El día que me quieran homenajear, aunque todavía no he hecho nada mucho más valioso que seguir vivo, escrito y planchado, que hagan el favor de hacerlo en condiciones.
Lo pensaba estos días y prefiero dejarlo por escrito viendo lo rápido que degeneran los homenajes y la forma que tiene de recordarte el personal. Pablo Picasso convertido en un parking de Sevilla, Francisco Umbral en rotonda de Valladolid, Adolfo Suárez en estrés de todos los viajeros nacionales e internacionales que llegan y se van.
Me da miedo acabar convertido en banco, a ver si en un descuido me toca uno de aquellos de los noventa feos (muy feos) pagados por alguna caja rural. O peor sería ser sombrilla en una terraza de aquellas de publicidad.
No quiero una estatua ecuestre y que la gente al pasar pueda hacer la broma esa de "ecuestre lo que ecuestre", ni tampoco ser un verso cursi en un paso de cebra de una calle de Madrid. No quiero ser canción de nadie por el riesgo a que me cante mal.
Pero como se les están acabando los espacios públicos que rebautizar, dentro de poco, ay, le pondrán el nombre del próximo muerto ilustre al zoológico de Faunia Fulano de Tal.
[Sánchez en el homenaje a Almudena Grandes: "Pasaré a la Historia por exhumar a Franco]
Pero sobre todo que no lleven al presidente del Gobierno delante de mi mujer y mis hijos para, en vez de hablar de mí, que hable, como siempre, de él. Más si tiene pensado decir algo como "una de las cosas por las que pasaré a la historia".
Estar pensando todo el día en la posteridad es de cursis. Pobre Almudena Grandes, no me interesaba su literatura, pero no se merecía algo así. Habría sido menos sonrojante que le pongan tu nombre a un prostíbulo que tener que aguantar al presidente queriendo ser la novia en la boda, el muerto en el funeral y el laureado en el homenaje que te rendían a ti.
Porque a un acto así se va a ensalzar al muerto, es decir, a no ser el protagonista tú. Conviene quedarse a un lado, pero si has aceptado intervenir, al menos que sea para decir algo inteligente, lo que sea. Ya, si es posible y no es mucho pedir, que de paso esté relacionado con el muerto.
Mi abuelo a esto también le dio alguna vuelta en uno de sus poemarios, y escribió unos versos dejando claras las instrucciones: "No quiero ser ciprés de cementerio / ciprés monástico y que me hagan un soneto". Supongo que no intuía cómo se iba a poner el panorama. Que, al paso que se devalúa, será preferible ser ciprés en el corral de los quietos que tener que aguantar a Pedro Sánchez haciendo campaña sobre la memoria caliente de cualquiera que le pueda dar cinco minutos más en la Moncloa.
Estar pensando todo el día en la posteridad no es que sea una tendencia narcisista, megalómana y un poquito egocéntrica, qué también, pero de eso que se encarguen los psiquiatras. Pensar en pasar a la historia cuando los socios de los que te vales para seguir en el cargo sólo quieren destruirla es, como mínimo, un homenaje a Berlanga fuera de lugar.
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