Mientras los fastos de la Cumbre de la OTAN convertían Madrid en la capital del colorín, la diplomacia y la seguridad, Vladímir Putin contraprogramaba con su primera cumbre internacional después de la pandemia.
El sobeteo de los líderes del mundo libre se convertía en enorme distancia de seguridad en la Cumbre del Caspio, en la que Putin se reunió con los presidentes de Kazajistán, Azerbaiyán, Turkmenistán e Irán. Sus aliados.
De Madrid salía una Alianza aparentemente reforzada, con Rusia como enemigo, China como amenaza y Turquía con un sorprendente cambio de postura cuyo auténtico precio nunca conoceremos.
¿El flanco sur? Varias menciones, ninguna concluyente, pero las suficientes para dejar al presidente del país anfitrión en buen lugar ante la prensa amiga.
Aún otra conclusión. La amenaza yihadista, sea en ese flanco sur o en Oriente Próximo, parece, sorprendentemente, que ha dejado de preocupar. Lo mismo que los países acreditadamente promotores del terrorismo. Como por ejemplo Irán.
Pero la realidad siempre se impone a los buenos deseos y la diplomacia sucia acaba por dinamitarlos.
Hoy se vota en el Parlamento belga un proyecto de ley en el que se adjuntan una serie de convenios internacionales. En concreto, con la República de la India, los Emiratos Árabes Unidos y la República Islámica de Irán.
Se trata de acuerdos por los que los naturales de esos países que deban cumplir sentencia firme en Bélgica puedan hacerlo en su país si así lo solicitan. Lo mismo para los ciudadanos belgas que estén en las mismas circunstancias en los estados firmantes de esos acuerdos.
Ese documento contempla, también, la posibilidad de la amnistía o la conmutación de la pena, si así lo considera su Gobierno.
Aparentemente, se trata de un acuerdo que beneficia al pobre belga que se vea injustamente sentenciado a pena de prisión en países tan poco garantistas (y tan poco democráticos) como Emiratos Árabes Unidos o Irán, y con cárceles que uno prefiere no imaginarse.
¿La realidad? Carta blanca para que agentes de la Inteligencia, la policía secreta o sicarios de estos países puedan atentar libremente en suelo europeo con la seguridad de que, si son detenidos y condenados, y sólo con pedirlo, se les devolverá a su país, donde sin duda no cumplirán condena alguna.
El primer beneficiado de esos tratados (en concreto, el que se firma con Irán) será Assadollah Assadi.
Su nombre probablemente no les diga nada. Pero se trata de la persona que hace exactamente cuatro años organizó y casi consiguió llevar a cabo el que hubiera sido el peor atentado terrorista en suelo europeo.
En concreto, Assadi pretendía hacer explotar una bomba en el encuentro anual de la resistencia iraní que (hasta entonces) se llevaba a cabo en la localidad de Villepinte, en París.
No se trataba de una convención cualquiera. En ella se daban cita, además de la líder de la resistencia, Maryam Rajavi, varias decenas de miles de exiliados, dirigentes políticos, parlamentarios y activistas de los cinco continentes. De haber tenido éxito, hubiese sido una autentica masacre.
Como quedó contrastado, el plan había sido aprobado por Alí Jamenei, líder supremo de Irán, en su Consejo de Seguridad, en presencia del por entonces primer ministro Hasán Rohaní y de su ministro de Asuntos Exteriores, Mohammad Yavad Zarif.
El MOIS (el siniestro Ministerio de Inteligencia y Seguridad iraní), designó para llevar a cabo el atentado a Assadi, quien ocupaba un puesto en la embajada de Irán en Viena.
Haciendo uso de su inmunidad diplomática, transportó el artefacto explosivo desde Teherán hasta Viena y desde allí viajó hasta Luxemburgo, donde se reunió con dos agentes del MOIS encargados de hacer detonar la bomba durante de la convención.
La colaboración de distintas agencias y policías europeas permitió que se abortará el atentado. Pese a las presiones del Gobierno iraní, Assadollah Assadi fue condenado a una pena de 20 años de prisión y sus cómplices, los agentes Mehrdad Arefani, Nasimeh Naam y Amir Saadouni, fueron sentenciados a 17, 18 y 18 años de cárcel, respectivamente.
Si hoy se aprueba este convenio, los cuatro podrán volver a su país, donde, lejos de continuar con su condena, serán amnistiados y, muy probablemente, premiados.
Es difícil entender los motivos de Bélgica para tomar una decisión que no sólo le deja inerme ante el terrorismo extranjero, sino que, como consecuencia, debilita también a sus socios europeos.
Durante una década se ha dejado que Rusia asesinase impunemente a sus opositores en suelo europeo. La dependencia energética contaba demasiado.
Ahora que la invasión de Ucrania nos ha obligado a dejar de mirar para otro lado, esa dependencia energética se ha hecho más evidente que nunca.
Quizá sea eso lo que subyace tras este tratado absurdo con India, Emiratos Árabes y sobre todo, Irán.
Nuevos proveedores de energía, nuevas reglas. La hipocresía de la diplomacia de verdad.
[Un apunte personal. El día del atentado frustrado me encontraba sentada a sólo dos metros de la líder de la resistencia iraní Maryam Rajavi. No supimos nada de lo ocurrido hasta dos días después. Particularmente quienes estuvimos allí sabemos que a partir de mañana, Europa será un lugar bastante menos seguro para quien defienda la democracia y la libertad].