Macarena Olona no quiere ser presidenta -eso es de feos, tía, de paganos-, ella puja por salir electa Virgen de Andalucía y ronear en los altares al laíto’ de Dios Padre, que pa’ sus ojos es Abascal: como diría Cernuda, es lástima que fuera mi tierra.
Yo ando preocupada por si al ver a los almonteños saltar la reja de la virgen del Rocío se piensa que son inmigrantes encaramados a la valla de Melilla, pero ella ni caso: quijotesca por una vez, iluminada por el desbarre, está a dos cafés de que le entren los siete males confundiendo las arenas de Huelva con el polvillo del Sáhara, con lo poquito que le gustan a ella esos barrios. Oú con la reina de las marismas. Échale de comer aparte.
Macarena no se achanta. No se esconde en sus delirios de grandeza, fetichista de las coronas, radical profeta de la nada: yo la veo abrazar su propio retrato en monstruoso tamaño cartel -acariciándose la carita guapa-, la veo sonreír sólo con la boca, sin los ojos -como los villanos profesionales- y me entra un escalofrío letal mientras sudo lenguas de fuego en mi sofá a cuarenta grados centígrados. Entre dios y el aire acondicionado, como decía Woody Allen, yo me quedo con el aparato; pero entre Olona y el averno, no tengo ninguna duda: pilladme plaza en el garito ese, que seguro que tiene ambiente. Al cabo, no es que una tenga amigos hasta en el infierno, es que una tiene amigos sobre todo en el infierno.
Olona es la prueba de que no nos cabe un beatito sádico más en la fiesta: segrega una crueldad y un desprecio no ya inexplicable, sino incompatible con un auténtico cristiano. Los diez mandamientos los cumple justitos, va con un 5 raspao’, pero malaje tiene para enterrarnos a todos. Qué papafrita, hija, qué revenía. Ná’ más que nos da enritaciones, ná’ más que dice chuminás. Se la ve fullera, se la ve apollardá’. Ah: me hubiera encantado jugar durante la campaña a mantener una conversación con Macarena sólo con expresiones andaluzas para ver diáfano su gesto de torcuata al no entender carajo.
Andalucía es oído y es lengua, pero qué sabrá la señor-olona: ella se limita a recortar las palabras, a imitar el acento dando pena, como ya hizo en su día Inés Arrimadas, caracterizada de flamenca con menos compás que una gotera y olé que ole, en un sonrojante ejercicio de travestismo que bien acabó en la destrucción de su partido porque ya íbamos a explotar de vergüenza ajena. Lo de Olona -trampantojo sin Pantoja- tiene más delito todavía. Ella es esa ardilla que recorre España saltando de tópico en tópico.
La tía se calza un vestido de lunares y brinda con rebujito para redundar en la obviedad -el estereotipo no es ofensivo, sino algo mucho peor: es aburrido, falto de creatividad intelectual, de pulso artístico. Ya dijo Caballero Bonald que hay que escapar de la brocha gorda: para él, el auténtico andaluz no era el jaranero, sino el taciturno, laborioso, melancólico e introvertido, y a mí eso me enternece y me hace sonreír, porque yo conozco y amo a esos hombres-.
Entorna los ojos melosos la Maca mientras menea el abanico como el que se da aire en la cara con un folleto -con poderío nipón, nivel cero; con la gracia en paradero desconocido-. O se levanta amazona y se encarama a un rocín feriante prácticamente asfixiada por un mantón. Yo iba de peregrina y me cogiste de la mano. El resto nos tapamos los ojos, qué lache, Macarena, quilla, pero su propia ceguera le puede: ella se siente diestra, perita, versada, ella se ve a sí misma como a una maga del disfraz. Ha pillado la pandereta y no la suelta, la bribona.
Yo me parto, porque me recuerda al tecnológico crío de ciudad que va un día de excursión al campo con el colegio y en el autobús, antes de bajar, ya le pican las piernas, porque le teme a la ortiga, a la hormiga y al barro, porque no sabe que las picaduras se curan con vinagre y que un poco de jazmín en la mesilla espanta a los mosquitos.
Yo me parto, aunque quizá me ría menos al final del día por si acaso las elecciones subrayan aquella vieja chirigota hermosa de los Yesterday: “Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos / lo que fuimos antiguamente / pobrecitos y vasallos / siervos de terratenientes / y de chulos a caballo. / Si este pueblo se disparata / con la boda de un matavacas / y la niña de una duquesa / si este pueblo se le arrodilla / a una espada y a una mantilla / este pueblo me da vergüenza”. Se la escribió Juan Carlos Aragón -Maca, apunta, que no te suena el nombre- al “servilismo mamón” de “las marmotas de Andalucía”.
Olona tiene guasa: habla de un “glorioso pasado” andaluz pero desprecia la memoria histórica. Menta a Isabel la Católica y a Cristobal Colón, pero ni pajolera de Blas Infante, de Victoria Kent, de María Zambrano, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, de Mariana Pineda ni de Manuel José García Caparrós. Se acerca a nuestras tabernas como la emperatriz que viene a alfabetizarnos suavemente, entreteniéndonos con nuestro propio opio, acunando a un bebé sureño pa’ las fotos como las pijas que van a Kenia a posar con los críos famélicos. Luego lo suelta enseguida, que mancha.
Olona no es andaluza y nunca lo será así se reencarne mil veces, y no porque no haya nacido en Andalucía, sino porque nunca la ha vivido. Esto no es xenofobia ni exaltación de la identidad local, no va de eso: va de que uno no es de donde saca la cabeza, uno es de donde ama. Y yo dudo seriamente de la capacidad de amor de la candidata: amar es cuidar lo pequeño, todo lo que ella detesta porque siempre anda ensimismada en las grandes gestas. Todo a lo que ella le imprime su mohín de patrona narcisa. Andalucía es un pueblo sufriente y Macarena no sabe del dolor: para ella la vida se cuenta en batallas ganadas. No nos conoces, jamás nos representarás. Maca: cateta tú, que no entiende el andalú.