A Adriana Lastra la han dimitido, y con ello Pedro Sánchez se ha quitado un pesado lastre de encima (qué juego dan estos apellidos, como el de Gabriel Rufián).
Y España, de paso, también.
Este perfil de políticos faltones, de barrizal y vuelo gallináceo, sólo emponzoña el debate nacional. Y cada vez que uno dimite o es expulsado, se celebra como un gol de tu equipo en Las Gaunas.
Pero más allá del valor que aportase la asturiana al debate político, es evidente que el presidente ha aprovechado la coyuntura de un embarazo de alto riesgo (es innegable que a sus 43 años lo es) para quitársela de encima.
Cristian Campos compilaba en Twitter informaciones recientes de EL ESPAÑOL donde se daba fe de las molestias que la vicesecretaria general había provocado recientemente en Su Persona. Desde las cuitas internas con el número 3 del PSOE, Santos Cerdán, a su errática misión de amordazar al crítico Emiliano García-Page, pasando por los pésimos resultados en Andalucía.
Y tuiteaba Campos, asombrado, que hubiese gente que creyese que Lastra dimitía por estar embarazada. A mí me asombra que él, un periodista que está al cabo de la calle, se asombre de esta perversión a esta alturas de partido. Supongo que será un pasmo retórico.
Otra tuitera escribía lo siguiente: "Señoros que no tienen ni puta idea de lo que es un embarazo de riesgo, cuestionando decisiones médicas".
Así funciona el sanchismo, amigos. Primero le compran el relato a Sánchez, luego lo justifican y después cornean contra los que piensan mal. Como si un ginecólogo o un especialista en obstetricia no supiese más de un embarazo de riesgo, por el hecho de ser hombre, que una cajera de supermercado, por el hecho de ser mujer.
Salvo el poder, para Sánchez todo es instrumental, desde Adriana Lastra hasta su feminismo de solapa. Así, se ha deshecho torpe y públicamente de los principios fundamentales feministas envolviendo el despido de la asturiana en un embarazo que exige reposo. ¿Para qué existen entonces las bajas?
Se ha marcado un Leticia Dolera, vaya.
Es como si Florentino Pérez se declarase un activista defensor de los derechos de los trabajadores lesionados y aprovechase una elongación de ligamento de Eden Hazard para rescindir el contrato del futbolista belga. Y encima tuviese que justificar su salida el propio mediapunta alegando que prefiere estar en casa descansando en vez de en el banquillo, forrándose.
Además, estar encinta jamás fue motivo para abandonar la política activa. Ahí están los ejemplos de Inés Arrimadas, Macarena Olona y, sobre todo, de la añorada Carme Chacón. Los tres fueron casos de primíparas añosas (embarazos riesgosos), y la exministra de Defensa con el problemón añadido de padecer una cardiopatía congénita que, apenas diez años después, le costaría la vida.
Aunque es verdad que ni a Lastra ni a ninguna otra "trabajadora" se le puede exigir la entrega temeraria de Carme Chacón (es icónica su imagen pasando revista a las tropas: más que romper filas parecía que iba a romper aguas inminentemente), sí que al menos dignificaran algo más su profesión y su activismo.
Pierden el oremus por Pedro. El problema del PSOE se resume gráficamente degenerando en una década de Carme Chacón a Adriana Lastra.
Habría que escuchar, por cierto, a la exvicesecretaria socialista si, por ejemplo, la que dimitiese por estar encinta y con riesgo fuese Isabel Díaz Ayuso. Máxime cuando en el hipotético caso se hubiese filtrado en la prensa un malestar de Alberto Núñez Feijóo con la líder madrileña.
Lastra hubiese abierto fuego a la orden de Su Persona: ratatatatatá. Se despacharía con tremendas lindezas. Que si machistas, que si vergüenza, que si Franco…
Ardo en deseos de escuchar los crujidos de las contorsiones intelectuales del sanchismo mediático para justificar la decisión de Adriana tomada por Moncloa, cargando de descalificativos a los que ponemos en duda el relato urdido por alguien al que no le compraríamos ni una cerveza helada en Badajoz a las 16:00 de la tarde rebajada un 75%.