Estaba el cielo entre el blanco y el gris. Igual que el río Tíber. Igual que el puente de mármol que empezábamos a cruzar. Llovía con fuerza. La acera, estrecha. Había que correr en algunos tramos para esquivar el agua que despedían las ruedas de los coches.
Desarmados, con las manos desnudas, corríamos y veíamos los relieves esculpidos de todos esos soldados. Tanto corríamos que los veíamos en movimiento... y era como si nos dispararan. Al fondo, un obelisco enorme en honor al Duce. Estábamos entrando en la Italia de Mussolini.
El puente Duca d’Aosta lleva el nombre del general que dirigió la resistencia italiana en la batalla de Caporetto (Primera Guerra Mundial), uno de los mitos sobre los que nació el fascismo. Entre los bocinazos, veíamos a todos esos soldados armados, enormes y violentos. Algunos de ellos muertos. Cruzábamos al pasado aupados por la sangre de los combatientes, igual que Mussolini proclamó su régimen. Todo acababa de empezar.
El Foro Mussolini se llama hoy Foro Itálico. Se le cambió el nombre, pero todo lo demás permanece. Me recordó al libro que había comenzado a leer días antes de viajar a Roma: M, el hombre del siglo, de Antonio Scurati. El autor ha escrito la crónica del fascismo colocando el ojo del narrador en la cabeza del fascista. Una vez le preguntaron por qué lo había hecho así. Dijo: "Si contamos lo que pasó sin velos ideológicos, sin posiciones políticas preconcebidas, al final de la lectura llegará la condena por parte del lector y, además, será más sincera, más pura, más sentida".
Lo que ya era posible en el libro de Scurati (pensar durante un rato como un fascista) también empezaba a ser posible esa tarde de una manera mucho más visceral. A pie del terreno, sumergidos en el paisaje, viajando en el tiempo.
Pensamos en las leyes de Memoria, en la intención tan peligrosa de destruir todo lo que recuerde a un régimen totalitario. También discurrimos sobre la paradoja que entrañan estas normas. Hablan de "enseñar en los colegios lo que pasó". ¿Hay alguna mejor forma de "enseñar" que situar al aprendiz en el lugar de los hechos?
Los romanos no han destruido nada. Al revés, han integrado estos monumentos en su vida diaria. Los han contextualizado. De hecho, detrás del obelisco a Mussolini se encuentra hoy el estadio donde juegan sus partidos la A.S Roma y la Lazio. También una universidad dedicada al deporte.
El obelisco –nos enteramos allí a través de un artículo de la BBC– es un misterio en sí mismo. Mussolini, consciente de que un día el fascismo caería, escondió debajo de todas esas toneladas de piedra un texto de 1.200 palabras para poder defenderse ante la Historia: sus "motivos", sus "éxitos". ¡Las cosas pasan por algo! Mantenerlo en pie es, en el fondo, hurtarle la palabra al dictador.
El primer letrero con el que nos topamos, otra vez en mármol, ¡siempre en mármol!, dice: "Estos lugares de plantas pantanosas y calas estancadas largo tiempo horribles, cerca de las calles por las que la juventud romana se movía en armas para civilizar Europa. La romanidad quiere ser evocada no como un recordatorio, sino como una incitación y un ejemplo. Ordeno que sea recuperada, embellecida y sanada magníficamente para crear el espíritu romano en la futura legión de la Italia fascista".
Ahí, ya bajo el paraguas, lo supimos de un disparo. El adoctrinamiento de los jóvenes, la exaltación violenta del deporte, el nacionalismo extremo, la épica. ¿Cómo vamos a demoler un testimonio así? Pensaba en nuestro Gobierno, que ante un letrero de este tipo lo primero que haría sería poner en marcha la excavadora.
Unos metros más adelante, comenzaba un paseo de mosaico. El suelo, de piedrecitas pequeñas y coloreadas en negro, dibujaba escenas de la historia antigua de Roma. Siempre escenas viriles y salvajes. Entre una y otra, un letrero repetido hasta cuatro o cinco veces: "Duce, Duce, Duce, Duce".
A los lados, unos bloques de mármol relatan la historia del fascismo escrita por los fascistas. Con las "u" que parecen "v". Todo en mayúsculas. Una tipografía afilada, como si las palabras pudieran clavarse. Y es que sucedió así. Mussolini fue periodista y todo comenzó con el puñal de la palabra.
El calendario (un hito por bloque), de hecho, comienza con la fundación de Il Poppolo d’Italia, el periódico lanzado por el dictador en ciernes cuando abjuró del socialismo. Atrás quedaban las palabras de Lenin, que llegó a elogiarlo como el hombre que extendería por Europa la revolución roja. Mussolini había dirigido un diario socialista, cuya redacción acabaron quemando sus camisas negras.
