La escandalera política armada en la última semana por el regreso de la cuestión del aborto a los ruedos de la política ha hecho emerger, al menos, dos realidades inquietantes.
La primera, que los tan cacareados "consensos sociales" son más bien una omertá que reina sobre aquellos asuntos que amenazan con agrietar dichos consensos.
La segunda, que hay una asombrosa uniformidad ideológica a lo largo del espectro político en los presupuestos éticos fundamentales. Es en gran medida el fruto de la convergencia doctrinal del bipartidismo, disimulada por la escenificación de una preocupante polarización que no va mucho más allá del ámbito de la retórica.
Por eso, cuando aparecen en nuestro monocromático panorama intelectual figuras que realmente se mueven en un marco mental diferente, son recibidas con una combinación de desconcierto y animosidad.
Tal es el caso de Diego Fusaro (Turín, 1983), a quien no es necesario que uno acompañe hasta las últimas consecuencias de su filosofía para reconocerle como una auténtica nota discordante en el establishment intelectual y político. El italiano es consciente de su condición de pensador intempestivo, y es palpable que se deleita interpretándola, dentro y fuera de sus redes sociales.
Me cito con Fusaro en la cafetería del madrileño Círculo de Bellas Artes gracias a la intercesión del joven filósofo marxista Yesurún Moreno y de la editorial El Viejo Topo, que publica el último libro del pensador traducido al español.
Precisamente, en El nuevo orden erótico. Elogio del amor y de la familia (2022) se cuestiona la "ortodoxia del pensamiento único con variantes heterogéneas" que subyace a la aparente pluralidad ideológica de nuestras democracias. Porque derecha e izquierda comparten, en esencia, una concepción de libertad como no interferencia para hacer lo que uno desee.
Abunda en ello Fusaro en nuestra conversación:
—La derecha y la izquierda son como dos camareros con delantales de distintos colores, pero ambos hacen lo mismo, servir al patrón capitalista transnacional.
Entre sorbo y sorbo a una copa de zumo natural, Fusaro da por muerto el binarismo izquierda/derecha, que a su juicio deja de tener sentido toda vez que hemos dejado atrás el marco del Estado nación de la modernidad. "Hay que superar estas categorías obsoletas y apostar por una nueva síntesis", sostiene. "Mantener lo rescatable de la derecha (la tradición, las costumbres y los valores éticos), pero desechar sus ideas económicas".
Ya antes de que el periodista Esteban Hernández diera a conocer al pensador en España, nuestro mundillo intelectual había sido sacudido por propuestas anómalas que también impugnaban los marcos conceptuales de la política realmente existente.
Escritores como Daniel Bernabé o Ana Iris Simón (aun con todas las discrepancias que los separan), y en la misma línea de la demolición que hace Fusaro de la "izquierda arcoíris posmarxista", se desmarcaron de la solidaridad del progresismo con un ideario asimilable a la visión antropológica neoliberal.
Tal fue la contrariedad que generaron en el sistema de bloques y afinidades heredadas que esta nueva hornada de escritores fue calificada de "izquierda reaccionaria". También recibieron la etiqueta peyorativa de "rojipardos", como si fueran una suerte de quinta columna tradicionalista dentro de la izquierda.
En cualquier caso, para Fusaro (y para el entrevistador, dicho sea de paso) es incoherente decirse conservador y ser neoliberal, puesto que es el libre mercado el que destruye las tradiciones y las costumbres que los conservadores dicen querer conservar.
Al fin y al cabo, la tesis fundamental de El nuevo orden erótico es esta: la liberalización individualista de las costumbres es la otra cara de la moneda del liberalismo económico y político.
El italiano reparte a diestro y siniestro. "La izquierda, por su parte, se declara progresista, pero no entiende que hoy el progreso significa el progreso del capital".
