Si algo nos ha enseñado esta pandemia, o al menos eso espero, es que debemos aplicar la mayor cantidad de conocimientos científicos posibles en nuestro día a día. Aunque existe una evidente tendencia a la "información" inmediata sin cimientos, al final la ciencia toma la palabra y habla desde la cordura de los datos y análisis sólido.
Un ejemplo claro ha sido el origen de la pandemia. Luego de especular con varias hipótesis, algunas exageradamente fantasiosas, ya podemos decir que se ha probado con rotundidad que fue una zoonosis en las inmediaciones del mercado de Wuhan la causante de la Covid-19.
También podemos confirmar que, a pesar de todos los desvaríos informativos que hemos tenido, la viruela del mono es un problema que va tomando dimensiones significativas con alrededor de 4.000 casos confirmados en España (más de 18.000 en el mundo). Y, nota importante, no se transmite por el aire ni es específica de los hombres que mantienen relaciones sexuales con hombres, tal y como la corrección política y en ocasiones la mala intención impone decir.
Poco a poco los conceptos propios de un laboratorio devienen populares y llegan a regir las decisiones que vamos tomando, algo que se agradece.
En este tórrido verano, además de los incendios por doquier, se mantiene la pregunta cuya respuesta merece una columna específica, siempre desde los datos y la reflexión científica. ¿Qué hacer si tenemos que convivir con alguien que se ha contagiado con el SARS-CoV-2?
Lo lógico es aislar a la persona infectada del resto de la casa. Para ello sería necesario confinarla en una habitación y cerrar la puerta. Versiones más estrictas añaden láminas de plástico para separar el recinto o enrollar una toalla y pegarla bajo la puerta donde duerme la persona con Covid-19 para reducir la cantidad de aire que entra y sale de su habitación.
Mas, esto en ocasiones no es posible. La vida, a veces moderna, a veces carente de recursos, nos hace tener pisos de una habitación, con un baño y ambientes comunes o multipropósitos, como salón-cocina-comedor, despacho-salón, etcétera.
Por otra parte, el nivel global de contagio es tan enorme que ya no se adoptan medidas de cuarentena para los infectados, que, de no tener síntomas acusados, siguen con su vida laboral y actividades cotidianas, como ir al gimnasio y tomar el transporte público.
Es entonces que debemos recordar lo que conocemos del dichoso virus que ha trastocado a la humanidad. El SARS-CoV-2 ha mutado y las variantes que hoy infectan son diferentes a la original, pero la vía de transmisión sigue siendo la misma: el aire. Ergo, el uso de la mascarilla nos sigue evitando, en gran medida, el contagio.
La persona que debe llevar una mascarilla es la infectada, porque actúa como control de la fuente para evitar que el virus salga al aire. Te recuerdo que las más efectivas son las llamadas FFP2. En otros países se conocen como N95, KN95 o KF94. Ellas mantienen el virus a raya. Las personas no infectadas también pueden llevar mascarillas como una capa adicional de protección en ambientes compartidos con positivos para Covid-19.
Algo que también debemos tener en cuenta es que las partículas que salen de los estornudos llevan virus asociados, por lo que si tenemos contacto táctil con ellas y luego nos llevamos las manos a la nariz y la boca estamos facilitando la entrada del virus.
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Huelga decir que la ventilación continua de las estancias reduce la carga viral en el ambiente y con ello la probabilidad de infección. Está claro que con las temperaturas que estamos teniendo, lo de abrir las ventanas para que entre el fuego que abrasa las calles no es una opción placentera por estos días y lares. Todo está en el equilibrio y las prioridades: seguridad versus confort.
Una alternativa a contemplar es filtrar el aire. Esto reduce la cantidad de virus que flota en la casa. He visto por la red auténticas genialidades que sustituyen a los filtros HEPA, cuyo coste no está al alcance de todos los bolsillos, entre ellas la llamada caja Corsi-Rosenthal, que se puede construir en casa usando filtros, una caja de cartón y un ventilador.
Aunque parezca de lógica primaria, te recalco que los vulnerables deben estar lo más alejados posible de la fuente de contagio. En ese grupo se encuentran los ancianos y las personas inmunodeprimidas. Según las estadísticas de evolución de la pandemia, ellos, junto a las personas que no están vacunadas, son los que están sufriendo el mayor impacto en cuanto a hospitalizaciones y fallecimientos.
Un problema grande está en los espacios públicos que compartimos. Ya no es obligatorio el uso de mascarillas en los centros de trabajo, cines, teatros, museos y gimnasios. Es de agradecer que aquellas personas con conocimiento de su estatus positivo para Covid-19 usen mascarillas para proteger a los demás. Esta medida es popular en los países asiáticos desde mucho antes de la pandemia, sentido común y generosidad ciudadana.
Por otra parte, si quieres evitar contagiarte úsala mientras la actividad que estás realizando te lo permita. No existen evidencias de afectaciones serias de la salud por su uso y sí de la protección que confiere.
Hasta que se logre una vacuna esterilizante tendremos que convivir con el virus, pero hazlo de manera inteligente usando toda la información científica disponible.