El gesto de los jugadores alemanes de taparse la boca justo antes de someterse a la vivacidad futbolística de Japón resulta histórico porque, de este modo, los germanos han conseguido, para felicidad propia y de otras muchas selecciones y ciudadanos, lanzar con más potencia que nunca un mensaje de crítica a las limitaciones de los derechos en Qatar, donde no es posible decir lo que uno quiera.
Dos días antes del gesto de Neuer y de sus compañeros, la selección inglesa avasalló con seis goles a Irán, pero antes de vapulear futbolísticamente a los iraníes hizo pensar al Gobierno de Teherán al hincar la rodilla en la hierba para denunciar las violaciones de los derechos humanos.
Hace ya algún tiempo que los ingleses se arrodillan en la Premier, justo antes del comienzo de los encuentros, recogiendo la iniciativa de Colin Kaepernick en 2016, el jugador de futbol americano que inauguró esta tendencia para protestar contra la brutalidad policial que soporta la comunidad afroamericana.
El Mundial de la vergüenza, estos días, atacado con un definitivo y pacífico, pero contundente, taparse la boca. La imagen del Mundial que nunca debió celebrarse asaltada por las rodillas de los británicos.
Las restricciones de la FIFA para no molestar a los qataríes, finalmente, han salido mal a unos y a otros. A la Federación organizadora, sumisa con las autoridades de una nación que no respeta los derechos humanos. Y al propio país que, en su intento de blanquear su imagen, parece sufrir lo opuesto: un reproche continuo que llega desde diversos lugares y que reprueba las libertades menguadas.
Quizá no podía ser de otro modo. Los altavoces como este, tal vez el mayor, un Mundial de fútbol, se elevan sobre un doble filo y, si se produce algo de desviación en el proceso de control del mismo, al final acaba sucediendo lo contrario de lo que se pretendía.
La imagen de modernidad y de tolerancia que ambicionan las autoridades qataríes en realidad se ha convertido en otra más parecida a la homofobia permanente y el abuso. A la vida bajo control estatal. A un sometimiento de los demás que procura justificar al derivarlo de la propia ley.
Unas horas antes de que comenzara la competición, el presidente de la FIFA, Giovanni Infantino, en unas declaraciones entre sorprendentes y perversas, acusó a Europa de doble moral por elevar el tono contra Qatar respecto de su modelo político, cuando para dar lecciones morales "tendría que borrar 3.000 años de historia".
No cabe duda de que Europa ha cometido atrocidades en el pasado. Todos los países, cuando han sido hegemónicos, han tenido la mala costumbre de emplear todos los medios a su alcance, incluidos los ilegales y los inmorales, para mantenerse en esa privilegiada posición. Probablemente ninguna nación que haya ostentado la supremacía internacional pueda eludir esta aseveración. Quizá es el precio (uno sin duda retorcido) de mantenerse en la cima. Quizá es simplemente una perversión del poder tan inexcusable como, al parecer, inevitable.
Pero la diatriba del italiano parecía una justificación mucho más que ninguna otra cosa. La elección de Qatar como sede de este Mundial, que además implicaba la reorganización de todas las competiciones nacionales del mundo para, por vez primera, disputar este campeonato en otoño, ha suscitado numerosas dudas desde 2010.
La imposibilidad de poder lucir el revolucionario mensaje One Love en los brazaletes de los jugadores ha llevado a Dinamarca a plantearse dejar la FIFA, el organismo que celebró la inauguración de este Mundial con ilustres opresores junto a sus máximos directivos. Allí estaba Salman bin Abdulaziz, presunto asesino del periodista Jamal Khashoggi, que fue descuartizado en la embajada saudí en Turquía hace cuatro años.
Infantino habla de los años de historia que los europeos deberían borrar, pero pide respeto a Qatar, un país que "ha hecho progresos". Lamentablemente, no los suficientes para que quienes viven allí disfruten de la libertad que existe hoy en Occidente, por mucho que (es verdad) alberguemos en nuestra conciencia un pasado manifiestamente mejorable.
No la suficiente, tampoco, para poder lucir un brazalete con dos hermosas palabras que lo significan todo: One Love.