¿Qué es lo rescatable de la izquierda contemporánea, sobre cuya deriva identitaria y posmoderna tantos ríos de tinta se vierten en nuestros periódicos? "Su lucha anticapitalista, que sólo será efectiva si la izquierda se deshace de su neoliberalismo cultural".
La propuesta del pensador de "cambiar por completo la geografía de la política" resulta muy sugestiva. Tanto como problemático se me antoja su ideal de una síntesis "que sea revolucionaria en la política y en la economía y conservadora en los valores". De hecho, no pierdo la ocasión de preguntarle si acaso el Estado nación y el programa político comunista, cuyo ocaso lamenta, no han sido también parte activa en la extinción de expresiones del orden tradicional como la familia.
Él se defiende prospectivamente con un matiz que estima importante. Se considera "marxiano", y no "marxista". Al fin y al cabo, se ve como un discípulo aventajado del hegelianismo clásico. "Dicho esto, cabe recordar que los países comunistas son Estados que han visto en la familia un baluarte de resistencia al capitalismo".
Esto le da pie a ensalzar los países socialistas o pertenecientes en su día al bloque soviético, que considera como "últimas formas de resistencia radical al capitalismo". Me revuelvo un poco inquieto en mi silla al comprobar cómo el antiimperialismo contumaz puede llevarle a uno a romantizar regímenes tan totalitarios como el "mercado absoluto" que se repudia.
Fusaro aboga por librarse de los corsés ideológicos heredados de las alianzas políticas de la Guerra Fría, entendiendo que actúan como bloqueo para la articulación de un pensamiento realmente crítico que sustituya los conceptos de izquierda/derecha por el eje abajo/arriba ("el trabajo contra el capital, la tradición contra la cultura de la cancelación, la trascendencia contra el nihilismo relativista, la igualdad contra la desigualdad").
Pero se diría que él mismo (como los intelectuales occidentales del siglo pasado a quienes su antiamericanismo les abocaba a encontrar su referente en autocracias colectivistas) es presa de esas alianzas forzosas, que hacen pasar por alto la contradicción de alinearse con sociedades de control tan orwellianas y poco libres como lo puede ser la nuestra, según su interpretación.
[Diego Fusaro: "El capitalismo odia a la familia igual que odia al Estado"]
En cualquier caso, trato de reconducir el diálogo hacia puntos de mayor sintonía. Y así como Fusaro resalta convincentemente la uniformización del pensamiento en la era turbocapitalista, el intelectual disidente llama la atención sobre otra igualación, la que afecta a las identidades.
De acuerdo con su análisis, el capitalismo "posfamiliar", "posburgués" y "posproletario" produce un "individuo unisex" que es enemigo de la auténtica diferencia. El actual modo de producción, para poder extender la mercantilización a todas las esferas de la vida humana, recurre a un proceso de estandarización de los individuos que neutraliza todas las identidades. Así, se obtienen hombres uniformes y homogéneos que permiten al capital anular todos los elementos de arraigo y estabilidad que pueden plantear frenos a su colonización por el esquema de la producción, el intercambio y el consumo.
A su vez, la ideología de género, como espejo discursivo de la flexibilización económica, glorifica este proceso de desregulación antropológica.
—Hoy, el único concepto de igualdad que el neoliberalismo conoce es el de homologación. Esta es la paradoja de la civilización de consumo. Por un lado, promete la diferencia, la multiculturalidad, la posibilidad de ser inimitable; pero se lo promete a todos por igual. El mercado produce una falsa diferencia, como la publicidad de United Colors of Benetton, que muestra a un conjunto de niños con distinta piel, pero todos vestidos igual.
Para Fusaro, está claro: "No somos diferentes, sino indiferenciados". Y enfatiza que la ideología de género se limita a replicar el principio liberal del individuo soberano capaz de decidir lo que quiere ser. "Una intersección entre el proceso de homologación capitalista y la voluntad de poder nietzscheana", apostilla.
