Recuerdo bien la primera discusión pública en la que me vi envuelto a propósito del hiyab, o velo islámico. Fue hace veinte años y se acabó convirtiendo en una agarrada bastante violenta.
Tuve la ingenua idea de decir que era un asunto complejo y que para juzgarlo y sobre todo tomar medidas coercitivas —por ejemplo, prohibir la asistencia a las aulas de chicas con velo— era conveniente atender a la casuística diversa que se daba entre las musulmanas que acababan adoptando el tocado capilar.
No lo decía porque sí. En mi familia hay mujeres que se han criado en la fe musulmana —ninguna velada, por cierto— y que me contaban las muy variadas razones por las que amigas suyas se ponían el pañuelo, otras lo rechazaban y otras lo llevaban o no dependiendo de la circunstancia y de su conveniencia. Traté de explicarlo, pero mi interlocutora —una conocida exdiputada socialista— no me dejó. Me acusó de paternalista y de machista y cortó el debate con su intemperancia. Hace muchos más de veinte años que aprendí que no se discute con exaltados.
Dos décadas después, sigo creyendo que la cuestión no se presta a zanjarse con respuestas simples. Y menos si se trata de prohibirle a alguien algo asumiendo que lo hace bajo coacción. La presunción de inocencia exige tener pruebas de esto último. Y el derecho a la igualdad tener en cuenta que hay mujeres que por motivos religiosos derivados de otra confesión van por ahí con la cabeza cubierta sin que nadie se haya planteado jamás impedírselo. No resulta fácil gestionar una sociedad diversa.
Dicho esto, de lo que no cabe duda es de que hay mujeres que se ven forzadas contra su voluntad a portar una incómoda prenda que no desean lucir e incluso aborrecen.
Puede suceder en algunas comunidades cerradas de países occidentales. Y sin duda alguna sucede, como esta semana ha quedado acreditado, en la República Islámica de Irán, donde incluso hay una policía que se ocupa de verificar el cumplimiento de la imposición. Y que días atrás acabó con la vida de una mujer, por no llevar colocado el pañuelo a plena satisfacción del fiscalizador de turno.
El atropello ha desencadenado una ola de protestas entre las iraníes. Muchas de ellas han quemado sus velos en público y hasta se han enfrentado a los antidisturbios.
Estados Unidos ha impuesto sanciones personales a los responsables de la policía de la moral del país de los ayatolás. Y por todo el planeta se ha extendido un clamor en apoyo a las iraníes y en reivindicación de su libertad indumentaria. A él se han sumado feministas de todo el orbe y simples defensores de los derechos humanos.
Con una llamativa excepción: nuestra ministra de Igualdad, Irene Montero, que en este como en algunos otros episodios que se supone afectan a su ramo ministerial —léase los abusos de la soldadesca rusa sobre niñas y mujeres ucranianas— se sitúa misteriosamente lejos de la cabeza de la manifestación.
Esta semana algunos han elegido vituperarla a propósito de su supuesta promoción de la pedofilia en sede parlamentaria. La escucha atenta de sus palabras deja bien claro, a cualquiera que las interprete de buena fe, que nunca promovió tal cosa y que su desconcertante discurso sólo es fruto de su talante crispado y de un desaliño argumentativo que nada tiene de perversión.
Sin embargo, sorprende para mal que se desentienda con tanto donaire de mujeres que son víctimas de un régimen al que tanto se cuida de afearle nada. En Irán, Irene Montero tendría que llevar un pañuelo en la cabeza y no podría llevar a cabo ni una sola de las políticas de su departamento.
Ella sabrá si calla por ideología, por cálculo electoral o por alguna deuda. Pero es triste que alguien que debería mostrar más valor para plantar cara a la infamia se convierta en su silente consentidora.
*** Esta columna fue escrita con anterioridad a que la ministra Irene Montero se pronunciara en su perfil de Twitter sobre el problema del velo en Irán: "Urge una investigación efectiva del asesinato de Mahsa Amini como exige la ONU. Todas las mujeres que participan de las protestas en Irán deben saber que cuentan con nuestro respaldo ante las violaciones de DDHH. El feminismo está al frente en las luchas por la democracia".