Primero fueron los presos, que siguen saliendo. Ahora, la sedición. De fondo, el sainete del CGPJ. Y España, un gran país. O, al menos, uno estoico. Porque soporta con gallardía el tóxico devenir de su política. Devenir que, de no ser por lo dañino, resultaría absurdo.
A la paradoja de acordar Presupuestos para España con quienes viven obsesionados en su disolución se le suma la desvergüenza con la que lo hacen, su total desenvoltura, que ya ni bambalinas buscan para negociar el Código Penal a cambio de unas Cuentas en las que, por supuesto, no creen. Ni creerían aunque fueran buenas.
Por el camino, mientras dure la comedia, el Gobierno va arrojando paladas de frustración, de insulto incluso, sobre miles de españoles. Y, muy especialmente, sobre los que en el País Vasco siguen sufriendo las jactancias de EH Bildu y los que en Cataluña siguen soportando el acoso del nacionalismo.
En este punto, la cosa no va de ibuprofenos para que la fiebre les baje a los dirigentes nacionalistas. Quizá hubo un tiempo en el que la cosa fue de eso. Pero ya, a estas alturas, no. Es evidente que no. Es palmario que el PSOE ha cambiado y que, en lo territorial, lo ha hecho desarticulando toda posición y poniendo en alquiler el hueco que un día ocupó.
Otra paradoja. El presidente que tanto arremete contra los ricos, los empresarios y las élites ha hecho suya la misma dinámica de oferta y demanda con la que funcionan, precisamente, esas empresas y esos ricos a los que tanto señala.
[Opinión: Pedro Sánchez miente sobre el delito de sedición en Europa]
Porque Sánchez no pacta. Es incapaz de hacerlo. Sánchez transacciona, acuerda y malvende. La lógica del comercio la ha llevado a la política mejor y más efectivamente de lo que jamás lo hubiera hecho cualquier liberal.
El PSOE es un partido en venta. Es triste que lo sea. Y ni siquiera pueden venderlo al peso, porque ya no pesa.
Confía el presidente en lo frágil que es la memoria y en un repentino repunte en las decaídas economías familiares a fuerza de engordar el Estado y sus empleados.
Confía, incluso, en llegar a tiempo para el ciclo electoral del año que viene. Y hay quienes le dan ya por amortizado. Pero no. El presidente, en el fondo, es preso de sí mismo, no de otros. Porque en el comercio no hay cautivos, sino mutuos beneficiados. Y esa lógica es una lógica impermeable a otras consideraciones.
Si tiene que ser la reforma del delito de sedición, lo será. Y cuando el Código Penal no baste como moneda de intercambio, será lo que tenga que ser, que puestos a desmantelar, nada mejor que el país, con sus leyes, sus libertades, sus derechos y otros estorbos.
Y si se llega a la recalificación de la Constitución como suelo urbanizable, pues adelante, que para eso Pedro Sánchez es Pedro Sánchez. Sin que nadie, además, le cante un reproche más alto que otro, por si acaso.