La mejor estudiante de la promoción recoge su diploma y hace uso del turno de palabra que la dignidad del premio le concede. Concluye su discurso, carente de forma y contenido, gritando: "Ayuso, pepera, los ilustres están ahí fuera".
Elisa, estudiante de la Complutense con el expediente más alto de Comunicación Audiovisual, en el acto que reconoce a Ayuso alumna ilustre: "Es un día muy triste, cuando digo Ayuso oigo aplausos. ¿Sabéis a quién quiero aplaudir? A mis profesores de verdad" https://t.co/X6OKs1W9FT pic.twitter.com/FUrgn5CgXh
— Europa Press (@europapress) January 24, 2023
Si la mejor de la promoción de la Facultad de Comunicación es así ¿cómo será la media? Luego se extrañarán de que muchas personas busquen refugio en la Universidad privada. No es culpa de Isabel Díaz Ayuso que se respeten más las libertades en la Universidad privada. No es ella la que deja sin opciones al que no tiene dinero para pagar la libertad. No es ella la que se está cargando la educación pública.
Algunas facultades de la Universidad pública son cada vez más el escenario de una batalla por los gustos políticos. Pobres profesores y alumnos que, contra viento y marea, en la discreción del aula, tratan de sostener una conversación a través del griterío histérico de los pasillos.
Cada vez es más difícil educar, y aquí tenemos los resultados.
El vicerrector de Relaciones Institucionales ha hecho bien en dimitir. Le honra y honra con ello a la institución. A unos meses de las elecciones, Isabel Díaz Ayuso no debería haber aceptado que la nombraran alumna ilustre, aunque sólo sea por no dejar lugar a la confusión entre la cátedra académica y la tribuna política. No es el momento.
Pero, lamentablemente, esta no es la cuestión central.
El problema es que no reconocemos entre los argumentos de los movilizados la defensa de la neutralidad de la institución, ni la libertad de sus miembros, ni el pluralismo, ni la discusión pública y abierta, ni la libertad ideológica, de expresión, de ciencia e investigación, creación o el derecho al estudio y a la educación.
Paradójicamente, ha hecho más por las libertades el vicerrector con su dimisión que los manifestantes con sus pancartas.
No vemos que los ofendidos se levanten en defensa de la Universidad. No les gusta Ayuso como a mí no me gustan los pantalones de campana, y han demostrado estar dispuestos a defender sus gustos políticos con la radicalidad de la violencia.
¿Quién podrá explicarles que aquí no venimos a defender nuestros gustos a gritos, sino a refinarlos, a aprender a expresarlos con educación, razonadamente y, sobre todo, a aceptar que el mundo no cabe en el estrecho marco de nuestras preferencias individuales?
Dice el Sindicato de Estudiantes, al que amparan 35 años de existencia, que Isabel Díaz Ayuso es persona non grata porque es "una fascista, machista y criminal". No parece la mejor manera de defender la dignidad académica.
Si se hubiesen organizado civilizadamente para defender las libertades académicas, yo sería el primero que les acompañaría. Me hubiese unido a una respuesta contundente contra la modificación de la Ley Orgánica del Sistema Universitario que, en su nuevo artículo 45.2.G, incluye entre las funciones del claustro la de "analizar y debatir otras temáticas de especial trascendencia".
Hubiese firmado un manifiesto en contra de una ley que sortea la jurisprudencia del Tribunal Supremo y reconoce que la Universidad puede ser un órgano político más al servicio del independentismo catalán.
Pero su silencio me separa de ellos. Callan ante una ley inconstitucional que limita los derechos fundamentales de los miembros de la comunidad universitaria porque no es la libertad lo que les importa.
Hay una izquierda radical que sólo se moviliza cuando ve peligrar su hegemonía en una institución que ha convertido en su feudo. Para ellos es un problema un título honorífico entregado legítimamente a una autoridad que está de paso, pero no lo es que el claustro permanente tenga funciones censoras sobre profesores y alumnos.
No es la libertad, es la casta.