"Por decir en una metáfora, lo que a mí me seduce […] es esta imagen tan triste, tan hermosa y tan tierna en la niña afgana que se ha convertido en viral en Twitter […] bueno yo creo que estamos en política todas nosotras por la sonrisa de esa niña".
Estas palabras, labradas ya en los mármoles de la nueva política, fueron pronunciadas por Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno, en un discurso que algunos periodistas del régimen populista han calificado de "histórico".
Yolanda es una mujer sensible. Encerrada en ese marco emocional, no puede resistirse a la bonita misión de evangelizar la política, tan fea y austera antes de su providencial aparición. Así, lanza al viento de la nación cosas nacidas del alma, que repite una y otra vez: "cariño" y "alegría".
¿Y qué puede haber más importante que el cariño y la alegría en un país con un 13% de paro (27% en menores de 25 años)?
Se podría decir que ella no es la responsable del desastre, si bien, que sepamos, es ministra de Trabajo. Tengamos, pues, fe y entreguémonos al alborozo y al amor, enemigos letales del desempleo.
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Sobre este grave asunto, la receta de Yolanda (el cariño, en suma) ha consistido en regar de ayudas a los futuros votantes. Aquello mismo que el pituso Íñigo Errejón confesó sin rubor hace unos años: crear redes, es decir, redes clientelares. El sector de la hostelería aclaraba la situación hace unos días, en declaraciones a ABC: "Te viene mucha gente diciendo 'no me hagas contrato, porque estoy cobrando una ayuda".
Luego está la cuestión de los viajes "oficiales" de la señora. Aficionada a visitar al papa (al argentino lo ven como un filón publicitario de la izquierda internacional), no queda clara la naturaleza de dichos encuentros. Transparencia no ha recibido todavía una explicación convincente al respecto.
El último periplo, baratísimo según el Gobierno (224€ en concepto de dietas), podría haberse financiado con dinero público, Falcon y escolta mediante. Por cierto, sepan que las dietas de los funcionarios de policía llevan congeladas desde 2002.
Otra belleza que ha aportado Díaz a la historia de la retórica española resonó en el Matadero de Madrid, con motivo de gala de Sumar y ante la presencia del avieso Juan Carlos Monedero: "La política es escuchar, escuchar, escuchar…".
Es decir, la vieja escuela del análisis y la actuación, e incluso la del escuchar poco y que los técnicos hagan su trabajo, ha muerto, según nuestra heroína. En verdad, y escuchando sus giros verborreicos imposibles, sus frases inconexas, da la impresión de que ella está en política para escucharse a sí misma. O que tiene una relación compleja con la realidad.
Me recuerda al colegio, cuando el profesor me espetaba: "¡García, no se enrolle, no ha estudiado la lección!". Con fortuna, y después de mucho ejercicio, quizás llegue a darse cuenta de la interminable palabrería con la que ha inundado el discurso general. Un aluvión de nadería intelectual.
Por humanidad, deberíamos compadecernos de que un ser de luz, con tan nobles intenciones, no dé pie con bola. Si la puesta de largo de su nueva formación Sumar le llenó de alegría, el proyecto inicial no ha hecho sino restar con el tiempo.
Primero conquistó para la causa, paseando ufanas por las decadentes Ramblas, a una Ada Colau ya imputada. Después se cayó del cartel Mónica Oltra, investigada por un repugnante caso de presunta pederastia. Y ahora, abnegada, comunica a una nación tan necesitada de su afecto que Sumar no se presentará ni a municipales ni a autonómicas. Un varapalo.
Ahondando en la sensibilidad de nuestra querida ministra, faro entrañable de la nueva izquierda, recupero unos versos de Pablo Milanés, autor con el que Yolanda comparte pasión por el Manifiesto Comunista: "Si alguna vez me siento derrotado, renuncio a ver el sol cada mañana, rezando el credo que me has enseñado, miro a tu cara y digo en la ventana: Yolanda, Yolanda. Eternamente, Yolanda".