Algo entendió Clint Eastwood cuando, hace ya muchos años, subió al estrado en plena convención republicana y se puso a discutir con una silla vacía. A la silla la llamaba Obama y a Mitt Romney, futuro presidente. Pero su intuición se hizo cierta años después, cuando en esa silla no se sienta Joe Biden y la oposición no la lidera Donald Trump.
Hace años que los republicanos hablan con una silla vacía. Porque a los demócratas, para mantenerse en el poder y para salvar el sistema, les ha bastado presentar a Biden, a quien ahora y muy compasivamente empezamos a ver un poco desorientado. Y a Kamala Harris, a quien hace días que vemos más bien poco.
Trump ha sido, sin sorpresa ni paradoja, el mejor aliado de las aspiraciones demócratas. Simplemente porque hace años que los demócratas no tienen mayor argumento ni proyecto que la defensa de la democracia frente a los riesgos del fascismo y el populismo que representaría.
A pesar de la inflación, a pesar de Rusia, a pesar de Biden… a los demócratas les ha bastado una silla vacía para resistir en el poder. Y les seguirá bastando mientras puedan presentar las elecciones de forma creíble como una lucha entre democracia y fascismo. Mientras la amenaza parezca real, el viento soplará a su favor.
Pero estas elecciones demuestran que el éxito de esta vieja estrategia tiene los días contados. Porque la derrota de Trump hace la amenaza mucho menos creíble.
Y parajoda es que la derrota de Trump pueda suponer la victoria del trumpismo. La alternativa a Trump es el trumpista Ron de Santis, y no el retorno de los “republicanos McCain”, como les llama Kari Lake, la trumpista derrotada en Arizona, recordando el histórico momento en el que Trump rompió con el decoro y con el partido despreciando a John McCain por haberse dejado pillar.
Trump tenía razón. Los republicanos también prefieren a los ganadores y él ya hace tiempo que es un perdedor.
De ahí que tantos, republicanos y anti, celebren ahora la derrota presente y futura de Trump frente a de Santis. Que hasta hace pocas horas era un trumpista más y ahora es un trumpista menos.
Se demuestra así que el trumpismo sin Trump es posible y exitoso. Y se demuestra también la auténtica dimensión del cambio que supuso Trump en el Partido Republicano. Y, por ende, en la reconfiguración ideológica del bipartidismo americano.
Porque ahora el Partido Republicano ya no es sólo el partido de los McCain sino también el partido de J.D. Vance, el hillbilly más famoso de América y senador electo de Ohio. Y es también, sin sorpresa ni paradoja, el partido de cada día más liberales asaltados por la realidad de un partido demócrata en manos de zombis y tiktokers con ínfulas empeñados en representar la peor versión de sí mismos en todas y cada una de las batallas culturales que promueven.
El Partido Demócrata aguanta, dicen. Pero la derrota de Trump ha centrado y empoderado a Ron de Santis. Ha institucionalizado el trumpismo, que es lo que Trump nunca logró. Su auténtica victoria, que no podrá ser sino póstuma. Y para ganar las próximas elecciones, a los demócratas ya no les bastará con presentar una silla vacía.