En este punto basta con recordar que la elección del género a voluntad es lo que ha quedado legalmente reconocido en la ley trans aprobada el pasado diciembre en el Congreso de los Diputados, permitiéndose a partir de ahora la libre determinación del sexo en el Registro Civil.
Lo mismo que podría decirse de las pseudoidentidades (Fusaro habla en su libro de "ovejas policromadas") es aplicable, según el teórico del nuevo orden amoroso, al espejismo de libre elección sobre el que se sustenta la falsa conciencia posmoderna.
En la línea de uno de los autores citados en el libro, Pier Paolo Pasolini (artífice del lapidario lema "demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas"), su compatriota entiende que la visión puritana y prohibicionista de la sexualidad de la fase fordista del capitalismo ha sido sustituida por la consigna sesentayochista del prohibido prohibir.
De este modo, y como también ha explorado de manera novelada Michel Houellebecq, la era de la hipersexualización, la pornografía omnipresente y la socialización vía Tinder trae consigo un "neolibertinaje erótico" que consagra un "imperativo categórico del goce sin prohibiciones".
Pero cuando la relación amorosa queda reducida a mero intercambio sexual, subraya Fusaro, gozamos, pero no amamos. Después de 1989, el mercado disciplina a la sociedad no a través de la represión de la libido, sino, paradójicamente, a partir de un hedonismo sin límites que vuelve a los individuos impotentes para escapar de su servidumbre voluntaria.
—Hoy somos menos libres que nunca porque ni el capitalismo ni el liberalismo pueden producir libertad ni igualdad. Ya Marx se dio cuenta de que la doctrina liberal, incardinada en la idea del individuo libre, en realidad niega la libertad del individuo libre. Produce igualdad y libertad en el cielo abstracto de la política que, sin embargo, en el ámbito concreto, económico, se traduce en una jerarquía entre el amo y el esclavo.
En estos tiempos en que "la licencia se confunde con la libertad", Fusaro reivindica un concepto de familia tradicional como "unión amorosa de dos personas de sexo diferente fundada en el impulso sexual que se transforma en una relación moral". A través de la institución del matrimonio, y proyectándose en el nacimiento del hijo, la relación afectivo-sexual se dota de "eticidad".
Por eso, carga en su último libro contra quienes intentan "ampliar ideológicamente las fronteras del concepto de familia hasta convertirlo en algo indefinible y por tanto completamente vacío y totalmente sin sentido". Y esto porque entiende que esta resignificación de la idea de familia (como la que algunos progresistas pretenden también para la idea de la nación española) aspira, en verdad, a la disolución de la vida ética familiar y del modelo monógamo de familia.
Una buena muestra de esta licuefacción del concepto de familia es la recientemente aprobada ley de familias, en la que se dota de reconocimiento jurídico a toda una miríada de núcleos de convivencia más allá de los de "origen matrimonial". La ley recoge un catálogo con denominaciones como "unión homomarental", "intercultural" o "biparental", bajo los auspicios de la protección de la "diversidad familiar" y la "inclusividad". La ministra de la Agenda 2030, a través de una norma que estipula que "ya no existe la familia, sino las familias, en plural", llega a reconocer como beneficiarias a las familias "individuales" (sic), para personas solas.
—Al igual que el concepto de patria se asocia hoy a la derecha, cuando es un concepto originariamente de izquierdas, la familia se entiende como una idea de la derecha. De este modo, se da una perfecta convergencia entre lo que llamo la Derecha del Dinero y la Izquierda de la Costumbre. La derecha neoliberal no quiere familias, sino individuos consumidores, y encuentra la correspondencia a este programa económico en el plano cultural en la izquierda posmoderna, que rechaza la familia como hogar de la dominación patriarcal.
Más allá de su defensa de la familia heterosexual monógama, El nuevo orden amoroso contrapone la esencia del amor, caracterizada por el desinterés, la gratuidad y la aspiración de eternidad, con el "consumismo amoroso neolibertino", sucedáneo autista, fugaz y cosificador del eros producido cuando este asume el lenguaje de la libre circulación de mercancías y consumidores.
