Vuelve Anna Gabriel, a quien algunos siguen considerando la más radical de las líderes del procés. Con buena parte de razón. Pero la radicalidad de Gabriel, como la radicalidad de la CUP, sólo sirve para iluminar la realidad. La normalidad.
Al fin, lo extremo es siempre una oportunidad, y a menudo una excusa, para justificar o excusar la normalidad. En Cataluña, claro, donde la culpa del procés no la tienen, pobretes, los jóvenes radicales de Arran, sino los antiguamente encorbatados convergentes, los empresarios del seny y la moderación y el periodismo analítico, serio y reflexivo.
Gabriel nunca pretendió ser como ellos. Y tampoco lo fue en el momento decisivo, cuando tantos fueron a la cárcel y otros tantos al exilio de Bruselas. Ella no podía ir a la cárcel, porque no le correspondía, y no podía ir a Bruselas, porque sería ya el colmo del cupero el convertirse en profesional de la política institucional justo en el exilio.
Para hacerlo épico, que es de lo que se trataría, Gabriel podría haber ido a Venezuela o a Cuba. Pero ella se fue a Suiza, el centro excéntrico de Europa, supongo que por aquello de que al enemigo sólo se le derrota desde dentro y los suizos estaban muy necesitados de un poquito de activismo sindical.
Gabriel no es como aquellos cobardes que huían de la cárcel. Huir de la cárcel es lo normal. Es lo comprensible. Y es lo que hace que, en realidad, el sistema funcione. El miedo a la cárcel es el último de los poderes del Estado y un enorme peligro.
[De antisistema a dirigir un rico sindicato: así han sido los cuatro años de Anna Gabriel en Suiza]
Y la que podría ser, o haber sido, una de las más peligrosas consecuencias del procés es que hubiese, realmente, una generación de políticos y de activistas que hubiesen perdido el miedo a la cárcel. Que la convirtiesen incluso, como dicen y como pretenden sin mucho éxito, en ritual de paso. En martirio necesario. En credencial, incluso, como en otros movimientos “de liberación nacional” que ahora, perdidamente impúdicos, reivindican como afines.
Gabriel tenía que ser de estas últimas. Porque Gabriel era una valiente, sacrificada por su país y por su causa, que huía sin miedo y sin necesidad, solamente para dejar claro que en esta España tan normal, tan democrática y europea, alguien como ella simplemente no podía seguir viviendo.
Se fue para poner en evidencia al aparato represor del Estado español. Para avergonzarlo ante el mundo libre y también, diría yo, aunque no me consta que lo dijese ella, ante todos aquellos rendidos y colaboracionistas que están ahora viviendo, la mar de bien y la mar de cómodos, de la política autonómica y del pasteleo de dineros y cargos con el Gobierno español.
Y ahora vuelve, dicen, gracias a oscuras negociaciones y pasteleos de esos mismos rendidos y colaboracionistas. Negociaciones de las que ni siquiera el periodismo procesista conoce los detalles. Pero que, insinúa, le garantizan la libertad y le prometen el indulto.
La CUP celebra esta vuelta como una victoria de la resistencia. Otra más. Pero su insistencia en que ahora vuelve porque por fin se ha aclarado que su acusación no implica privación de libertad da la medida exacta de la situación del independentismo. Del más radical y del menos.
Todo lo que hizo dependía, precisamente, de que su acusación no implicase cárcel y de que su exilio fuese voluntario, heroico, activista, resistencialista y antisistema, y no cobardica e institucional, con sede oficial y demás lujos, como el de sus antiguos compañeros de lucha.
Todo se basaba en que, siendo ella la más radical de todos, no podía ser menos que los demás. Gabriel, simplemente, no podía presentarse ante sus compañeros de batalla como una mujer liberada previo pago de una multa que se supone que nadie de su condición, digamos que alternativa, debería poder (ni aceptar) pagar.
Y ahora que vuelve la más radical de las líderes del procés, los periódicos procesistas le guardan una esquinita en la home para recordar a sus lectores que su vuelta es una buena noticia y que la unidad antirrepresiva implica dar apoyo a todos los represaliados.
Sin peros y sin preguntas. Por si hacía falta aclararlo.