Javier Marías, junto a Roberto Bolaño, es el novelista contemporáneo que más he disfrutado leyendo. También, aunque un punto menos, Vargas-Llosa, García Márquez, Juan Manuel de Prada, Houellebecq, Delibes y Vila-Matas.
Probablemente, Berta Isla, con Los detectives salvajes y los cuentos de Borges reunidos en El Aleph y Ficciones, son los libros que me llevaría a la dichosa e hipotética isla desierta. Y el Quijote, claro.
Berta Isla, su penúltima novela, fue la que me abrió las puertas de su imaginario. Lo sé, llegué tarde como a todo en la vida. Disfruté como un populista verborreico en una barra de bar con las historias de Berta Isla y su marido, Tomas Nevinson.
Es un libro que me llegó de rebote, ya que a mi madre y mi abuela se les caía de las manos hasta que lo recogí.
Marías no hace bestsellers históricos de guerra, asesinato, cortejo y fornicio. Tampoco son folletines bobarísticos. Las de Marías no son novelas de acción, sino de reflexión. No escribe libros de playa, sino de butacón con orejeras, lápiz y post-it a mano.
El autor de Corazón tan blanco exige no poco al lector, los globeros de bestsellers se quedan en las primeras rampas del puerto de Marías: un hors catégorie. Las novelas-ensayo del escritor de Chamberí sobrevuelan en círculos, cual buitre leonado, el objeto de las mismas.
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Marías escribe novelas de aproximación, obras concéntricas, en las que observa y aumenta un detallito (que para cualquiera pasaría desapercibido), para hacer germinar desde esa semilla minúscula toda una "jungla de las declinaciones del diccionario que no acierta nunca con el matiz preciso", por decirlo con Borges.
En el comienzo de las narraciones del académico, en su primera página, en su primer párrafo e incluso en su primera frase, ya está el argumento de la obra. Las de Marías no son historias-Cluedo para que tu tía de Talavera resuelva el asesinato como un crucigrama.
Este empieza con una detonación. Así ocurre en Corazón tan blanco, Los enamoramientos y Mañana en la batalla piensa en mí, por citar tres obras que tengo a mano. Y lo que viene luego son los porqués, pero no los porqués policiales, sino los morales. A lo Coetzee.
Y es que pasan muy pocas cosas en las novelas de Javier Marías. Más racionales que sentimentales. Pero lo que pasa, el autor lo exprime como un alcalde comunista el bolsillo de sus ciudadanos.
El artífice de Todas las almas para el tiempo (cual muletazo de El Paula) y como valiéndose de una moviola juega con este. Y con dicho VAR novelístico, rebobina el momento clave, lo pausa, hace zoom, lo mira desde otros ángulos…
El rey de Redonda hace que sus personajes, complejos como una persona de vena y piel, se torturen y jueguen con las hipótesis de "¿y si hago esto?", "¿por qué no dije aquello?", "¿qué pasaría si…?".
La anglofilia, el Madrid burgués (de El Viso a Chamberí), Shakespeare, la traducción, los guiños futboleros, las elipsis, la empatía femenina, "las comillas simples", etcétera, son constantes en la obra de Marías.
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Mas el elemento que hace brillar sus escritos, para mí, es el humor. Ese humor finísimo, se diría que inglés, que se gasta el escritor en sus novelas.
Así, a bote pronto, se me vienen a la cabeza escenas tremendas. Como la que abre Corazón tan blanco, en la que el padre de la suicida, ante la contemplación del cadáver de su hija, no sabe qué hacer con el trozo de carne que tiene en la boca y que se pasa de un carrillo a otro.
O aquel glorioso primer encuentro entre Tomas Nevinson y Mr. Tupra (el arquetipo del imaginario del autor madrileño) en una biblioteca de Oxford. Creo que es de las pocas veces, quizás la única, que me he carcajeado durante la lectura. ¿Y Liudwinito? Quién haya leído su obra postrera sabe a qué/quién me refiero.
También está la vertiente MacGyver de Marías. Con un tenedorcito de pinchar patatas bravas o un encendedor Zippo es capaz de generar más tensión que el músico de Hitchcock o el portero de La Roja si se llama David de Gea.
Así, con el hijo del filósofo, se marcha, con permiso de Vila-Matas, el último escritor profesional español. Un literato que dignificó su profesión sin necesidad de hacerse el simpático, bajar al barro de tertulias radiotelevisivas o la política, publicar sus mejores tuits o diluir su calidad en cantidad con tal de facturar 200.000 ejemplares anuales.
El reinado de las letras de sir Javier Marías, miembro de la Royal Society of Literature, duró (permítanme la licencia) los 70 años que vivió. Las mismas siete décadas durante las que reinó Isabel II: 1952-2022.
Como hace notar Karina Sainz Borgo, ya no habrá más novelas de Javier Marías. Pero siempre podremos volver, como él hacía con sus obsesiones literarias, a su cosmos oxoniense y madrileño donde a los lectores exigentes nos atrapó con el horaciano prodesse et delectare.
A mí, que llegué tarde a Marías (como a todo en la vida) aún me quedan obras por descubrir del académico. Y esta vez mi demora se traduce en la suerte y la ilusión del niño que aún le quedan cromos para completar el álbum de La Liga. He encargado en la librería del barrio la trilogía Tu rostro mañana. El miércoles llega.