Me ha gustado mucho esta última Diada. Hacía tiempo que, entre represiones y depresiones, fugas y proclamas, procuraba alejarme de ella, de sus noticias y espectáculos varios. Pero ningún tiempo es eterno y la política está construida sobre un lecho pantanoso.
Me ha agradado, principalmente, porque ha sido ochentera, y yo tengo un grato recuerdo de aquella década. De una Barcelona más simpática, libre y venturosa. De cuando el independentismo era minoritario (va volviendo a esos números) y, además, guerracivilista. Es decir, cuando eran cuatro gatos y se llevaban a matar, como ocurría con el archipiélago marxista y sus incontables pugnas y divisiones internas:
-Oye, Manolo, esta tarde hay Comité Central, avisa a Pepe.
-Calla, que no va a venir, que se ha pasado al maoísmo.
Qué tiempos de gallardía ideológica. Algunos pensábamos no volver a verla. Pero he aquí que el querido independentismo nos vuelve a regalar épocas saladas, puñaladas traperas, el ambiente insalubre y auténtico de la traición política.
Como saben, el president republicano Pere Aragonés no acudió a la manifestación orquestada por la ANC, bajo el argumento de que el acto estaba concebido contra ERC y no contra el Estado Español, enemigo común. Traducido: para los de Oriol Junqueras la ANC es un agente al servicio de Junts per Cat, herederos de Pujol que compiten con Esquerra por la hegemonía en Cataluña.
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También saben ustedes que el partido de Aragonés tiene relaciones amistosas con el Gobierno de Pedro Sánchez. Quíteme el 25% del castellano en las escuelas y yo le doy estabilidad parlamentaria en el abominable Madrid.
La citada mani, convocada a las 17.14 h, en rememoración al año mítico de 1714 (los catalanes somos siempre romanticones), tuvo un forzado carácter libérrimo, pátina de apoliticismo que, en realidad y como hemos apuntado, parecía pensada para fastidiar al Govern de Aragonés.
Así, un eslogan que la resume, visto entre la multitud la tarde de ayer, fue sin los políticos ahora seríamos independientes. En cualquier caso, la marcha indepe careció del lucimiento de los años dorados en que se celebraban coreografías de inspiración juche (aunque en Pyongyang se habrían tronchado) y los abuelitos sentían renacer bajo la ilusión de una cuarta edad catalanísima.
Además, y reconocido incluso por los comentaristas de la televisión pública catalana ("la nostra"), el ánimo y número de personas asistentes resultó incomparable a los de años anteriores. El procés en fase deprimente ha llegado incluso hasta sus mayores propagandistas, un retorno a la realidad que es de agradecer por saneamiento general.
Por la mañana, antes de la citada manifestación, la Festa per la Llibertat, organizada por Òmnium Cultural (fundado por burgueses catalanes bajo el franquismo), fue el gran acto de la jornada. Allí se podía observar el estado anímico del movimiento independentista.
Estaba presente Aragonés, quien, en su discurso institucional, había afirmado que "Cataluña volverá a votar". Un formalismo, una boutade para no perder autenticidad nacionalista. El jefe de Òmnium (Xavier Antich) ofreció desde el estrado la mejor prueba de tal estado de ánimo, tan decaído como melancólico.
Dejo aquí algunas perlas de este señor para la crónica de una muerte anunciada: "El 80% de los catalanes apoya el derecho a decidir", mantra que ya casi nadie racional se cree. "Habíamos llegado muy lejos, habíamos hecho grandes cosas", nostalgia divina. Y, ataque de sinceridad, llegó a proclamar que "tenemos un problema", estamos en "fase de parálisis" y hay una "tendencia autodestructiva".
El acto matutino reunió una cantidad formidable de fealdad, gestos depres, vestimentas horrendas, mujeres sin teñir, hombres con barbas y pelos desarreglados. Hicieron acto de presencia los abertzales, Meseta Castellana, el Frente Polisario y demás folclore revenido. La voz mitinera resonaba, interpelando a "la juventud organizada, con una mirada fresca", mientras, en ese momento, un plano corto de TV3 mostraba a tres muchachas de estética woke: una enfrascada en el móvil y las otras dos con la mirada perdida.
Entre tanto, en Lérida celebraban esta Diada poniendo énfasis en "los derechos de las mujeres". Quien no se contenta es porque no quiere. El fin de fête, sonando el himno catalán Els segadors (apología ruralista de la violencia), parecía un funeral.
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Quizás fuera la última resaca nacionalista, movimiento raro que, desde hace más de un siglo, sigue seduciendo a una parte de los catalanes. Desde luego, el procés puede considerarse su momento más álgido desde los años treinta de la pasada centuria (cuando Cataluña era de Esquerra).
La madrugada del sábado hubo incidentes en el Borne, barrio popular donde se forjó la mitología catalanista antiborbónica (rebelión austracista del siglo XVIII). Está allí instalado, en lo que fue el cementerio de la basílica de Santa María del Mar, un pebetero que honra aquellos acontecimientos sacros del nacionalismo catalán. Incluido el PSC-PSOE de Pasqual Maragall, quien inauguró el lugar por iniciativa de su socio ERC (los experimentos de las izquierdas siempre se prueban en Barcelona).
La madrugada, decía, entre antorchas inquietantes, hubo insultos entre gente de ERC y de JxCat. Un follón sacado de la memoria de los años ochenta, cuando los indepes eran pocos y andaban a la gresca. En el terreno de la anécdota, se produjo una reyerta de género femenino entre una periodista freelance que estaba cubriendo el acto para TVE y una rubia no identificada. Este es un hecho oscuro, circulan videos de la rubia azotando a la freelance y otros de esta última intentando un gancho de derecha a un joven apuesto que estaba por allí. A la espera de que se aclare, el episodio suma para la abultada lista de microviolencias de Ciudad Colau.
En definitiva, esta Diada documenta un hecho general y deprimente del independentismo. Un estado de las cosas plagado ya de deslealtades, zancadillas y luchas por el poder. Y, a la postre, por controlar el abundante dinero público.
En las horas previas, TV3 ofrecía (supongo que en atención a la audiencia mayoritaria y también haciendo honor al género eufemístico, tan querido por los catalanes) la película La guerra de los abuelos. Visca Catalunya.