[Doctor Martínez, Premio de Investigación: "El autocontrol sexual es la fuente de la felicidad"]
Fusaro se adhiere a un tipo de amor cuyos atributos son el antiutilitarismo, la duración y la fidelidad. Y que sólo se realiza plenamente en el seno de la familia como célula ética y originaria de la comunidad política.
No me resisto a señalarle al pensador las resonancias católicas de esta caracterización del amor como "unidad dual", que dota de sentido a la existencia humana, permite relacionarse con el otro como un fin en sí mismo, y que es indesligable de las finalidades de procreación (no en vano, en uno de sus alardes de estulticia y sectarismo, el periodista Pedro Vallín dictó que Fusaro "huele a sacristía").
P. Leyéndole, tuve la sensación de estar ante una versión laica de la encíclica Dios es amor, de Benedicto XVI. ¿Podría resumirse su libro en el versículo de la primera epístola de Juan que dice "todo el que ama conoce a Dios"?
R. [Ríe] Mis fuentes doctrinales son más bien la filosofía de Aristóteles y Platón. Es cierto que mi filosofía es compatible con el cristianismo, pero no está basada en principios cristianos. Aunque, por supuesto, frente a la alternativa de la posmodernidad afectiva, la visión cristiana es infinitamente preferible.
Ya que hemos llegado a este punto de la conversación (y sabiendo que en su libro argumenta que Benedicto XVI fue "derrotado" en 2013 por la modernización turbocapitalista), aprovecho para preguntarle si, a su juicio, Ratzinger ha sido el último papa. Su respuesta es aún más osada de lo que anticipaba:
—No considero a Bergoglio un papa. En 2013, Ratzinger técnicamente renunció al ministerium (ejercicio del poder), pero no al munus (título divino). Renunció a ejercitar el poder de papa, pero continuó siendo el papa. Hasta el punto de que siguió llamándose papa, mantuvo su nombre papal, y no dejó de vestir como el papa ni de vivir en el Vaticano. La elección de Bergoglio no fue válida; técnicamente, es un usurpador. Y muerto Ratzinger, la sede vaticana está vacante.
Mientras el intérprete traduce para mí la diatriba de Fusaro, el pensador rebusca entre la galería de su teléfono móvil. Por fin da con lo que quería mostrarme: la portada del que será su próximo libro, El fin del cristianismo. En primicia, me adelanta que allí ahondará en la tesis de Bergoglio (se resiste a llamarle Francisco) como "jefe de una Iglesia de neoizquierda liberal-progresista y poscristiana". A su juicio, con el actual antipapa, "el cristianismo se vuelve indistinguible del pensamiento único de la globalización".
"En sus discursos, Bergoglio no habla de la trascendencia, de lo sagrado, de Cristo", continúa, "sino que habla sólo de inmigrantes, populismo, economía verde y otras religiones. El cristianismo se ha evaporado en la civilización de consumo: en ella ya no es necesario, pero tampoco resulta problemático, porque también se deja fagocitar por la lógica del mercado".
Al margen de lo infundado que me resulta su sedevacantismo, lo cierto es que, como señala Fusaro, nuestro mundo ha enterrado los dos grandes ideales de la historia humana, el cristiano y el comunista. La sociedad posreligiosa, amputada en su capacidad para comprender realidades metafísicas, queda despojada de todo horizonte de sentido trascendente. Y queda así condenada a lo que el teórico llama un "nomadismo existencial", una precariedad constitutiva.
Son cada vez más los pensadores que indagan en el nihilismo depresivo que subyace a la ciega y frenética circulación de las mercancías, y que se rebelan contra el vacío existencial del hombre consumista que comienza a emerger en nuestra época. Fusaro rastrea estos malestares en la hipermodernidad hasta la "insociable sociabilidad" que consagra el modelo societario mercantil, bajo el cual nos convertimos en átomos competitivos ligados únicamente por el interés egoísta.
