Tienen gracia las bromas sobre la enorme cantidad de hielo que gastó Rosalía en el videoclip de Despechá porque todo lo que había de decirse sobre el asunto está dicho en la E de expansiva y en Saoko: Cuando los cubito’ de hielo ya no es agua / ahora es hielo, se congela, uh, no.
Y tienen gracia porque la verdad que asoma tras esas bromas es el mismo miedo al advenimiento de un mundo sin hielos en las gasolineras ni luces en los escenarios; el miedo a la distopía tecnológica que ella de algún modo parece combatir en toda su obra. No por sumisión al discurso ecologista y demás, claro, sino por la superación del miedo apuntando hacia un futuro al mismo tiempo plenamente tecnológico y alegre, con una aparente inocencia casi infantil. Ta-ra-ra-ta-tá-ra (en la ola de Corea).
Es algo que se vio bien en el concierto en Barcelona y, supongo, en muchos más.
Se anunció que algo estaba a punto de pasar cuando la pantalla, la enorme pantalla que constituía prácticamente todo el escenario, se puso a escribir sola. Y cuando las luces empezaron un crescendo de parpadeos no apto para epilépticos ni para almas sensibles como la mía y cuando el ruido fue creciendo hasta llegar al borde de lo insoportable.
Tanta luz y tanto ruido y tanta gente gritando sólo podían anunciar la llegada de un dios o de un tirano, pero lo que emergió por un lado del escenario fueron unos seres que gateaban como bebés enormes o como bestias, vestidos de negro con máscaras blancas, luminosas, que recordaban a las de los malos de Star Wars pero que daban mucho más miedo.
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Todo eso parecía anunciar el advenimiento de la distopía tecnológica hasta que de entre esa masa de cuerpos, presuntamente humanos, emergió Rosalía vestida de rojo, y quitándose la máscara le pidió al público, y un poco a sí misma, para qué engañarnos, las mismas explicaciones que estaba a punto de pedirle yo: Chica, ¿qué dices?.
El público, educado, gritó Saoko, que dicen que significa energía, movimiento, y que sirvió para que los petrificados, que éramos yo y un niño detrás de mí pero que deberíamos haber sido todos, nos sobrepusiéramos al terror y para dar comienzo a un concierto que se movería entre el rojo y el negro, es decir; entre el sexo y la muerte, entre lo obsceno y lo macabro. Pero con un toque cute, que se diría es inevitable en ella, y que la llevaría a sonrojarse y sonreírse cada vez que el público dijese Z de zorra, o la pusiera por encima de esas putas.
Rosalía empieza el concierto dejando claro que del miedo se sale hacia arriba, hacia el futuro, si prefieren, y no de vuelta hacia una supuesta pureza perdida. De ahí que ella misma sea igual de cantaora con un chándal de Versace que vestíita de bailaora.
El optimismo hace el futuro es un optimismo tecnológico muy particular que se ve también en el salto que hay entre El mal querer y Motomami, que se supondría el salto entre el mundo de la tradición y el del futuro pero en el que, al fin, las motos japonesas se comportan como caballos andaluces; que se levantan sobre las patas traseras, giran sobre su eje; arrancan y frenan en seco. Como ella misma.
También ahí, despechá sobre las bolsas de hielo se ve que su cuerpo no está diseñado para el posado y la pasarela sino para el baile y el hentai. Una mujer que en catalán llamamos “de cuixa forta”, que pisa fuerte porque sabe dónde pisa y que ya por eso yo diría que es anti-trágica. Es, al menos, anti-edípica, por el de los pies hinchados, que no sabe quién es porque no sabe dónde pisa. O al revés.
Ella sabe bien lo que hace y sabe bien que tampoco ella podría hacer otra cosa. Y aunque no tenga dinero, no tenga a nadie / Yo voy a seguir cantando, porque me nace. Pero que ella nació para ser millonaria y que tiene gracia que en Barcelona la M no sea de Motomami sino de Milionària, en ese gesto empoderador tan daliniano de ganar y gastar y que tanto choca con la tradicional avara povertà dei catalani.
El dinero es una presencia constante en su obra como lo son todos los intentos del hombre por intentar superar la decadencia propia de nuestros asuntos, y se diría que de nuestra época, buscando la trascendencia. Dinero, decíamos. Y sexo, y fama… y amor, y Dios, y arte.
Que sabemos que la fama es mala amante y una condena, pero dime otra que te pague la cena. Y sabemos que sólo Dios salva pero tanto ella como su abuela que lo primero es Dios; ni la familia ni chingarte. Y que lo que dios te dio te lo quitará. Y lo que pasó ya no pasará. Y que sabemos que el amor con amor se paga, pero el amor que más dura no es el que no acaba sino el que no se olvida y que mientras espera una ilusión de amor lo que se oye de fondo, casi indistinguible de un latido, es una voz que repite Kiss me through the phone / While I lick you just like licorice.
Pero el que sabe sabe / Que si estoy en esto es para romper / Y si me rompo con esto, pues me romperé / ¿Y qué?. Que de eso trata el arte porque de eso trata la vida. Que ser una popstar nunca te dura, que aquí el mejor artista es Dios y que nuestra más alta tarea es la de keep it cute.
Por eso tenía que acabar el concierto con CUUUUuuuuuute, que más que una canción es un mandato.