurantes, habrá que hacerle frente.
Pero estas son unas elecciones autonómicas y, para más datos, en Andalucía, donde se conservan algunas de las más recias esencias de eso que identificamos (e identifican los guiris) como "español". Una autonomía de raíces conservadoras, con problemas socioeconómicos estructurales y, seguramente, con las mejores capacidades para ser uno de los motores de la nación.
Antaño feudo socialista, materia de ERE y dinero público gastado en luces de neón y polvo blanco, no me parece que el aborto o los transexuales sean de gran interés para el votante medio. Que es el que llena las urnas.
El otro partido que se gusta en las estridencias de Vox es, naturalmente, el PSOE. La fragmentación de la derecha le conviene, es de sobra conocido. Y ahí los de Santiago Abascal, con su batalla frentista, benefician a Pedro Sánchez (camaleónico) al tiempo que pueden darle votos a los populares.
Si el "antifascismo" es un discurso agotado, el fascismo (o sus herencias) tienen un techo lógico. Feijóo se ha volcado en campaña. Junto a Juan Manuel Moreno Bonilla ofrecen algo muy preciado desde la disolución del bipartidismo (qué bien vivíamos entonces): estabilidad y pocas ganas de aventuras. Su fantasma es VOX, tener que depender de él.
Y será difícil no hacerlo, a pesar de todo. La visita de la resistente Giorgia le da alegría a Macarena, pero su partido pierde horizonte de gobernabilidad. Veremos si, el próximo domingo, el PP rentabiliza la fiesta italomarbellí.