Luego siguieron la Marcha sobre Roma (su llegada al poder, de la que se cumplen justo cien años), las invasiones de Libia o Etiopía, y lo que él llamaba la "fundación del imperio". Hubo algo que nos encantó. Al otro lado del paseo, en los bloques de mármol que habían quedado en blanco, los demócratas continuaron escribiendo la historia: "Fin del fascismo", "proclamación de la república italiana", etcétera.
No cometieron el mismo error que los fascistas. Mussolini, cuando llegó al poder, igual que los emperadores, instauró su propio calendario. Por ejemplo: "Año quince de nuestra era".
A la derecha, está la gran pista de atletismo. Nos colocamos justo donde se situó Mussolini para dar su discurso Brazo y trabajo a 30.000 jóvenes fascistas. Por estadística, de haber sido jóvenes e italianos en aquellos años treinta, habríamos apoyado el fascismo. Una pista olímpica, enorme, rodeada de esculturas de dos o tres metros de alto.
Conviene detenerse en las esculturas. Una especie de mezcla entre la antigua Roma y el Renacimiento, pero pasada por la coctelera de la violencia. El escenario, más que al deporte, invita al combate. Fue en ese instante, en esa tarde de lluvia, cuando logramos pensar por un segundo como auténticos fascistas y, justo después, darnos cuenta de lo que eso significaba. Se ponía el sol por detrás del Palacio de la Farnesina, otro mastodonte de mármol, ideado como sede del Partido Fascista, hoy Ministerio de Asuntos Exteriores.
Mirábamos al Foro y era como si leyéramos a Scurati. El relato de los hechos, sin prejuicios, sin doctrina, que empuja a una condena natural, razonada, mucho más efectiva que la impuesta por un Gobierno o una ley. Mientras dábamos ese paseo, supimos que, en España, algunos proponían derribar el Arco de la Victoria de Franco. Además del Valle de los Caídos.
Celebramos allí, bajo la lluvia, en la cuna del fascismo, que esta obsesión por el derribo nos haya asaltado en 2022. Si las generaciones precedentes hubieran padecido algo así, no existiría siquiera el Coliseo romano.
Cuando pensábamos poner fin a nuestro viaje, un amigo nos dijo: "¡Tenéis que ir al EUR! Sólo así podréis escribir el reportaje completo!". El EUR es un barrio residencial, también repleto de oficinas, a las afueras de Roma, situado a medio camino entre el aeropuerto y el centro.
Nos llevó un conductor muy simpático. Tan simpático que, pese a que le dijimos que no hablábamos italiano, se prodigó en larguísimas explicaciones… en italiano. Detenía la furgoneta en cada punto clave, nos bajábamos y, con su voz de fondo, íbamos experimentando sensaciones.
Mussolini levantó el EUR como se levanta "una ciudad eterna", con el objetivo de acoger una gran exposición universal. Iba a ser en 1942 para conmemorar los "veinte años de la era fascista". Por fortuna, no pudo ser. Estalló la guerra.
Los italianos, en un gesto de gran pragmatismo, respetaron todos los edificios de Mussolini y terminaron de construir el barrio. Igual que continuaron añadiendo los grandes episodios de la democracia junto a los letreros previamente levantados por Mussolini, dieron nombres de grandes líderes demócratas a las plazas donde se encuentran todas esas construcciones.
La iglesia de Pedro y Pablo se alza sobre unas grandes escaleras y se aparece como una suerte de Vaticano contaminado de fascismo. La simetría, las columnas, las formas rígidas. Parecidos son el Palacio de los Congresos o el Palacio de los Deportes. El edificio que con más orgullo exhibió el dictador es conocido hoy por los romanos como el Coliseo cuadrado. Lleva un letrero en lo alto que dice: "Un pueblo de poetas, de artistas, de héroes, de santos, de pensadores, de científicos, de navegantes y de transmigradores".
Frente a nuestra mirada alucinada, la mirada corriente de decenas de italianos, que iban al supermercado, a un restaurante o a dar un paseo. Incluso existe un parque de atracciones para niños. Ninguno de ellos se transformaba en un fascista por el hecho de circular alrededor.
El EUR tiene la cuadrícula de las grandes avenidas neoyorquinas. A Mussolini le gustaba Nueva York. Tanto que no puso reparo cuando los Rockefeller le pidieron permiso para poner su rostro a un "monumento a la libertad de expresión". Ahí sigue, por cierto, ese monolito.
Italia fue un pueblo de poetas, héroes y artistas, es cierto. Pero también fue, durante veinte años negros, un pueblo dominado (y subyugado) por el fascismo. La mejor manera de entenderlo, para mí, fue dar este paseo. Resultó mucho más efectivo que todo lo leído, que todo lo estudiado en el instituto o la universidad. Por eso, ahora que nos ha entrado la fiebre de las grúas, me encaramaría a cualquier monumento fascista para defenderlo.