Los datos que arrojan algunos indicadores parecen refrendar esta interpretación del capitalismo digital como una fábrica de mónadas aisladas "condenadas al aislamiento afectivo". Los países desarrollados han experimentado en los últimos 15 años un alarmante crecimiento en el número de hogares unipersonales (de aproximadamente el 60% en ciudades como Estocolmo o Londres), así como en el porcentaje de la población que dice sentirse sola (el 40% de jóvenes británicos) o que pasa más de ocho horas diarias sin compañía (más de la mitad de los estadounidenses mayores).
No parece descabellado pensar que, en un tiempo caracterizado por la concienciación sobre el agravamiento de los problemas de salud mental, "la ausencia de vínculos permanentes explica las grandes patologías del presente". Los psicólogos llevan al menos una década observando un serio deterioro en la salud mental, inseparable del llamado "siglo de la soledad". Estos problemas afectan aún más a los jóvenes, al relacionarse con un mayor uso de las redes sociales. Y es que las nuevas tecnologías promueven una conectividad que no se corresponde con una trabazón de vínculos afectivos comunitarios.
En cuanto a nuestro país, España es el segundo país europeo con más trastornos mentales, que afectan a uno de cada cinco españoles. Y también ocupamos el primer lugar en el podio mundial de mayor consumo de psicofármacos. Europa ha registrado recientemente el mayor aumento en el uso de ansiolíticos y antidepresivos en una década. Las medidas de confinamientos y restricciones a la movilidad para protegerse frente a la Covid, con las que Fusaro se muestra enormemente crítico, han contribuido notablemente a la proliferación de trastornos de ansiedad y depresión.
Es inagotable la evidencia empírica, en fin, que respalda, al menos en parte, la teoría de una destrucción por parte del modelo neoliberal de los cimientos de la vida ética y de una existencia significativa y plena para amplias capas de la población. En este sentido, las tesis de Fusaro no hacen sino ahondar en la línea de filósofos como Zygmunt Bauman y su amor líquido: la evaporación de la familia, "comunidad solidaria impermeable a los códigos del mercado", es el reverso oscuro de este laissez faire sentimental que trajo la revolución sexual.
Termino planteándole a Fusaro si atisba algún resquicio esperanzador por el que pueda colarse la luz en este panorama tan umbrío que dibuja. "Afortunadamente, se está desarrollando un pensamiento crítico capaz de superar la agorafobia intelectual". Menciona a algunos de los intelectuales de la llamada Nueva Derecha, como el francés Alain de Benoist o el ruso Alexander Dugin. Y nombra asimismo a sus homólogos españoles, como Santiago Armesilla o el resto de intelectuales con los que compartió velada el pasado lunes en el Gijón.
Para ponerle el broche a la charla, le lanzo una pequeña provocación. Porque, leyendo su libro, no pude evitar albergar la impresión de que su fundamentada y perspicaz filosofía de la sospecha coqueteaba por momentos con un cierto conspiracionismo inverosímil.
—No creo que el retrato que hago de la élite oligárquica financiera global sea equiparable a las tesis complotistas, que son muy ingenuas. Personificando los problemas del capitalismo en estas personas, los conspiracionistas llegan a la conclusión errónea de que en ausencia de este grupo se solucionarían todos los problemas, cuando el problema es el sistema económico en sí mismo. Los señores mundiales son parte activa en la reproducción del capitalismo, pero no es que George Soros o Bill Gates produzcan el capitalismo, sino que también ellos son producto del capitalismo, personajes creados por él. Ellos son personificaciones del capital, que no tienen un plan diabólico, sino que, sencillamente, animados por el espíritu del capitalismo, buscan materializar su propio interés. Y obtenerlo implica librarse de todo lo que frene el avance del capital, como la familia o la estabilidad amorosa.