No hay nada nuevo bajo el sol cuando se trata de galas de premios cinematográficos. El gremio actoral, abrumadoramente escorado a la izquierda al menos desde el club de 'la ceja', nunca pierde la oportunidad de convertir toda ceremonia de entrega de galardones en un escenario para el exhibicionismo moral. Y para la regurgitación del catálogo completo de lugares comunes del progresismo.
Estamos más que acostumbrados a afectados discursos de agradecimiento como el que Pedro Almodóvar pronunció el sábado en los Premios Feroz. Y aunque la arenga en defensa del "sistema público de Sanidad universal y gratuito" del director arrancó una arrebatada ovación de la muchedumbre, no fue más que la enésima reimpresión de la pazguatería de una izquierda española que ha convertido la Sanidad pública en un fetiche desquiciado.
Es sano y natural que los españoles nos preciemos de habernos dotado de una de las mejores redes asistenciales públicas entre los Estados del bienestar. Al menos, hasta la reciente crisis que está poniendo en jaque el modelo de nuestro Sistema Nacional de Salud.
Pero que la izquierda haya convertido este elemento en un machacón estandarte político apunta a uno de los traumas que caracterizan el ideario progresista español.
La síntesis más elocuente de este rasgo la enunció Pablo Iglesias en 2018, en una sentida apología de la Sanidad pública. "Nuestro país cuenta con algo mucho más importante que cualquier himno o bandera: un sistema sanitario universal".
No es casual que la izquierda española, fisiológicamente incapaz de articular la palabra España, haya desarrollado una suerte de patriotismo sanitario que no encuentra más vectores de orgullo nacional que un hospital público. El enaltecimiento de la atención médica es el único factor de identificación con su país para una izquierda que sufre sarpullidos si entra en contacto con una rojigualda.
Curiosamente, parece que este patriotismo sanitario no es exclusivo de España. Reino Unido también ha visto en su National Health System (NHS) un emblema nacional que ha sustituido a los símbolos sobre los que tradicionalmente se sustentaba la conciencia de país. Como el de España, también su sistema sanitario amenaza colapso.
Que el Telegraph avanzase que Carlos III pondrá en el centro de su "diversa" ceremonia de coronación el NHS para "unir a la nación" en una celebración pensada para "reflejar la Gran Bretaña moderna y multicultural" da buena muestra de la veneración que la mayoría de los británicos sienten hacia una institución convertida en seña de identidad.
Este fenómeno tiene, ante todo, una dimensión sociológica. Cuando las comunidades políticas han perdido la homogeneidad cultural que facilitaba la construcción de una identidad nacional, los afectos que vertebran los lazos sociales necesitan redirigirse hacia nuevas realidades que puedan ser compartidas por todos.
Si ya no tenemos un lenguaje ni una historia en común, si ya no podemos compartir los mismos mitos y tradiciones, la participación colectiva de una esfera estatal como la Sanidad pública se erige como el único elemento cohesionador.
The most bizarre thing for non-Brits to learn about today's Britain is this worship of the NHS (which is suffering from institutional failure).
— FbF (@FistedFoucault) January 22, 2023
Common culture, history, language, etc. take a backseat to it, as there are too many new Britons who don't share those commonalities. pic.twitter.com/eSk2W1nbML
Pero detrás de esta migración del sentimiento nacional hacia entidades abstractas y universales hay también un programa político. Uno que quiere conservar las virtudes de las comunidades de pertenencia, pero librándose de sus expresiones excluyentes, jerárquicas, desigualitarias y autoritarias.
Tal es la inspiración del llamado "patriotismo democrático" que el errejonismo ha venido ensayando. Pero redefinir los vínculos sociales (forjados históricamente en el marco de una tradición que no puede ser replicada con un voluntarioso ejercicio de racionalismo político), para darles un sentido inclusivo y plural siempre desemboca en la impotencia de quien quiere cuadrar el círculo.
La patria como hospital parece la consecuencia lógica de tesis como la de la filósofa de Más Madrid Clara Ramas, que ha defendido la posibilidad de "pensar una 'comunidad existencial' que a la vez respete la heterogeneidad y armonice lo plural" y que "esquive el etnonacionalismo excluyente y reaccionario".
Pero "refundar el lazo social" para que refleje todos los sentires feministas, ecologistas, antirracistas y etcétera implica prescindir de la concreción que excita las pasiones comunitarias y permite alumbrar un sentimiento nacional genuino.
Para que brote un sentido de pertenencia y unidad compartido, una comunidad necesita mucho más que saberse el líder mundial en trasplante de órganos.