Quizá te resulte extraño que le dedique una columna a algo que supuestamente se aleja de la medicina, la inmunología y la investigación farmacéutica. Es probable que empieces a dudar de ese expertise que reclamo cuando alguien se erige en un medio de comunicación para dar una opinión.
Sin embargo, las ciencias nucleares no están alejadas de mi formación. De hecho, mi primera carrera fue Física Nuclear. Además, mucho de medicina, biología e incluso inmunología estará detrás de lo que se viene si una guerra con armas nucleares tuviera lugar.
Por estos días, miro con intranquilidad la escalada militar en Europa debido a la guerra en Ucrania, pero no es este el único foco de preocupación. El careo entre la India y Pakistán se eleva por momentos, China se enemista con Estados Unidos por el apoyo a Taiwán, los países nórdicos se alinean con Occidente para hacer frente a Rusia y el etcétera se torna alarmante.
No es la primera vez que el planeta se encuentra a las puertas de un desastre nuclear. Desde Hiroshima y Nagasaki, los humanos hemos jugado a amenazarnos con la aniquilación de la especie y en más de una ocasión hemos estado al filo del precipicio.
De esto mucho sabe mi amigo Carlos Umaña, médico, miembro de la junta directiva de la ICAN (Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares) y Premio Nobel de la Paz en 2017, quien me recuerda que el riesgo actual es más alto que nunca, incluso más que en 1962, cuando la crisis de los misiles en Cuba. En aquel momento, el llamado Reloj del Apocalipsis marcaba la medianoche menos 7 minutos.
Creo que no hay dudas de que con la guerra de Ucrania el mundo se asoma, nuevamente, a la devastación.
Mas, vayamos por partes. El más pequeño de los conflictos en el que dos naciones se lanzaran mutuamente bombas nucleares provocaría, irremediablemente, hambruna para toda la humanidad. Por muy localizado que estuviera el conflicto, las consecuencias serían planetarias.
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Además de las muertes inmediatas por el bombardeo, están las consecuencias secundarias del uso de este tipo de armas. La radiación y el efecto invernadero.
El primero, la radiación o, lo que es lo mismo, la propagación de energía en forma de ondas electromagnéticas y partículas subatómicas que provoca una explosión atómica, es capaz de inducir modificaciones genéticas que acarrean enfermedades, fundamentalmente varios tipos de cánceres.
El segundo, el efecto invernadero, tiene lugar por el hollín que cubriría a las ciudades en llamas, creando una especie de caparazón capaz de rechazar la luz solar, induciendo un descenso de las temperaturas con las irremediables consecuencias que esto tendría para las cosechas, por ejemplo.
Recientemente, un grupo de científicos han modelado varios escenarios posibles de conflicto nuclear para evaluar sus consecuencias y los resultados son preocupantes. Dos de ellos ya ponen los pelos de punta.
Una supuesta guerra nuclear entre la India y Pakistán, desencadenada por la disputada región de Cachemira y en la que se usen unas cien bombas del tamaño de la que se lanzó en Hiroshima (menos de la mitad de sus arsenales y menos del 1% del arsenal global), podría enviar entre cinco y 47 millones de toneladas de hollín a la atmósfera.
En el caso de darse una contienda nuclear entre Estados Unidos y Rusia, se podrían producir 150 millones de toneladas de hollín.
En ambos supuestos, la nube que cubriría el planeta persistiría durante años hasta que el cielo se despejara, provocando un descenso considerable de la temperatura global de hasta 16 grados. Son pocos los ecosistemas que podrían sobrevivir al frío extremo y a la escasez prolongada de luz solar.
Las cifras del estudio son contundentes. En el escenario bélico más pequeño, el de un conflicto entre la India y Pakistán, la producción de calorías en todo el planeta podría caer entre un 7% y 50 % en los primeros cinco años después de la guerra.
En el caso de una beligerancia entre Estados Unidos y Rusia, la producción de calorías necesarias para nuestra subsistencia disminuiría un 90% cuatro años después de la guerra. Ni la peor de las películas apocalípticas se acerca a esa probable realidad.
En el mismo trabajo científico, los autores hicieron varias suposiciones, incluyendo que las personas siguieran criando ganado o que se destinara a nuestra alimentación la totalidad de los cultivos hoy reservados a los animales de crianza.
Todos los supuestos llevaron a escenarios dantescos. Ni la reutilización de los cultivos para biocombustibles para el consumo humano ni la eliminación del desperdicio de alimentos nos salvarían de una hambruna generalizada.
Otra de las consecuencias inmediatas sería la paralización del comercio internacional. Los países optarían por alimentar a la población dentro de sus propias fronteras en lugar de exportar alimentos. ¿Te has percatado que sólo he hablado de las consecuencias directas sobre los seres humanos?
Si a los modelos se suma la desaparición de especies necesarias para el funcionamiento de los ecosistemas, el desabastecimiento de materias primas necesarias para la producción de medicamentos y el desconcierto generalizado por una situación bélica de ese calibre, el resultado es mejor ni comentarlo.
Mi amigo Carlos Umaña, por su formación, incide en las consecuencias médicas. Aparte de las heridas traumáticas y las quemaduras se produciría el síndrome de radiación aguda, que causa descomposición y fallo de los órganos vitales. Esta es una de las formas más dolorosas de morir.
A diferencia de otros desastres, será imposible socorrer a los millones de personas que queden heridas y atrapadas en los escombros por la radiación y la destrucción de infraestructuras, por lo que los civiles (hombres, mujeres, niños y ancianos no combatientes) padecerán una atroz agonía.
A mediano y largo plazo, dosis menores de radiación producirían una serie de padecimientos entre los que se encuentra el debilitamiento del sistema inmunológico, malformaciones congénitas, cardiopatías, enfermedades de la vista, problemas respiratorios y varios tipos de cáncer.
Ya te dije anteriormente: ni la más apocalíptica de las películas ha logrado plasmar esta posible realidad.
Además, nunca debemos olvidar que el botón nuclear se puede activar por errores informáticos incluso en tiempos de relativa paz mundial (esos momentos que ya empezamos ver nuevamente lejos). Como ha dicho el secretario general de la ONU António Guterres, la humanidad está a solo un malentendido de la aniquilación nuclear.
Parece transparente que el desarme nuclear total es la única garantía de que esto no ocurra.
Es entonces que llamo a la cordura y a que busquemos, entre todos, salvar el planeta para poder salvarnos. No hay plan B.