Pedro Sánchez parecía el Joker. Y estas cosas, como nos enseñaron los spin doctors de la nueva política, rara vez son casuales. Ese traje color berenjena y esas risotadas que de tan exageradas, de tan obscenas, incomodan más a quien las ve que a quien las finge. Eso tenía que estar preparado porque de eso trataba precisamente ese debate: de incomodar a la oposición política y mediática.
Y porque de eso trata también este Gobierno. De exagerar tanto la felicidad que todos los demás parezcamos tristes hombrecillos, amargados por vicio.
Se ve incluso en el empeño en seguir siendo, a pesar de gobernar, la auténtica oposición al sistema. A ese sistema mediático y económico que conspira en las sombras para arrebatarle el poder que legítimamente le ha concedido el pueblo. Ser Gobierno y oposición al mismo tiempo es un privilegio raro que deja, además, sin trabajo ni sentido, empequeñecida y como apocada, a la oposición.
Hay además, es cierto, un cierto nihilismo en Pedro Sánchez. Una aparente satisfacción en ver arder el mundo a su alrededor. Nunca ha parecido más presidente que durante la pandemia y las reuniones internacionales por la guerra en Ucrania.
Pero el suyo es un nihilismo jovial, frívolo, juvenil incluso, que la derecha nunca entenderá porque se basa en esa fe auténtica en el futuro, en que el tiempo corre siempre a su favor y le dará la razón que caracteriza al verdadero izquierdista.
Todo el diagnóstico de la derecha es comprensible y real, pero todas sus preocupaciones son gratuitas. Desde la justicia hasta la decadencia de Occidente pasando por la Guardia Civil en Navarra, la rebaja de la sedición en Cataluña e incluso la ley trans.
El cortoplacismo de los Presupuestos, los trapicheos de votos y apoyos, todo ese cortoplacismo está en realidad en los miedos, manías y urgencias de sus críticos. Porque todas y cada una de esas negociaciones se hacen en nombre del futuro, y no del poder.
Sánchez no tiene, es verdad, ningún argumento para responder a las acusaciones de una derecha cada vez más preocupada, cada día más tremendista (y no sólo por estar en la oposición). Contra el pesimismo, siempre justificado, y seguro que hoy más que ayer, a Sánchez cree que le basta esa risotada tan histriónica como los antiguos bailes de Miquel Iceta.
Why so serious? ¿A qué viene tanto dramatismo?
No dramaticen, hombre. España no se rompe, la Fiscalía General del Estado nos da la razón y Europa, palmaditas en la espalda y dineros. Y con eso nos basta y nos sobra.
No hay destrucción de España por abajo, sino disolución de España por arriba, en Europa. Lo que hay es un proyecto europeo que comparte todo el mundo y que compartiría entusiasmado ese Joker socialdemócrata que encarnaba Joaquin Phoenix y que tanto éxito tuvo entre la izquierda materialista, convencida de que todos los problemas del mundo se solucionan con mayor gasto social.
Es un Joker que todo lo que puede y quiere ofrecerle al viejo mundo que arde es gasolina y política de cuidados. Más gasto, mejor sanidad, mejor educación, mejores prestaciones sociales.
Y es, sobre todo, el Joker de ese chiste final que tanta gracia les hace contarse y que no nos explican porque "no lo entenderíamos".
Es el chiste que le permite capear la única crisis auténtica que ha sufrido este Gobierno, que es la del 'sí es sí'. Porque todas las otras crisis podían ser polémicas interesadas en las que bastase con cerrar filas y repetir el catequismo. Porque en todas ellas el Gobierno se presenta como solución a problemas preexistentes y la discusión sobre sus soluciones ya son discrepancias técnicas interesadas. Menudencias.
Pero la del 'sí es sí' no es una crisis cualquiera ni una polémica más de las tantas que hemos visto pasar y desaparecer como lágrimas constitucionalistas bajo la lluvia. Sólo en la ley del 'sí es sí' se cumple a rajatabla el principio marxista de que "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".
Sólo aquí el Gobierno es el problema y no la solución. Y sólo desde aquí se entiende lo que de trágico tiene la risa de Sánchez y la maldita gracia del chiste que es que a los buenos se les acabe juzgando siempre por sus intenciones y nunca, jamás, por los resultados de sus acciones. Por terribles que sean.